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El mal es un entimema, el bien es un absoluto

Solo se requiere, tan solo, de un hombre o de una mujer buena para mover al mundo, a las almas. Un corazón lleno de las bondades celestiales, de los dones del cielo, del reposo en su alma del Espíritu Santo, es un poderoso motor que irrumpirá, siempre, en medio de la adversidad y aunque la tormenta o la tempestad no mitiguen o amainen, sabrá ir siempre hacia adelante porque en su interior habitan las fuerza de un gigante que nadie, nunca antes ni jamás, podrá vencer. Hablo de la fuerza de la Fe y del Amor. La Fe es el escudo de los Hombres Buenos, de las almas pródigas en misericordia, compasión y ternura. Por eso, aun cuando todo parezca ser contrario, o que los propósitos u objetivos perseguidos no se muestren, al contrario, pareciera que se distancian, el alma cuyos ojos son la fe y la paciencia, la esperanza y la profunda convicción, habrá de mostrarse segura de que le espera un horizonte lleno de luz, radiante de singular belleza. Un hombre o una mujer buena no se detiene a escuchar las necias palabras del que teniendo en su corazón malas pasiones: odio, rencor, envidia, conspiración, deshonestidad, mala fe, en fin, solo sabe proferir expresiones necias que son como afilados cuchillos, saetas encendidas, dardos envenenados, que persiguen no tan solo herir sino sembrar la ponzoña del mal y de la destrucción de los espíritus buenos. Misión imposible para los malos es anhelar destruir a las almas nobles y buenas. Ellas están ancladas en la fe, en el amor, y sobre sus cabezas hay un signo santo que indica que pertenecen a un reino celestial en donde no anidan las posturas de los malos. Ese signo santo es el Sello de Jesucristo. Por eso la Biblia se refiere a los hombres entregados a la fe, convertidos a Jesús, a su llamamiento, como Pueblo Escogido por Dios, Nación Santa. Y ese pueblo está llamado a cumplir una misión: Anunciar la verdad del Evangelio de Cristo, a divulgar el mensaje de la salvación y el perdón del Eterno. De manera tal que no puede ser un buen cristiano quien calla ante las injusticias, las ilegalidades, las arbitrariedades o que viendo que el mal que marcha, se silencia o es indiferente, da la espalda o cierra sus ojos para no ver y tapa sus oídos para no oír. El buen cristiano es revolucionario. Sí, lo es, porque allí en donde él siembra la buena semilla, sin importar el lugar, las personas o las circunstancias, sabe, perfectamente, como Dios lo ha prometido, que esa semilla del bien habrá de germinar, crecer y producir frutos de bien. Frutos dignos de arrepentimiento. Por eso es necesario que los cristianaos, en hermandad plena, oremos, unidos en un mismo espíritu, rogando al Padre de las Luces, al Dios Eterno, al Dios del Monte Carmelo y del Sinaí, al Dios del Calvario, que sus ojos siempre reposen sobre los justos, que su mano piadosa y misericordiosa nunca se aparte de los suyos y permanezca extendida sobre ellos. El mal no triunfará. Cristo triunfará. Ninguna cosa, palabra ni acto o acción, contraria a Cristo, a su Palabra, podrá permanecer. Todo será destruido, porque no se duerme el que cuida y guarda a su pueblo, el que tiene cuidado de los suyos, pues anuncian las escrituras que ningún pelo cae de nuestra cabeza si el Altísimo no lo autoriza, pues aun los cabellos, cada hebra, están contados. Ayer escuché algo precioso y quiero compartirlo hoy: ¡Qué grande es Dios que, en medio de trillones y trillones de estrellas, de galaxias infinitas, de un cielo cuyos límites solo conoce el Creador, Dios, el Dios de Abrám, de Isaac y de Moisés, el Cristo de la Gloria, me conoce por mi propio nombre!, a cada uno de nosotros, a todos. Ese es Dios. El Dios a quien pretende confrontar y retar la Agenda 20/30 y cuyos rectores e ideólogos, sus promotores, creen que pueden avanzar. Dios se ríe de ellos. Sí, el mismo Altísimo se ríe de ellos. En el año de 1366 el Corifeo usó el concepto de Tekmerion para referirse los gemidos de Agamenón presagiando su propia muerte, así mismo las voces de esta agenda que hoy se levantan contra todo lo bueno, no hacen más que presagiar su propia aniquilación. Dios mismo en persona los combatirá y serán destruidos. Entre tanto, toca a los hombres buenos seguir adelante, peleando la buena batalla, a la espera de la venida del Santo de Israel, el Jesucristo pleno de poder, gloria, magnificencia y majestad. ¡Que reine la verdad, que impere la justicia, que se gocen los hombres buenos, y que la paz abunde en los corazones de las almas humildes! Que la soberbia sea humillada y que la vanidad sea destruida. ¡Dios bendiga a la Patria!



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