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Canto a nosotros

Hoy les hablo a los que, como yo, están todavía tratando de descubrir qué es qué en esta piedra que llamamos casa. A los que aún recuerdan la época en la que sus preocupaciones se contaban con los dedos de las manos. A esos a los que señalan con antipatía y desdén para llamarlos: suaves, inmaduros, ignorantes, fanáticos, perdedores o ciegos. Y aquí, como caballero, he de admitir que también fui del montón, parte de un jurado injusto. Yo era de los que se reían de esta generación, de los que no daban un peso por los que hoy tratan de navegar a contracorriente. Así como Whitman, me contradigo porque soy inmenso, me contradigo porque contengo multitudes. Hoy le hablo a la generación de millones de jóvenes que se ven desamparados en la fría oscuridad del olvido, relegados a celebrar sus éxitos en privado. Hoy hablo de nosotros. Hoy hablo como uno más. Varias veces se saca a colación las miles de "ventajas" con las que hemos nacido, herramientas de un mundo que evolucionó demasiado rápido. Mucho se nos repite que somos los "afortunados" por haber nacido en un tiempo desequilibrado e injusto para tratar de arreglar errores que no cometimos. Comedidos en Nuestra condena, sufrimos de imperios de los que triunfaron en una realidad inexistente, porque a posteriori todo tiene solución. ¿Pero qué ventajas tenemos, cuál es nuestra fortuna? Crecer rodeados de la más abyecta opulencia, ver como los gobiernos, compañías y bufetes corrompen el poco futuro que nos queda para tratar de exprimir unos centavos más. No somos dueños de nada, porque según ese 1% que controla el mundo así seremos felices; no podemos soñar, porque hoy los sueños cuestan más de lo que podremos llegar a alcanzar; no podemos enorgullecernos de nuestro trabajo, porque nuestra juventud es también nuestra condena y eso lleva a más de uno a desvirtuar el sacrificio que se realiza para triunfar hoy día. Se nos marca como culpables de los desastres de los que no hemos sido partícipes, se nos repite que fue nuestra avaricia la que está acabando con el medio ambiente, nuestra pereza la que está destruyendo la economía, nuestra pasión la que está profanando las tradiciones. Nos llaman la generación de la inmediatez, como si este fuera el trofeo por aprender a vivir un mundo dividido en mil pedazos. Pero ninguna, ni una sola de todas las etiquetas que se nos tratan de adherir por el simple hecho de ser jóvenes, ha sido obra nuestra, sino de los vasallos de movimientos políticos, de los empleados de las casas de apuestas plantadas en un islote en el Norte. También fuimos despojados de las virtudes de la libertad, no fuimos los responsables, igual fuimos castigados. Somos el chivo expiatorio de los problemas que causan los Gates, los Rockefeller, los Rothschild, los Soros, los Clinton del mundo. Pero, como humanos, nacimos concupiscentes. Imperfectos e inconscientes. Gateamos por el sendero de la vida cada uno tropezando con una piedra distinta, moldeándonos, evolucionando, transformándonos. Mantuvimos desviado el curso por confiar en los lobos que nos engatusaron con sus mentiras. Guiados por manipuladores y maniqueístas que nos pusieron en contra de nosotros mismos. Fuimos víctimas de un engaño, fuimos presas de las multicorporaciones. Pero todavía podemos defendernos, aún hay esperanza para salir del embrujo, ya se pueden ver destellos de rebeldía dentro de los ejércitos de creyentes de las neoreligiones modernas. Hay ciertas cosas que el dinero, el poder, el miedo y el control no pueden cambiar: el calor de una casa, el amor de una familia o la inexpugnable voluntad de una juventud enardecida en contra de sus verdugos. Porque la historia nos respalda. El tiempo nos da ventaja.  



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