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Sobre las elecciones del pasado

Es curioso cómo la sociedad y la naturaleza tienden a cubrir con el olvido aquellos sitios en los que se han desarrollado grandes obras o se han suscitado repentinos cambios naturales. Un vivo ejemplo de esto es el Callejón de Huaylas, en Perú, donde una de las paredes de hielo del nevado Huascarán arrasó con una población entera un 31 de mayo de 1970, dejando un saldo de 70 mil muertos, en minutos. Hoy, me consta, se pude caminar sobre esa población ya sepultada, sobre ese cementerio sin ninguna tumba, sin siquiera sospechar que se uno se pasea por la última morada de cientos y de miles de personas, que quedaron sepultadas en segundos, sin posibilidad alguna de salvar sus vidas. Algo similar ha sucedido en esa antigua ciudad de Pompeya, en la que una capa de ceniza ardiente, de la altura de una casa, y proveniente del Vesubio, cristalizó en el tiempo los últimos suspiros de una población, que se quedó atrapada allí en lo que sería su última morada, con la diferencia de que hoy se desarrollan grandes estudios arqueológicos que nos brindan una clara pincelada de lo que fuera esa tragedia, en la cual sucumbió un pueblo entero, hace cerca de 2000 años. Así, cientos de eventos han quedado silenciados bajo capas muy espesas de los tiempos, propiciando en todos ese sueño del olvido. Pero esa tendencia a la memoria corta de la humanidad, no sólo está presente en los eventos naturales, sino también en grandes obras hechas por el hombre, que algún día fueron casi épicas e irrealizables y que hoy son solo parte del paisaje que uno mira a diario. Nuestro Canal, por ejemplo, que tomó más de 45 años desde el plano de una idea hasta el último vaciado de concreto, en el año 1914, tiende a ser una de esas tantas obras magistrales que, por lo menos para nuestros ciudadanos, pasa desapercibida, sin consagración, pese a que el esfuerzo y sacrificio humano de más de 75 mil personas selló su construcción final y que probablemente más de 7 mil personas entregaron sus vidas para el logro de esa obra gigantesca. Pareciera como si la resiliencia, entendida como la capacidad del hombre de hacer fuego de cenizas, está ligada a esa capacidad de olvido, tanto de lo bueno como de lo malo, de lo grande y lo pequeño, de lo dulce y de lo amargo. Tiene alguna lógica el pensar así, porque sin duda es esa la capacidad que ha permitido que, a lo largo de milenios, se superen cataclismos, grandes pestes y guerras aniquiladoras como las del Siglo XX. Si se hubiera cultivado el odio y el rencor, no solo no habría paz posible, sino reconstrucciones íntegras de sociedades afectadas, que deciden poner bloques y ladrillos sobre fundaciones de la destrucción. Desde un punto de vista histórico, sin embargo, sí parece bien correcto y oportuno recordar lo que pasó, porque lo más seguro es que, sea lo que sea, volverá nuevamente a repetirse en alguna u otra etapa del futuro, causando afectaciones que, de haber sabido, se pudieran prevenir. Eso en aquellos casos en que construir cerca de ríos parece temerario, aunque el cause esté sereno y calmo desde la última crecida; o hacer pueblos y poblados en las faldas de volcanes que, aunque dormidos, estuvieron muy despiertos una vez. Están, por otro lado, esos casos donde obras del pasado quedan olvidadas por la planta irreverente de quienes a diario las caminan; pero que fueron fruto de ese largo y prolongado esfuerzo de los hombres que estuvieron y que ya no están. Esa conmemoración es necesaria para que obras importantes, como nuestro Canal, no terminen convirtiéndose en baluartes de la nada, en vez de lo que siempre deberían ser, el ejemplo vivo y más constante de la persistencia humana y fuente de más preciado orgullo nacional.  Vemos, entonces, que aprender de lo pasado no es dominio y reino de los sabios y eruditos, sino una forma muy presente y muy actual de evitar el recorrido de los errores ya pagados por la experiencia dolorosa de otros, asó como una mina de conocimiento comprobado que no tiene que empinarse ya por esas duras curvas del aprendizaje. Ese conocimiento tampoco robará al hombre de su ímpetu y de su energía creativa, que está hecha e ideada para cruzar siempre los océanos vastos de todo lo que sea desconocido.



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