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Tàpies: Del Daísmo al Informalismo

El siglo XX fue pródigo en la renovación de las Artes. Una suerte de largo Renacimiento se originó desde el Impresionismo, tanto en las artes plásticas con su discutida expresión en Música (Debussy, Ravel, Satie), así como mucho más profusamente en la Literatura, sobre todo francesa, pues fue París el gran foco de las artes en las postrimerías del decimonónico y la década previa a la Primera Gran Conflagración Mundial. Pero en Alemania, Austria y Rusia; en Inglaterra y España igualmente se dio un impulso cuyas fuerzas más hondas estaban en el cambio social y de mentalidades, de las cuales las artes suelen ser nuncios tempranos y expresión exaltada y profunda. En el breve espacio de esas líneas, es imposible abordar la gran revolución de las artes que casi coincide con el final del siglo antepasado, ni siquiera si las acotamos a las artes plásticas. No obstante, es necesario apelar a ese gran escenario para tener las claves que dieron paso al Arte de Antoni Tápies, artista revolucionario de cuyas obras este octubre podremos admirar una muestra en Panamá, merced a la colaboración entre la Embajada de España y la Fundación Universitaria Iberoamericana (FUNIBERI) en la sede del Centro Cultural de España en Panamá-Casa del Soldado (CCE/CdS). Tàpies, nació en Barcelona en 1923. En su Cataluña natal dará pronta muestra de inquietudes, pero sin ingresar en ninguna escuela de Bellas Artes o colocarse por largo tiempo como aprendiz con algún maestro local Su pasión creadora y su búsqueda fueron totalmente autodidactas, lo cual no le impidió hacerse de una gran cultura filosófica y literaria, y ocuparse con profundidad de asuntos metafísicos como el budismo zen que fueron configurando su mundo interior y sus búsquedas en ese cuestionarse hondo sobre qué es el Arte, cuál es el papel del Arte en la sociedad contemporánea y que expresiones técnicas serían las más adecuadas para plasmar el Arte contemporáneo. Su nacimiento al Arte se da con la lectura de la revista "D Ací i llà" y de la recuperación -entre insomnios y delirios- de tisis al final de la adolescencia, y la dedicación al dibujo -especialmente a tinta china- copiando a Picasso y Van Gogh, mientras escuchaba a Wagner, Schö a Nnberg y el jazz; y leíaietzsche, Thomas Man, Dostoyevski y poco a poco se abismaba en la mística de Ramon Llull. No le dejarían impávidos los trabajos arquitectónicos de Antoni Gaudí y, más profundamente del llamado Románico catalán (con ejemplos tan notables como las Catedrales de Urgel y Gerona, el Palacio Real de Barcelona, y esa extensa herencia de claustros agustinos y cistercienses cabe los Pirineos, ricos en capiteles y bajorrelieves en materiales que luego le serían preciosos.) Su presentación en sociedad lo hizo mediante su participación en el movimiento Dau. al Set y la publicación en la revista homónima en 1948 El año 1947 fue crucial, pues ese año conoció a Joan Miró y con una beca del Instituto Francés, en 1950, logró viajar a París donde conoció a un Picasso ya plenamente célebre. Las décadas siguientes fueron de consagración, representando a España en la Bienal de Venecia, y siendo incluido en varias muestras en Nueva York y numerosas ciudades europeas. En la configuración del trabajo de Tàpies, el punto de arranque son esas dos corrientes disruptivas en el arte de inicios del siglo XX: el dadaísmo y el surrealismo. Ambas tienen elementos comunes, pero igualmente diferenciadores, y muchos de los exponentes del primigenio dadaísmo pasaron al surrealismo, e incluso terminaron en derivaciones distintas en los años postrimeros. Por eso conviene partir de estas claves que en el caso de Tàpies le llevaron a lo que se llamó “Informalismo”, y más exactamente “pintura matérica.” Como se sabe, el Dadaísmo tuvo su origen principal en la reacción política y anti- artística de una serie de creadores europeos como reacción a la carnicería de la Primera Guerra Mundial. Su arco temporal de mayores logros se da entre 1916 y 1922. Aquella hecatombe humana, anti-humana, hizo que un grupo bastante ruidoso que se reunió primeramente en el café-bar Voltarie de Zúrich, apelaran al irracionalismo como único camino para enterrar la cultura que en su concepto había sido la causante última de la Gran Guerra. Escritores como Hugo Ball -que fundó junto a su compañera Emmy Hennigs el Cabaret Voltaire, junto a los poetas Hans Arp y Tristán Tzara, editaron la revista Dadá (nombre polisémico según la traducción a las lenguas y que el propio Tzara confesó que fue elegido en forma aleatoria, pero que en definitiva no significa nada, pero es un término “pegajoso”). Cuando el Voltaire cerró puertas en 1917, la diáspora llevó a fundar círculos Dada en París, Berlín, Colonia y Nueva York, y al grupo se unieron artistas importantes como Marcel Duchamp, Francis Picabia y Kurt Schwitters. (Ver, entre otros, Elger, Dietmar: Dadaísmo, 2009) Marx Ernst sintetizó así el estallido socio-artístico: “El Dadá fue una bomba… ¿Se imaginan que alguien medio siglo después de estallar una bomba quisiera recoger todos los fragmentos, recomponerlos y exponerlos?” (Ver, Hodge, Susie, 2012:121) Pero qué contenía aquella bomba que la hizo de efectos tan perdurables. Dos elementos son muy relevantes: la apoteosis del irracionalismo, y el empleo de nuevas forma de entender y hacer arte. Como Ball afirmaba, el nihilismo es ontológica. Según él: “Eso que llamamos generalmente llamamos realidad, para ser exactos es una nada banal.” Su base es por lo tanto “el sin sentido” de todo. El dadaísmo recupera el collage – y, sobre todo, la casualidad como uno de sus métodos de expresión predilectos. Se hacen comunes los “readymades” que Duchamp puso de moda en Nueva York, como el famoso urinario de varones de porcelana, que el firmó (R. Mutt) y expuso, queriendo significar que arte es cualquier cosa que el artista determina por tal. Todo cargado de humor, ironía y, particularmente, de ambigüedad. (Ver, Phillips, San: Entender el Arte Moderno, 2021) VEA TAMBIEN: http://Contaminación: AMP protege desguazadero de Colón La herencia del surrealismo, Tàpies la abrevó de pintores como Joan Miró, Paul Klee y Max Ernest, entre los pintores; pero igualmente de las fuentes propias de esta corriente ancladas en las teorías de Freud, resalando la importancia del inconsciente, así como de Jung, con su acento en el conjuro de nuestro “lado oscuro”; así como de la lectura muy atenta de la literatura coetánea, principalmente francesa como Mallarmé, la previa de Edgar Allan Poe y luego del existencialismo alemán (ver Klingsöhr-Leroy, Cathrin: El Surrealismo, 2004) Esta primera época está expresada en una pintura de carácter figurativo y en lo esencial muestra una profunda preocupación por el destino del hombre. En ello, Tàpies fue un surrealista. Como proclamó Magritte: “Ser surrealista significa expulsar del pensamiento todo recuerdo de lo vivido y estar siempre a la zaga de lo nunc visto.”. Tàpies surrealista creyó en el principio de creación de imágenes mediante técnicas mecánicas, como el collage, el assemblage, el frottage, el grattage (Ernst) y el dripping para estimular la imaginación; pero se acercó a Miró y a Paul Masson en la búsqueda de fuentes oníricas dejándose llevar por el automatismo, a fin de liberar el poder creador del subconsciente. Por eso Tàpies evoluciona de la abstracción geométrica cuya fuente más clara sería el primer Kandinsky hasta arribar al Informalismo, ya existente en las obras de Jean Fautrier y Jean Dubuffet. Hasta aquí esas claves sumarísimas del ADN artístico de Antoni Tàpies.



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