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Justicia Ilegítima - Capítulo 5

Justicia Ilegítima - Capítulo 5

 V


En muchos casos, las causas se arman a base de relatos que en su mayoría carecen de pruebas fácticas y desde el inicio, se les asigna una carátula condenatoria, que literalmente marcará al imputado hasta el fin de sus días. De acuerdo a la gravedad que dicho título encierra, a la cantidad de supuestas víctimas y a declaraciones de veracidad no comprobada, se cita jurisprudencia de aquí y de allá, se interpretan actos, frases y palabras (que para usted y para mí son cotidianos) según manuales de psicología criminal y se le da un giro lo suficientemente horroroso, para que concuerde con la carátula inicial. Durante todo este proceso, se llenan hojas y más hojas de palabras que se repiten una y otra vez, donde los escribientes no tienen idea de quiénes son los personajes citados, pero crean y afirman un guión que dan por cierto, plagado de errores ortográficos y gramaticales, que de tan confuso se vuelve contradictorio.

De esta manera, se llenará la Mayor Cantidad posible de fojas, dando forma a un voluminoso expediente que contenga la mayor cantidad de cuerpos, que luego ningún juez leerá, pero sí emitirá una sentencia según lo que su secretario, de acuerdo a la imaginación del fiscal, adornará y relatará.
Basándose en el volumen de dicho expediente y en el resultado de un perverso cómputo matemático de fórmulas y códigos legales, el juez, cual científico de la ley, concluirá: a mayor cantidad de fojas, más severa la sentencia.

Luego se apelará en Casación cualquiera sea la decisión, repitiendo nuevamente todo lo escrito para seguir aumentando el volumen del expediente (que vaya uno a saber cuánto árbol se sacrificó para tanto papel inútil) y nuevamente, los jueces no lo leerán, pues pedirán “breves notas” a las partes, que los ayuden a comprender tanto derroche verborrágico.

Una vez más, los jueces basarán su sentencia en la gravedad de la carátula, la cantidad de supuestas víctimas y palabras escritas. Evaluarán cómo pasaron la noche, cómo amanecieron, si el juez de la causa goza de su simpatía personal o política y emitirán una sentencia que no perjudique sus carreras y que les haga quedar bien con la opinión pública. Con algo de suerte, puede que su decisión les sirva a las víctimas o al condenado, pero eso es irrelevante.

En medio de todo este proceso, el imputado será arrojado al sistema penitenciario para su contención y "rehabilitación". En lo que respecta a los imputados en la causa que denuncio, encarcelaron de manera preventiva a gente adulta mayor, con problemas de salud, de los cuales el menor tenía más de sesenta años. Gente que jamás violó la ley, que trabajó toda su vida basándose en la honestidad como lema de todas sus actividades y que se encontraba trabajando activamente al momento de su detención. Gente que ha llevado una conducta de vida intachable, como bien han podido constatar todos los funcionarios de los penales donde llevan presos sin condena firme, hace más de cinco años. Gente culta e intelectualmente preparada, con estudios, que han trabajado incansablemente, que han llevado adelante negocios exitosos y de la noche a la mañana, se vieron despojados sin motivo de sus vidas. Los juzgaron y condenaron públicamente sin que aquellos que los juzgaban, siquiera los conocieran y los arrojaron literalmente en la cárcel, para que no se fugaran ni entorpecieran “la investigación”, ni amedrentaran a las “víctimas”, cuando lo cierto es que quienes Fueron amedrentados por estas supuestas “víctimas” por más de 25 años, fueron los imputados y sus familias.
Todos ellos fueron víctimas de falsas acusaciones e imputados por cargos ridículos, como por ejemplo el “acopio de armas” que le endilgaron a un hombre que las aborrece y que no sabría distinguir un gatillo de un percutor. Cuya pasión son los números y la filosofía. Un hombre que fue juzgado porque decían que pertenecía a un “grupo de yoga”, pero irónicamente, en la cárcel, los directivos le dieron un puesto en Educación para que los ayudara a preparar a los alumnos e impartiera clases de Hatha Yoga a los internos, cosa que realizó por ser instructor y contar con el aval y la autoridad que le da la escuela de mi papá.
Los cuatro fueron encerrados con la población general de un penal de máxima seguridad, donde sin desmerecer ni juzgar a quienes allí están alojados, los expusieron a todos los peligros que eso conlleva.
El amigo de toda la vida de mi papá, quien hoy sigue preso, nunca fue atendido por ninguno de los departamentos del penal, salvo por algún que otro médico cuando él pedía las audiencias, pero nunca lo llamaron a una junta de evaluación, ni judicial, ni de criminología para conocer su historia. En cinco años, no le dieron una simple atención odontológica a pesar de todas las audiencias que solicitó. Y lo peor, llevan postergándole una cirugía desde hace más de un año, sin haberle dado la debida atención médica, lo que lo lleva a vivir en un cuidado permanente para no complicar su situación.

Una vez presos, el sistema ciego, apático y sordo, activa todos los engranajes que someten al procesado para que reconozca su culpabilidad, aunque sea inocente. En el caso de mis seres queridos esto no prosperó.

Dicen que las cárceles están dirigidas a reformar y reeducar al preso. Pero la realidad es que las cárceles, al menos las que vi, son centros lucrativos de negociados en torno al interno, centros de detención castigo y muerte, disfrazados de democracia. Durante el tiempo de su estadía en prisión, en lo que se refiere a mis familiares, debieron soportar la condena de la sociedad (aunque su condena judicial no está firme) cuyos individuos juzgan al semejante porque es más fácil que juzgarse a sí mismos. Debieron arreglárselas como pudieran, por sus propios medios y en este caso, contaron siempre con el apoyo de su familia. Debieron subsistir como sea ante la falta de médicos, de ambulancias, caminando sobre algodones para que nada les pasara a modo de medicina preventiva y aplicar sus propios conocimientos, para sobrellevar la salud lo mejor posible y rogar que no los llevaran al hospital de la prisión, porque eso significaba el abandono y la muerte. Sufrieron la falta de atención en todo sentido, de mantenimiento de las instalaciones, la falta de calefacción en invierno o refrigeración en verano, o la temperatura del agua caliente sin regular, así la piel se les cayera a pedazos. Durante un tiempo, los que podían trabajar fueron mantenidos en negro, con tal de no pagarles lo que correspondía a sus horas laborales. No podían recibir ayuda económica, por lo menos al comienzo, simplemente porque el juez de instrucción se ocupó de que sus familiares no pudieran trabajar para enviarles dinero. Obligadamente debían depender de los negociados de la cantina de la prisión, donde les cobraban el doble o más de lo que realmente cuesta un producto en cualquier supermercado. A pesar de ya haber pasado hace muchos años por la etapa escolar, debieron volver a estudiar como si de niños se tratara, siendo “recompensados” de la misma manera infantil, por ejemplo, nombrando abanderada a mi mamá. Este entretenimiento, ya que en ese ambiente no hay otra cosa útil que hacer, de paso les servirá para conseguir estímulos que reduzcan su condena, o les dé ciertos beneficios a la hora de una domiciliaria o una condicional, si acaso el juez se los quiera otorgar, de acuerdo al pie con que se levante.

El preso vivirá en el mundo de las decisiones ilógicas y absurdas, impuestas por el pensamiento general de aquellos que lo custodian, quienes lo tratarán como un “paquete”, lo condenarán consciente o inconscientemente y le aplicarán los "castigos" que ellos consideran que merece porque, "si está allí, algo habrá hecho". Será sometido al sojuzgamiento y condena del servicio social y recibirá visitas de Procuración Penitenciaria, cuyos funcionarios llenarán libros de teorías, gráficos y estadísticas para presentar en el Congreso, pero en la realidad no solucionarán nada. Al día de hoy, los distintos departamentos del penal, se han dado cuenta que tanto mi mamá como sus compañeros de causa, son personas que tenían una preparación intelectual y laboral previa a su encierro, lo cual escribieron en sus informes de evaluación porque de alguna manera, les llamó la atención.
Al término del tiempo cumplido, o al momento del cómputo para una salida transitoria, si el preso no enloquece antes o muere en prisión por abandono de persona, será evaluado por juntas de médicos que no lo atienden, que no se ocupan ni conocen su situación de salud, o si lo hacen, no pueden llevar a cabo su trabajo como quisieran por falta de insumos; educadores que no enseñan o envidian el coeficiente intelectual del interno, o en el mejor de los casos, no cuentan con las herramientas adecuadas para instruir; psicólogos que no saben siquiera lo que pasa por sus propias mentes salvo el salario que ganan por ocupar su asiento; asistentes sociales que juzgan al interno de acuerdo a la carátula de la causa, mas no por la evaluación del ser humano en sí, harán todo lo posible por dificultarle las cosas y hasta llegarán a aislarlo de su familia, así eso le signifique la muerte.
Entre todos ellos decidirán si después de haber sometido y convertido al interno, lo han reformado exitosamente para ser reinsertado en la sociedad o no y llenándose de orgullo, endilgarán los conocimientos y preparación previa de los imputados, a su sistema de “rehabilitación”. Entonces pasarán informes no vinculantes al tribunal y vanagloriándose de sus “logros” dirán: "el sistema funciona".




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