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Justicia Ilegítima - Capítulo 7

Justicia Ilegítima - Capítulo 7

VII


Pero a pesar de todo lo narrado en estas páginas, no son los "funcionarios de la ley" los que pusieron a mis padres tras los muros en el “cumplimiento de su deber”. No son ellos los verdaderos artífices del peor fraude criminal del que tengo conocimiento en la ciudad de Mar del Plata, si bien han sido Quienes en una vorágine infernal de fantasiosos alegatos, con fines económicos y de usurpación de bienes, formaron una causa sin una sola prueba que la avalara.

Muchos son los personajes que participaron en esta historia. Todos y cada uno son responsables de su trágico desenlace, puesto que, en mayor o menor medida, todos tuvieron un papel en esta lamentable y criminal tragicomedia, en esta miserable feria de vanidades.

No guardo odio, rencor, ni sentimientos adversos hacia ninguno, ya que son esos sentimientos los que envenenan el alma y dañan el cuerpo. Escribo porque considero necesario e importante, exponer a la luz pública el fraude que se comete en nombre de la “justicia” en casos como el que hoy doy a conocer.

Por ello, con la sola intención de poner las cosas en su justo lugar, hoy tomo prestadas las palabras de Emil Solá cuando tituló:


YO ACUSO


Al Juez de instrucción, que arremetió sin una sola prueba y ordenó un allanamiento, basado en habladurías de jaurías hambrientas de odio sin sentido.
Un juez, que mientras mantenía vigente el secreto de sumario, comentaba el caso en charlas banales fuera de los juzgados con civiles que nada tenían que ver con la causa, mientras que a la defensa le prohibía el acceso al expediente.

Un juez que pergeñó la detención de mi madre sin un acta, sólo a través de una orden emitida por su secretario telefónicamente, sustentado en débiles pretextos, porque carecía de pruebas contra ella.
Un juez que no tuvo miramientos en arrancar de su hogar a mi padre, Quien tenía su movilidad reducida y se encontraba postrado en cama o en su silla de ruedas, para detenerlo por supuestos crímenes que nunca cometió. Y así, convirtiéndose en verdugo, lo condenó a muerte desde el momento en que lo encarceló al haberle negado una y otra vez, todas sus garantías y derechos humanos.
Un juez que utiliza a sus lacayos de seguridad, para detener a jubilados que están pasando la madurez de sus años en tranquilidad y en familia, en vez de enfrentar a ladrones y asesinos de los que tanto se queja la sociedad, por cobardía y porque significaría mucho esfuerzo y aumento de salarios.
Un juez que se aseguró de dejarme sin trabajo y sin sustento, no sólo para impedirme pagar una defensa digna para mis padres, sino para convertirme en una víctima vulnerable dependiente del Estado que encajara en el perfil de la causa en cuestión.
No le resultó.

Al fiscal federal que de defensor de víctimas no tiene nada, pero sí mucho de guionista y libretista.
Un fiscal que inventó sectas donde no las hay, más allá de la que él conoce por formar parte.
Un fiscal que convirtió viajes y reuniones familiares, en aquelarres de grupos coercitivos y transformó cooperativas en sectas diabólicas.
Un fiscal que inventó viajes en aviones privados cuando existen los pasajes en vuelos comerciales que lo desmienten.
Un fiscal, que de alguna manera manipuló documentación de migraciones, para atribuirle viajes a mi padre al exterior del país en el año 2017, cuando su pasaporte comprueba a las claras, que su último viaje de ingreso al país, lo realizó en el año 2010 y nunca más volvió a salir.
Un fiscal, quien dijo “congelar” cuentas bancarias en el año 2018, cuando la realidad es que la única cuenta de ahorros estaba cerrada por falta de fondos hacía diez años por lo menos, ya que mi papá todo lo había invertido en su familia y seres queridos.
Un fiscal y otros como él, que acusan según su miopía y reflejan su propia corrupción e inmoralidad en el blanco de sus acusaciones.

Al juez del tribunal, que se erigió a sí mismo en médico y erró en su proceder o tal vez lo hizo a posta, provocando la muerte de mi padre, y luego dictó una sentencia de grandilocuentes palabras huecas, para justificar sus injustas y arbitrarias acciones.
Un juez que dándoselas de omnisciente y omnipotente, juzgó y condenó de hecho y en base a un cacareo “testimonial”, a un hombre ya fallecido, porque él se ocupó de que no llegara con vida a juicio para poder defenderse.
Un juez prejuicioso, quien haciendo uso de sus cualidades machistas y racistas, menospreciaba, amenazaba y levantaba la voz a las testigos femeninas, porque éstas no decían lo que quería oír, o se iban del argumento que quería encuadrar en su perversa acusación.
Un juez, que violando garantías constitucionales básicas, le negó a mi madre su derecho a la palabra durante el juicio oral, con el pretexto de que ella "no podía defenderse".
Un juez, - porque quien a fin de cuentas, el único que tomaba las decisiones era el presidente de la sala y sus pares no hacían más que dormir o sacudirse la resaca durante las audiencias y afirmar como quien le sigue la corriente a un loco-, que condenó “ejemplarmente” a los acusados, aun cuando carecía de pruebas en su contra.

Al asistente del fiscal que llevó el juicio, quien enfermo de ambición y codicia, se le hacía agua la boca en entrevistas de televisión en la puerta del inmueble a usurpar. Quien sumando años de sentencia por cargos ficticios, pedía “condenas ejemplares” contra presas fáciles, como lo son una mamá de 72 años que dedicó su vida a su familia, un hombre de casi 77 años que lo único que hizo fue trabajar decentemente toda su vida y contra otro adulto mayor más, -quien en ese momento era recepcionista en el establecimiento en el que trabajaba-, porque no le da la talla para enfrentarse a criminales de verdad.

A supuestas licenciadas en higiene mental que de higiene no tienen nada y sólo embarran los testimonios a su conveniencia, regodeándose en el dolor de los demás, para satisfacer su onanismo mental y llenar sus miserables vidas. Quienes bajo el pretexto de contener a las víctimas, les ofrecen subsidios extorsivos si se declaran como tales.

A psicólogas mediocres de dudosa reputación, falta de carácter y profesionalidad, quienes basándose en estadísticas de manual, encontraron sospechosa toda clase de relación que yo pudiera mantener con mis padres y seres queridos, bajo una mirada velada por sus propios prejuicios y resentimientos.

A testigos de la fiscalía que nadie conocía o que hacía más de cincuenta años que no tenían contacto con mi familia, quienes basándose en un guión, se presentaron en el tribunal para conseguir publicidad para sus negocios, o la jugosa tajada que los autores de la denuncia les prometieron.

A licenciadas sociales del penal, que hicieron todo lo posible para favorecer el abandono de persona al que fue sometido mi padre, lo cual desencadenó en su muerte.

A médicos y enfermeros de penales y hospitales públicos, quienes por omisión o comisión, olvidando su juramento hipocrático, si acaso saben o recuerdan qué es, violan sus propios principios prejuzgando a los internos convalecientes y librándolos a su suerte, los abandonan hasta morir.

A los funcionarios del penal y sus jefes, quienes les niegan la atención médica a los internos y falsean datos ante los tribunales, con el único fin de cuidar sus traseros.
Quienes, entre otros, impiden la entrada de ventiladores para los internos así se mueran literalmente de calor, excusándose en la falta de presupuesto y la deficiencia de las instalaciones eléctricas del penal, pero al mismo tiempo, instalan equipos de aire acondicionado en sus oficinas, para refrigerar su apática comodidad.

A algún policía de poca monta, quien erigiéndose en médico y superhéroe, además de decir durante el juicio que mi padre fingía su enfermedad, relató historias imposibles de visión omnidireccional, para ascender en su frustrada carrera y durante el allanamiento, admitía desvergonzadamente que eran ellos quienes fabricaban las pruebas para encarcelar a un individuo.

A miserables pseudo periodistas que impulsan sus ascensos pisoteando la vida y la muerte de la gente. Quienes expusieron al escarnio público a mi familia y seres queridos, como si una causa judicial les diera carta blanca para difamar y calumniar. Cobardes, que ocultos detrás de sus dispositivos de publicación y ensuciando la libertad de expresión, utilizaron el nombre de mi padre luego de su fallecimiento, para achacarle supuestas declaraciones que nunca emitió, sobre gente que nunca conoció, con la intención de competir y comparar sus mediocres artículos mal escritos, con casos importantes de la capital y así llenar sus tabloides amarillistas de baja estofa.

A documentalistas y cineastas de cuarta, que buscan llenar sus bolsillos con “dramáticas historias” de ridículas heroínas de ficción y lágrimas de cocodrilo.

A representantes de la iglesia católica, quienes olvidando la caridad y compasión cristiana que tanto pregonan, se volvieron ciegos sordos y mudos ante las súplicas de ayuda, pero acudieron ávidos de dinero cuando los convocaron en vulgares circos mediáticos.

A un abogado de cerebro alcoholizado, que se llenaba la boca tomando café de arriba y hablando de los ideales del cooperativismo, pero en los momentos clave siempre estaba ausente. Un abogado que salió corriendo a ocultarse tras recibir amenazas del juez de instrucción y por su propia cobardía. Un abogado que, abusando de la buena fe de una señora jubilada, miembro fundador de una cooperativa, quien le prestó su departamento sin cobrarle alquiler a cambio de su asesoría legal a la cooperativa en cuestión, irrespetando el contrato amistoso, ocupó el departamento más allá de la fecha de su finalización, no pagó un solo servicio, intentó usurparle el departamento como un ocupa y luego la atacó y amenazó utilizando sus argucias de leguleyo, cuando la señora le inició un juicio por desalojo.

A supuestos “amigos” que se autoproclamaban “hermanitos del alma”, o quienes decían que gracias a mi papá podían vivir dignamente; quienes compartieron nuestra mesa y nuestras historias familiares, quienes habiendo sido valorados por única vez en sus vidas como seres humanos ante todo y profesionales después, por cobardía, comodidad y para no perder la aceptación de la sociedad, prefirieron creer la mentira y negar la amistad que mi papá incondicionalmente les brindó. Ninguno de ellos puede decir que alguna vez mi papá les pidió algo a cambio.


Y por último, pero no por ello menos importante, a los verdaderos culpables: los querellantes, quienes sin haber sido peritados ni una vez, para constatar alguna de las falsas acusaciones que salieron de sus bocas, prefirieron olvidar la vida plena y feliz que llevaron en familia y conscientemente se dejaron llenar la cabeza por la envidia, el odio y el resentimiento. A todos y cada uno, responsabilizo por la muerte de mi padre, la detención y exposición al manoseo y al escarnio público de mi madre y mis seres queridos. Mintieron a conciencia en cada una de sus denuncias, ante la promesa de un resarcimiento económico y la esperanza de "un buen negocio". Vendieron el alma, vendieron a quienes les dieron todo en la vida desde la vida misma; vendieron a quienes les dedicaron su tiempo y cada moneda ahorrada con su trabajo, para que a ellos jamás les faltara nada, sin malcriarlos, sino enseñándoles a ser hombres y mujeres libres. Jamás mis padres permitieron que pasaran hambre, frío calor o necesidades y sin embargo, en un acto de ruin vileza, expusieron a mis padres a todas las situaciones y peligros que ellos jamás tuvieron que sufrir, bajo el ridículo pretexto de haber sido obligados a nacer y llevar una vida que no eligieron. Quienes habiendo vivido como reyes, se rebajaron al grado de parásitas alimañas y asesorados por viciosos leguleyos de mala fama, en un arrebato de ira, no dudaron en autoproclamarse “víctimas” para dar rienda suelta a toda su perversidad, guiada por la codicia, la envidia, los celos no digeridos, el rencor y el resentimiento del capricho no satisfecho. Quienes habiendo tenido todo lo que un padre puede dar y más, al darse de narices con la realidad de la vida, luego de haber proclamado altaneramente ser independientes y capaces de llevarse el mundo por delante, viéndose obligados a trabajar por primera vez en sus vidas para su propia manutención y subsistencia, prefirieron arremeter contra quienes todo les dieron, para hacerse con limosnas millonarias a base de fantasmales escombros sangrientos.

Allá cada quien con su propia conciencia, con su cielo y su infierno a cuestas.






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