Get Even More Visitors To Your Blog, Upgrade To A Business Listing >>

Manifiesto por un desarrollo responsable

El siguiente es un capítulo de mi autoría publicado en el libro Espiritualidad y Política editado por Cristobal Cervantes y publicado por la Editorial Kairos en el 2011. Puedes hojear el libro aquí. Mi intención al escribirlo fue poner de manifiesto la necesidad de replantearnos el concepto de “desarrollo sostenible” y mutarlo a lo que denominé como “desarrollo responsable“. Si como seres humanos somos los sujetos del desarrollo, y si tenemos la meta de promover genuinamente la sostenibilidad, más que de hablar de un “desarrollo sostenible” o de un “desarrollo sustentable“, conceptos libres de actores, deberíamos asumir como colectivo humano nuestro rol protagónico y por ello redefinir estos conceptos libres de sujeto y de compromisos personales y civilizatorios. Más que de niveles de sostenibilidad, deberíamos enfocarnos en los niveles de responsabilidad en la construcción del desarrollo. Por que a fin de cuentas, nosotros somos los verdaderos actores de la producción del desarrollo y si no atendemos las esferas sociales, económicas, ambientales e institucionales, es porque no estamos promoviendo un verdadero “desarrollo responsable“. Sepan disculpar si encuentran a este post muy extenso. Espero el artículo les agrade.


Imagen: Hollow Pursuits de Michael Kerbow

Toda la historia está hecha de crisis pero nunca como hoy, la crisis tomó dimensiones tan universales y se extendió a tantos aspectos de la vida social e individual. El surgimiento de la economía global ha dado lugar a una concentración de las fuerzas productivas en manos de algunas corporaciones multinacionales cuya propiedad pertenece a muy pocas personas y a la internacionalización de las operaciones financieras especulativas alcanzando una magnitud tal, que han hecho temblar las bases económicas y sociales de numerosos países. Semejante acumulación de poder sin precedentes en la historia se ha visto apoyada por la influencia omnipresente de los medios masivos de comunicación que hoy son controlados por pocos operadores privados, generando una capacidad de dominio sobre la mente de las personas, a quienes desinforman para manipularlas y ponerlas al servicio del consumismo y sumergirlas en la apatía e indiferencia a los problemas sociales y ambientales que padecemos.

Cerca de la tercera parte de la población económicamente activa del Mundo está desocupada o sub-ocupada; la pobreza crece tanto en términos absolutos como relativos. A diario, miles de niños mueren de hambre debido a causas evitables ligadas a la pobreza y la desnutrición. Se dice que los niños y jóvenes son el futuro, la tercera parte de la población mundial, pero la mayoría no tiene otro porvenir que la miseria, ni otro presente que el sufrimiento. Un nuevo feudalismo se cierne en nuestro mundo, el 20 % más rico de la población mundial es dueño de aproximadamente el 80 % del PIB mundial. La desigualdad social, que siempre existió, se desbocó con la globalización alcanzando proporciones “grotescas” y poniendo en tela de juicio las teorías del derrame que postulan que el crecimiento económico puede resolver por “chorreo” los problemas de equidad e injusticia social imperantes.

Mientras que la riqueza es acaparada por una minúscula minoría, la mayoría de los habitantes del planeta permanece sumida en la extrema pobreza. La brecha entre los ricos y pobres crece en todas las sociedades, entre países y regiones. Pavorosamente, la mayoría de los pobres son niños y la mayoría de los niños son pobres sin ningún futuro. Las muertes por hambre se deben principalmente a desnutrición crónica. Mitigar el hambre no requiere de cuantiosos recursos, sin embargo las sociedades prefieren invertir esos recursos adquiriendo armas que son usadas en las guerras que destruyen el producto de la acción humana por generaciones. Nuestra civilización dispone de suficiente arsenal bélico para destruirlo más de 36 veces. Si se utilizará la cuarta parte de los presupuestos de defensa, se eliminaría el problema del hambre en todo el planeta. Sin embargo, como lo apuntó Gandhi, “el mundo tiene suficientes recursos para todos los seres humanos, pero no los tiene para satisfacer sus codicias”.

Los mercados financieros mueven diariamente más de 2 trillones de dólares premiando las ganancias de corto plazo y desalentando inversiones de largo plazo. La ganancia cortoplacista constituye el parámetro actual del comportamiento racional de las empresas. La pretensión de que todo tiene un precio, hace que el dinero sea el más alto de los valores que la sociedad enarbola, transformando al mercado en la institucionalización del individualismo, la codicia y la irresponsabilidad. Los mercados financieros, lejos de motorizar el financiamiento de proyectos generadores de empleo, se han transformado en verdaderos casinos globales. Las guerras de antaño se han transformado en mercado; el sufrimiento que éstas producían no se cuantifica en los campos de batalla sino en el campo social donde se libra la peor y más silenciosa de las batallas, la del hambre, la pobreza, la desigualdad y el desamparo.

Los múltiples estímulos que recibimos nos han anestesiado al punto de la insensibilidad frente al sufrimiento ajeno engendrando un individualismo desenfrenado por un sistema publicitario que se basa en la exaltación y culto a la personalidad y la superioridad. Hemos gestado una civilización que se vanagloria de sus superficiales y frívolas metas. Una sociedad no es necesariamente desarrollada porque disponga de cuantiosos medios materiales producidos al servicio del mero deseo aspiracional, sino cuando logra expandir las potencialidades humanas y comunitarias de los individuos que la conforman.

La mayor parte de la población mundial vive en ciudades con el aspecto contaminante que eso implica al corromper nuestra visión; esto se debe probablemente a la falta de contacto del ser urbano con un medio ambiente natural que le confiera paz y serenidad e inspire verdadera sabiduría, sensatez y cordura. Dado que, en las ciudades las personas quedan completamente escindidas del contacto con otras formas de vida que no estén domesticadas, el sentimiento de pertenecer al medio ambiente no puede cobrar vida y como resultado desconsideramos todo aquello que precisamente se necesita para vivir, como el agua, el aire y la vegetación. La contaminación de este mundo no solamente es química sino también espiritual. Padecemos una suerte de cercenamiento cognitivo que desnaturaliza nuestra íntima relación con la naturaleza, lo que queda reflejado en nuestras cotidianas acciones.

Es por eso que el desarrollo no debería comenzar en los mercados, sino en la gente. El desarrollo de las capacidades humanas, el aprendizaje de los modos de relacionarse y de hacer las cosas, la energía social y comunitaria que pueden ser desplegadas tras objetivos compartidos; más que factores materiales se requiere de la formación de nuevos comportamientos, de una ética de responsabilidad individual y social, de determinados hábitos de trabajo y métodos de organización humanizados espiritualmente sanos: un desarrollo que quisiera denominar como “desarrollo responsable”.

Sin embargo, el mundo de hoy nos impone la irresponsable cuantificación elefantiásica y el resultadismo cortoplacista. ¡Error! Es imperativo que la calidad complemente a la cantidad. Las cifras elevadas no siempre reflejan un espíritu optimista, pueden indicar monstruosidades, epidemias, desastres y extinciones. Vivimos hoy la paradoja de constatar que la aceleración del crecimiento económico suele estar acompañada de la desaceleración del desarrollo social y ambiental. Pensar sólo en el crecimiento económico como objetivo de la sociedad, es equivocado pues claramente tiene un cariz canceroso. El término mismo puede representar un peligro potencial, si lo que crece es la deuda, el desempleo, la pobreza, la contaminación, la población, el costo de la vivienda, el colesterol o la obesidad. Aumentar puede significar declinar. Lo que en un tiempo fue la medida de progreso, hoy tal vez sea una mala señal que evidencia desequilibrios futuros.

Hay una paradoja subyacente entre dos poderosas visiones: la economicista, sustentada en el concepto de crecimiento material y la visión de la sostenibilidad, base mensurable de la “acción responsable”, basada en el concepto de desarrollo. Aunque frecuentemente se confunde entre estos dos conceptos, hay claras diferencias entre ellos: crecimiento es un aumento en tamaño o en número, mientras que desarrollo es un aumento en capacidad y potencialidad por lo que involucra el aspecto cualitativo. Así, por ejemplo, un basurero o un cementerio crecen, pero no se desarrollan, mientras que una persona puede desarrollarse aún después de haber dejado de crecer. Si bien la palabra “desarrollo” apunta claramente a la idea de cambio direccional, es válido afirmar que el desarrollo no significa necesariamente crecimiento cuantitativo. En la sociedad, el mejor reflejo del crecimiento económico es el nivel de vida, mientras que el mejor reflejo de su desarrollo es su calidad de vida. Claro está que la calidad es mucho más difícil de tratar que la cantidad, de la misma manera que el ejercicio de juzgar es una función más alta que la habilidad de contar y calcular.

La mayoría de los consumidores desconocemos hasta qué punto los productos que consumimos pueden afectar al medio ambiente y tal vez peor, ignoramos cómo muchas empresas operan explotando brutalmente a sus trabajadores, a veces niños, valiéndose de la precaria condición laboral admitida en muchos países bajo el imperativo de las ventajas competitivas. Mientras ello suceda el intercambio global de mercancías nunca será justo. La nivelación del mercado mundial exige un cambio profundo de conciencia, una transformación cultural que redefina el concepto de desarrollo desde una nueva perspectiva. Debemos idear un nuevo concepto, el del “desarrollo responsable”.

Vivimos en un mundo de obsolescencia programada donde se consumen miles de toneladas de bienes sin tener en cuenta la cantidad de basura que se genera y no se internalizan los costos de su procesamiento o aquellos derivados del empeoramiento de las condiciones ambientales. Muchas empresas, que en un tiempo fueron inspiradoras de progreso están provocando la obsolescencia intencional de bienes durables, convirtiéndose en instigadores de la destrucción medioambiental. Nuestras decisiones económicas descartan los impactos adversos que pudieran sufrir las generaciones futuras. El fenómeno del cambio climático debido a la acción antrópica, la creciente desertificación y pérdida de superficie cultivable, las crecientes tasas de extinción de especies con la consiguiente pérdida de biodiversidad, la fragmentación de nuestros bosques y la expansión de los basurales y las zonas arrasadas por la acción humana revelan un comportamiento alejado de toda responsabilidad.

Vivimos en un mundo de miseria. La gran mayoría de las personas no tienen las mínimas necesidades básicas satisfechas para tener una vida digna. Ya me he referido a la pavorosa pobreza y desigualdad que se expande por el mundo. Pero está también la miseria del consumista desbocado que no atiende al daño ambiental que contribuye a generar. Los lujos de nuestros padres son nuestras necesidades. Nunca como hoy, el hombre ha tenido a su disposición medios materiales tan eficaces pero nunca como hoy el hombre se ha visto a sí mismo tan privado de valores que le confieran sentido a su vida. La funcionalización de la vida nos convierte en meros engranajes de un sistema alocativo-productivo y nuestro sentido de pertenencia se limita al lugar que nos toca en determinado segmento del mercado. Trabajamos en lo que odiamos para consumir lo que no necesitamos. La sociedad moderna y el enajenado racionalismo de mercado se encargaron de producir gente enferma para tener una economía sana al servicio de la ganancia de unos pocos. Las personas nos hemos convertido en productores, consumidores, cifras, estadísticas, horas de trabajo y en esa transformación los sueños de democracia, libertad, solidaridad y ciudadanía han dado paso a una vida cotidiana de agresividad, codicia y competencia, una vida que sólo se realiza al penetrar los umbrales de esos no-lugares que son los shopping centers.

El modelo productivista de pensamiento ha servido al consumo (como etapa final en el proceso de producción) y no al consumidor que está cada vez más inmerso en esa miseria que origina la ausencia de sentidos y significados, la miseria de la indiferencia, la apatía, de la falta de solidaridad y tolerancia entre las personas. Peor aún, este modelo elefantiásico de crecimiento ha transformado en seres desechables a todos aquellos que no posean acceso al crédito; los pobres, por sus escasos niveles de ingreso, los ancianos y enfermos terminales, por la esperanza de vida limitada que tienen y las minorías étnicas, por estar al margen de la marea consumista.

Hay sociedades “pobres” que tienen demasiado poco, pero, ¿dónde está la sociedad “rica” que diga: “¡Ya, paremos un poco, dejemos de competir, ya tenemos suficiente!”? Como lo afirmaba Ernst Friedrich Schumacher (1911 – 1977) en “Lo pequeño es hermoso”, hemos llegado a una instancia en que debemos buscar como sociedad la forma de “maximizar las satisfacciones humanas por medio de un modelo óptimo de consumo y no maximizar el consumo por medio de un modelo óptimo de producción”. El esfuerzo que se necesita para este cambio nos impele a la acción individual y colectiva responsable; a una verdadera transformación cultural; a sustituir nuestros hábitos de consumo; a desconectarnos de la red de marcas mundiales que nos mantiene atrapados en el darwinismo aspiracional; a cambiar nuestra ciega búsqueda de confort por una exploración interna en busca de verdaderos significados que den sentido a nuestras vidas.

Vivimos en el mundo de la diversión, de la búsqueda de la evasión. Divertirse proviene del latín divertere que significa alejarse, ir más allá, evadirse. Todo aparece de improviso y desaparece velozmente. Se busca la rapidez, la superficialidad del impacto emotivo y toda la cultura se termina reduciendo al aislamiento del “zapping”, a la búsqueda de lo evanescente, de lo insustancial y, en ese proceso, la miseria se extiende a todos los órdenes de la vida. El hombre, cosificado en audiencia, desfallece ante la velocidad misma del hombre y se hace incapaz de recordar las atrocidades del mundo ante el bombardeo continuo de banalidades insubstanciales. Pasamos horas frente al televisor y así aprendemos que la pasividad ilusoria es “la” manera de relacionarnos con el mundo. Los mecanismos de producción cultural proponen una identidad precaria, mutable y desintegrada. Nos gratifica el éxito inmediato, cultivamos lo ilusorio, intentamos reflejar nuestro status en las marcas que consumimos para reconocernos y ser reconocidos por los demás.

Según numerosos estudios realizados en el ámbito de la psicología positiva, se ha demostrado que en la sociedad occidental, el poseer riqueza material y poder de compra no es precisamente sinónimo de felicidad y plenitud. Todo parece indicar que la correspondencia entre bienestar y bienes materiales es muy baja e incluso negativa. Si una persona se esfuerza por alcanzar un cierto “nivel de opulencia”, creyendo que la riqueza la hará más feliz, cuando lo logre proyectará escalar a otro nivel y así sucesivamente. La búsqueda de logros materiales tiene el límite de la situación de cada persona, pero los deseos no. Desde este patrón de comportamiento, a pesar de lo que se posea, siempre habrá insatisfacción y vacío existencial cuyo origen yace en lo que se denomina como “privación relativa”: una suerte de envidia, que hace que las personas evalúen sus posesiones no en términos de lo que necesitan para vivir bien, sino que se realiza la comparación con aquellas otras que tienen más, y como resultado se llega a la frustración y la infelicidad. La búsqueda desenfrenada de bienes materiales, lejos de proveernos plenitud, desvían o mejor dicho desvarían nuestras energías haciendo que nuestra sensibilidad hacia valores como la amistad, el trabajo comunitario, la cooperación, la introspección, el arte, la literatura, la filosofía, la reflexión, la meditación, etc., decrezca. No somos nuestro empleo, no somos el auto que tengamos, no somos los viajes que hacemos, no somos el dinero de nuestras billeteras y mucho menos los bienes que poseemos…

Millones de personas toman píldoras para dormir, para despertarse, para adelgazar, para la ansiedad, para la depresión, para estimularse, para la musculación… Más de 450 millones de personas en el mundo sufren de depresión. El consumo de antidepresivos, hipnóticos, sedantes, tranquilizantes, psico-estimulantes, ansiolíticos y neurolépticos se incrementa cada año. La farmacoterapia termina produciendo dependencia psicológica. Mucho se ha dicho sobre las adicciones: Adicciones al alcohol, al tabaco, a las drogas, a las comidas, al sexo, ciberadictos, trabajólicos, adictos a la TV, etc. La propagación de tantas adicciones no hace otra cosa que mostrarnos el grado de enfermedad que nuestra sociedad está alcanzando. Más aún, la vida en los centros urbanos nos impone otras adicciones y nos ha habituado a un estado de conciencia tan apático que nos hemos convertido en adictos a la mediocridad, a la anomia, al desgano, la indiferencia y la insensibilidad.

Vivimos en una sociedad que desalienta la audacia, que pretende encolumnarnos detrás de las expectativas hedonistas y consumistas que el modelo productivista nos trata de imponer desde la televisión. Hedonistas, porque parecería que el máximo objetivo a alcanzar es el placer de la tenencia material. Un placer que al buscar su satisfacción donde no debe, ensancha la frustración. No es en un nuevo perfume donde hallaremos la posibilidad de encontrar una pareja, ni en un automóvil la solución a nuestras inhibiciones. Consumistas, porque se pretende equiparar la potencia del ser humano con su capacidad de compra. El éxito estaría en relación directa con el inventario de objetos suntuarios que se poseen y en esa carrera ilusoria, las cosas dejan de servir a las personas, pasando las personas a ser siervos de ellas. En la sociedad de hoy, la imagen está por encima del pensamiento, se privilegia lo que se “ve“. Así, una 4X4 es mucho más visible que la ternura, la solidaridad o la honestidad. La radiografía de muchas personas a las que “les va bien” se caracteriza por el pensamiento moldeable, las convicciones sin firmeza, la pusilanimidad en sus nulos compromisos, la indiferencia ante la necesidad ajena, el relativismo moral, la ideología pragmática; suelen tener normas de conducta basadas en lo que está de moda y en la idolatría a la imagen, vidas que se asemejan a una desteñida publicidad televisiva.
Estamos perdiendo de vista aquello que nos hace feliz. Nos gustaría ser más altos, o más delgados, o más rubios; más algo respecto de los demás. Jamás estamos satisfechos con el dinero que ganamos y raramente con el trabajo que hacemos. La disconformidad no es, en sí misma mala, ya que puede estimular la búsqueda. El problema es que la sociedad del consumo ha inoculado en nosotros un plus de insatisfacción para transformarnos en los ávidos consumidores que el mercado requiere para su funcionamiento. La devastadora espiral del consumo que desvela a la economía de mercado se basa en que nadie esté conforme con lo que tiene y dicha insatisfacción, por sutiles mecanismos, va en dirección de su propio beneficio. Convertimos al consumo en nuestra droga, nuestro calmante existencial.

Hemos asimilado ideas que, como los muebles de una vieja casa, permanecen en el mismo lugar durante décadas y, dirigen cada movimiento en los hábitos de nuestro pensar y accionar. Las albergamos, pero sin saberlo, nos gobiernan. Somos una sociedad de enajenados que sólo cumplimos con el ajeno deseo social que nos pauta cómo trabajar, cómo amar, cómo distraernos, en definitiva, cómo ser no siendo. Incluso hemos degradado palabras imprescindibles para el desarrollo de una ética trascendente, palabras como virtud, amor, felicidad, compasión, plenitud y responsabilidad. Nos hemos convertido en ignorantes sin ninguna formación en un tema que, entre todos los concebibles pareciera ser el más trascendente, el conocimiento de uno mismo, la fuente generadora de toda acción responsable emanada de la sabiduría esencial.

Vivimos en una sociedad hipermóvil. Nuestra organización ya no se basa en asociaciones prolongadas basadas en la lealtad, la responsabilidad y el compromiso. Estamos movidos por asociaciones pasajeras, que son a la vez competitivas, interesadas, parasitarias y depredadoras. Perdimos de vista el placer por compartir. El amor al prójimo ha sido reemplazado por el miedo al prójimo. El miedo a que nos quiten el trabajo que tenemos, miedo a que no nos den el trabajo que necesitamos, miedo a que nos roben lo que poseemos, miedo a que nos maten porque nos interponemos en la frenética tarea por juntar más y más cosas. Nos encerramos en nuestros hogares, instalamos alarmas, tendemos cercos, compramos armas de fuego, y en nuestra soledad nos dedicamos falazmente a acaparar y consumir. Estamos gobernados por el deseo y el miedo, el contrasentido de la responsabilidad consciente.

La corrupción y el “sálvese quien pueda” están presentes en cada momento. Corrupto es aquel que se apropia de lo que no le pertenece, aprovechando alguna situación de poder. El hedonismo social engendró políticos que buscan “acomodarse” sin considerar a sus representados. La búsqueda del poder, ese gran afrodisíaco egocéntrico, tiene por objeto acceder a la enorme maquinaria estatal para distribuir empleo entre los obsecuentes del ganador. La participación política ha sido reducida a un vacío en el que el marketing político reemplaza a las ideas y el dinero a los votos. Los medios masivos de comunicación son funcionales a este vaciamiento de contenido social ya que intencionalmente fabrican y moldean la opinión pública al servicio de intereses espurios.

Tal vez como nunca en la historia estamos siendo testigos de una tremenda paradoja, la creciente inseguridad que experimentamos frente al futuro es percibida como una consecuencia del desarrollo económico, o sea precisamente del esfuerzo colectivo cuyo sentido no es otro que proporcionarnos dicha seguridad. Es pertinente preguntarnos si la modernización de la vida, sin ningún tipo de consideración por los valores humanísticos y espirituales, ha producido resultados positivos. Los problemas sociales y económicos que nos aquejan, no son producto de la escasez de recursos materiales o de la perversidad que nos infiere la naturaleza y el contexto, sino de nuestra deficiente condición para darnos cuenta que cada uno de nosotros es parte del problema. No vemos que no vemos. Las revoluciones no cambian una sociedad. Los verdaderos cambios históricos y sociales ocurren cuando un número suficientemente grande de individuos en una sociedad, madura hacia un nuevo pensar.

Ningún sistema social o económico o teoría económica alguna se sostiene por sus propias bases: están inevitablemente erigidas sobre una plataforma metafísica, es decir un punto de vista básico que se tiene sobre la vida, su significado y su propósito. Los sistemas sociales no son sino las encarnaciones de las más esenciales actitudes, cualidades y aspiraciones del ser humano. Hasta hoy, nos hemos adoctrinado en el empleo ingenioso de la tendencia humana a la codicia, el individualismo y el egoísmo como motivador de nuestra acción. No hay razón para separar el desarrollo humano de la eficacia en el ámbito de los negocios y el trabajo. No hay necesidad de negar que el consumo, la riqueza, la educación, la investigación y muchas otras cosas son necesarias en cualquier sociedad, pero lo que si es necesario hoy es una revisión de los fines a los que se supone sirven estos medios. Se trata de constituir las bases de una civilización sostenible que considere al sujeto como meta y punto de partida: un “desarrollo responsable” asentado en la interiorización del potencial humano y que se erija en una verdadera guía para la acción individual impecable.

Necesitamos consolidar un enfoque sistémico-holístico que reinterprete e interrelacione los conflictos de la actualidad en el ámbito de la política, la economía, la ética contemporánea, la ecología y la psicología con vistas a un renacimiento personal fuente de la transformación cultural que recree un nuevo modelo de ser humano que ilumine el camino de los tiempos venideros. Un nuevo viraje en donde lo humano represente “EL” valor primordial del que pende lo económico y no a la inversa. Resulta imprescindible promover una percepción integral en donde el hombre pueda vivir adaptando sus intereses al medio y no el medio a sus intereses. Se trata de construir, no sólo un nuevo orden económico más justo, sino uno existencial. Sistemas económicos alternativos libran batallas en una guerra que no pueden ganar, a menos que encuentren algún fruto surgido de una visión más humana y espiritual. Es necesario promover una transformación cultural que fortalezca los valores humanísticos y espirituales con miras a convertirlos en la auténtica infraestructura de la sociedad.

Es necesario sintetizar una teoría del desarrollo integral responsable, que sea comprensible para todos y cuyo resultado promueva la realización del esfuerzo común de todos en beneficio de todos. Más allá de las super-estructuras de los gobiernos y burocracias, hay vastos recursos en los pensamientos y la cultura de la gente, que aún no son tenidos en cuenta. Es la diversidad la que posibilita a la sociedad expresar su propio potencial subyacente; por eso hoy adquiere particular relevancia la necesidad de descentralización. Las ideologías que buscan implacablemente el control y la dominación, descartan toda posibilidad de trascendencia. Se hace necesario descentralizar el poder político y económico con miras a una mejor redistribución de la riqueza, entendida esta en el sentido más amplio de la palabra; porque la riqueza espiritual, hoy más que nunca, también cuenta. Es allí donde se inicia el proceso de desarrollo, en el interior de cada uno. Retornar a una concepción comunitaria de la sociedad, en donde los individuos participan y re-significan valores e ideales, no basados únicamente en leyes y reglamentos, sino asentados en lazos afectivos, amorosos, solidarios y humanitarios.

La meta por lograr es un cambio de valores en el que se desplace la competencia por la cooperación, el crecimiento material por el desarrollo espiritual, el resentimiento mutuo por la cocreación participativa. Se necesita de una cultura política de profunda implicación ciudadana que dé lugar a compartir los beneficios del progreso material, cultural y espiritual de la humanidad y que se base en cuatro metas esenciales: generar ideales colectivos altruistas, educar al ser humano, instruir en las buenas prácticas de la virtud e incorporar a las personas en movimientos de participación social con sentido comunitario.

El mundo del mercado trata de vendernos algo que en realidad, no tiene: acceso a una vida plena. La economía puede ofrecer muchas cosas para experimentar una vida plena: bienestar material, comodidades, confort, entretenimiento, diversión y ciertas formas de conocimiento. Sin embargo no puede proporcionar empatía social, valores y sentimientos profundos de comunión con el prójimo. Están quienes necesitan y quienes pueden dar. Sin embargo, la clave está en darse cuenta que todos somos “compartidores”, ya que la satisfacción de una necesidad material de unos, sería la satisfacción de una necesidad espiritual de otros. Trabajar juntos y responsablemente para reparar los daños de la escasez, tanto material como espiritual.

Imaginemos un mundo donde las personas aprendan por siempre, un mundo donde lo imaginado sea más interesante que lo conocido y tanto la curiosidad como la intuición contara más que el conocimiento instrumental. Imaginemos un mundo donde lo que regaláramos fuera más valioso que lo que retuviéramos, porque eso es lo que recibimos de otros; un mundo donde la alegría no fuera sólo una palabra, y no estuviera prohibido jugar después de alcanzar la adolescencia. Imaginemos un mundo donde el negocio de las empresas fuera imaginar los mundos donde todos los seres humanos quisieran vivir algún día. Imaginemos un mundo creado por la gente, con la gente y para la gente.
Es necesario superar la fragmentación social mediante la articulación, el aislamiento mediante la asociación y el encuentro en el que los valores de la convivencia humana, gobiernen por sobre la codicia de la ganancia no compartida. Es necesario construir un sistema global de economía solidaria, una economía que no se asiente en la codicia del enriquecimiento a costa de los demás, sino que represente una nueva moral, que vincule nuestra búsqueda de auto-realización con el bienestar del prójimo. Es preciso mostrar con experiencias exitosas, que la economía solidaria y la innovación social, bases del “desarrollo responsable”, es una mejor alternativa a la salvaje lucha darwinista por la supervivencia que propone el mercado deshumanizado. Es necesario confirmar que las pretensiones de legitimidad de los intereses particulares pueden dirimirse en un espacio democrático, compartido y participativo. Esta estrategia sólo puede consolidarse mediante una verdadera transformación cultural que comience en las personas.

Se trata de que cada uno de nosotros, los sujetos del “desarrollo responsable”, reinvente una relación comprometida con la realidad en su propio ámbito. Cada uno de nosotros, cada idea, cada emprendimiento, cada acción e iniciativa, cada conversación, importa. El mundo nos necesita más que nunca, necesita que tratemos sus problemas desde la raíz, penetrando sus más profundas causas y no, sólo atendiendo sus síntomas. Se requiere de nosotros que atendamos consciente y responsablemente las consecuencias de nuestras acciones, y así seamos capaces de imaginar y crear las condiciones para que el ser humano no viva en beneficio del desarrollo, sino el “desarrollo responsable” en beneficio del hombre.

Fuente: Capítulo de mi autoría publicado en el libro Espiritualidad y Política editado por Cristobal Cervantes y publicado por la Editorial Kairos en el 2011. Puedes hojearlo aquí.


Archivado en: Cambio de paradigma, Conciencia Integral, Desarrollo económico y otros desarrollos, Ecología, Economía solidaria, Espiritualidad, Estupidez Humana, Los horrores del mundo, Manifiestos, Tendencia Tagged: Conciencia Integral, Desarrollo responsable, desarrollo sostenible, sostenibilidad


This post first appeared on Humanismo Y Conectividad | La Evolución De La Con, please read the originial post: here

Share the post

Manifiesto por un desarrollo responsable

×

Subscribe to Humanismo Y Conectividad | La Evolución De La Con

Get updates delivered right to your inbox!

Thank you for your subscription

×