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La desarmada

La Desarmada es una soltera que pasó los treinta y todavía ostenta ese exotismo haragán típico de quienes se autoproclaman la oveja negra de la familia como si se colgaran una medalla en el pecho.

Sensual y atractiva, un poco hippie, pseudointelectual perezosa, irresponsable por desidia, a veces garronera y artesana amateur, la desarmada no encuentra rumbo en su vida. Conserva la esperanza intacta de convertirse en cantante, actriz o artista plástica, aunque no sabe bien qué quiere. Según sus propias palabras, si todavía no pudo concretar ningún proyecto personal, es porque no tuvo suerte, porque los medios están muy podridos, o porque su profesora de escultura es menos talentosa que ella y no la deja crecer.

Con meticulosidad infalible, la desarmada no termina nada de lo que empieza. Todavía debe un par de materias del secundario aunque incursionó en varias carreras —escenografía, bellas artes, psicología— con pobres resultados hasta que se fue a vivir afuera (estuvo una temporada vendiendo ropa en España con una amiga y un verano como camarera en Brasil) y se dedicó de lleno a probar suerte en el teatro under y rebotar en castings publicitarios.

Su currículum abriga los trabajos más diversos: animadora de fiestas infantiles —con traje de payaso y grabador—, recepcionista de un teatro, camarera en un bar del micro centro, profesora particular de inglés. Incluso hizo una publicidad de telefonía celular con la que ganó unos cuantos pesos e incursionó en el cine de autor de la mano de un grupo de estudiantes que le ofrecieron el protagónico de su cortometraje más importante (ocho minutos sin diálogos y en video), y tuvo una banda de Calipso pop durante cinco años que le robó descaradamente a la cantante de Mimí Maura.

Después de eso, se conformó con tener un profesor de canto y hacer algunos talleres municipales. Sueña con hacerse de un oficio estudiando estampado de remeras, maquillaje teatral, o portugués y con eso poder financiar sus clases de teatro. Es fácil reconocerla en cualquier curso porque falta mucho y luego interrumpe las clases preguntando lo que explicaron durante su ausencia durante las primeras tres semanas y luego desaparece para siempre.

A pesar de que es linda, la desarmada está siempre soltera o enroscada en relaciones complicadas con extranjeros (entre los que siempre hay un cubano o un brasilero), y hombres mayores o casados con los que no puede armar en serio. Llama fácilmente la atención por su desparpajo y su aire aventurero. Usa ropa holgada, un poco playera, con un dejo hindú y collares de cuentas. Jamás elige nada de oro o con brillantes ni demasiado cosmopolita. A veces también se hace su propio vestuario comprando en ferias americanas prendas que a veces tienen onda y a veces tienen onda de linyera, y se corta el pelo o se teje sus sweaters ella misma con modesta destreza y buen gusto.

Si bien vive sola y se proclama un alma libre, la desarmada no tiene autonomía real. Llega a fin de mes con la lengua de afuera, vive en un departamento que le presta su familia, paga las clases de teatro con la plata que le da su abuela, y a menudo consume el resultado de sus saqueos semanales a la heladera materna.

Cada vez que cambia de proyecto y quiere emprender algo nuevo, sin ir más lejos, les pide apoyo económico a sus padres, que —hartos, fundidos y desconfiados de su inconsistente iniciativa— la interrogan con prudencia hasta que ella se enoja y se va dando un portazo al grito de que nadie cree en ella o apoya sus proyectos.

En general tiene un hermano exitoso que cumplió con el mandato paterno y estudió administración o derecho, que está casado y tiene dos hijos perfectos, que de vez en cuando le tira unos pesos para que arranque con algún nuevo emprendimiento (un catering macrobiótico, acondicionar un cuarto para alquilárselo a un extranjero, vender cinturones de fibra de coco) para que la ayude a bancarse las clases de teatro. Pero a pesar de sus aportes, la relación es complicada. Se adoran pero sostienen un vínculo celoso, de ribetes incestuosos, que a menudo desemboca en reproches y peleas familiares. Para ella es clarísimo: él no tiene más que ella porque fue más responsable; tiene más porque es siempre fue el preferido de todo el mundo y el hijo obediente y perfecto.

No obstante, a pesar de que intermitencia de sus ingresos, la desarmada se las ingenia para viajar parando en lo de algún amigo lejano y cumpliendo con trabajitos rasos en el exterior. Se fue de mochilera a Europa, trabajó en un restaurante de Chile y fue niñera en Estados Unidos, hasta que se acostó con el padre de la familia que la alojaba y la mandaron de nuevo a Argentina adentro de una caja de Fedex.

Su departamento es viejo, cálido y está atiborrado de recuerdos, manualidades y artesanías, aunque, por falta de fondos, está bastante venido a menos. Hace años que no le cierra el horno o no tiene agua caliente, y aunque muchas veces tuvo oportunidad de ponerlo en condiciones, siempre prefirió gastar el dinero en un concierto, un vestido, o bien dilapidarlo lentamente en una cervecita nocturna para beber en el balcón.

Tiene un psicólogo medio chanta, que la atiende en la cocina, le ceba mate mientras la atiende, que jamás se llama licenciado Goldstein, sino Willy, La negra o Memé. Le gusta el I-Ching, leer el tarot, las runas pero también lee a Lacan. A veces medita u organiza encuentros de alguna disciplina rara vinculada con la expresión corporal y la filosofía oriental y cree mucho en la buena onda, la vibración y la energía que le transmite la gente.

Presenta, además, dos variantes muy marcadas: la brasilera y la folklorista. La primera, previsiblemente adora ir a Brasil a emborracharse con caipirinha en la playa y hacerse masajes con desconocidos, estudia capoeira y escucha bossa nova, sueña con irse a vivir a Bahía con un novio que toque el bongó. La segunda, en cambio, visita peñas y canta zambas con su guitarra, adora la comida regional, la ecología, los vegetales orgánicos, los tapices de telar, el mate con yuyos, la cultura indígena en cualquiera de sus formas y vacacionar en el norte argentino.

Pero a pesar de las diferencias, las dos son la misma persona. Un mujer desparramada, una promesa incumplida, un alma a la deriva, una voluntad que no encuentra el centro.



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