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La maldición de Nellie Oleson

Cuando tenía ocho o nueve años, lo primero que hacía al llegar del colegio era prender la tele para mirar “La familia Ingalls”. La mayoría eran capítulos repetidos, pero a mí no me importaba, porque lo que yo quería era ver a Nellie Oleson, que me parecía la chica más linda del mundo.  En esa época, mi madre llegó a creer que yo estaba enamorada de la actriz, pero la realidad es que mi problema no era un amor no correspondido, sino que yo tenía el Pelo lacio y los bucles dorados de Nellie me parecían un sueño.


A esa edad, ni siquiera me imaginaba que los bucles pudieran ser falsos, porque hasta donde yo sabía, la gente de pelo lacio moría lacia y la de Rulos, con rulos. A lo sumo, se podía intentar pasar al otro bando planchándose el pelo o haciéndose la permanente, pero siempre se notaba la conversión. El planchado duraba dos o tres horas antes de inflarse, y la permanente se parecía más a una alfombra de pelo largo que a una cabeza con rulos. A la larga, ni la plancha, ni la toca, ni la clara de huevo, ni los ruleros, ni el secador cambiaban la anatomía del pelo.

Por eso, lo más  lógico me pareció pedirle a dios —que era quien supuestamente me había hecho el pelo lacio— que me lo cambiara por el de Nellie. Todas las noches, al borde de la cama, con los ojos suplicantes, le pedía al cielo un milagro de vanidad: por favor, dios mío, dame los rulos de Nellie Oleson, por favor, dios mío, dame los rulos de Nellie Oleson, por favor dios mío dame los rulos de Nellie Oleson.

No sé si fue la pubertad o si realmente dios existe, pero en el puente hormonal que une los doce y los trece años el pelo se me enruló. Y cuando digo se me enruló no hablo de ondas , sino de bucles reales, complejos, rebeldes. Rulos en serio.

Ni bien mi pelo cambió, me di cuenta que el mundo de que la vida con rulos no era como yo había soñado.  Nellie tenía los rulos impecables porque estaban duros de spray. Mientras mis amigas de pelo lacio siempre estaban prolijas, yo tenía que rogar que no lloviera para no parecer un perro mojado. Y no era sólo yo. En general, fueron años duros para las mujeres con rulos, porque estaba de moda el pelo planchado y con claritos y nosotras no le interesábamos a nadie. Para no parecer un pompón de lana, vivíamos empapándonos los bucles con algún acondicionador bien espeso, o planchándonos el pelo todos los días hasta dejarlo pajoso pero chatito.

Recién una década más tarde aparecieron las planchitas profesionales, los productos anti frizz, los secadores de pelo iónicos y la crema para peinar y los rulos dejaron de ser un problema. Hoy en día, hay estilistas como la experta Ouidad que tiene salones, libros, un blog y una línea de productos exclusivamente dedicados a los rulos, y otras como Yukio Yamashita, que inventó el alisado japonés y tiene la primera peluquería del mundo destinada al planchado de pelo. Con estos sistemas, se lograron rulos y lacios tan naturales, que es imposible saber si una mujer lleva su pelo original a una fiesta. Incluso hay actrices o cantantes que un día aparecen lacias y al otro con bucles naturales y nadie sabe nunca con qué pelo nació. Ya no hay que rezar, ni llenarse de acondicionador, ni dormir con ruleros. Ahora el pelo se elige, no se envidia.

Por mi parte, a mis treinta y un años, tengo mucho cuidado con lo que pido, porque después de veinte años batallando con mis rulos, cuando por fin salió el shampoo para rizos definidos y me pude planchar el pelo para siempre, sin aviso ni ceremonia, de un día para el otro, mi pelo se alisó de nuevo.


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