Y Entonces fue que vino y puso y fue canción,
desmadejó su propio andar para volverse fe,
no dejó de mirarse los atrases, los despueses,
los varios desvaríos, la panzada final de ayeres.
Subido y cayente gritó un par de silencios, dos,
casi cuatro silencios potentes, animales, fríos,
los gritó muriente, pariendo las letras y los lodos,
sabiendo que su mueca sería piedra, lápida y piel.
Y entonces aquel sabor que su miedo acordonaba
pronto se fue volviendo golosa golosina, amargot,
iracundo argot amargo que sigue siendo armadura,
puerco y sangrío dolor que no se duerme ni muerto.
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