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Marlboro man

La tarde, en otro momento.
Acontecía, que caminaba por calles de Barcelona,
Un sol perpendicular que dora con su luz a todo el entorno,
A través de la vegetación, de los altos edificios,
La luz se desborda entre las amplias avenidas,
Los monumentos, la abundancia, tanta plenitud.
A contra luz, una figura.
A pocos pasos de mi, un hombre en traje gris, ansia fumar.
Entre los canastos de basura, escarba con los dedos cestos de colillas, husmea los exteriores del metro, las macetas, en andar la tarde detrás del vicio, en busca de que fumar.Para muchos un ambulante que fuma y come de los desperdicios de los demás. Un cualquiera que perdió el sentido, la orientación.
Se ve muchos al pasar, locos, desamparados, magullados, una mujer sin sus dientes frontales, vestida en una transparencia negra que trasluce unos bustos abultados, unos pezones endurecidos y moldeados en dentadas morbosas de placer, de urgencias.
Un buen pezón.
El resto de ella, tan prostituido, tan poco provocativo.
Un resto de mujer, abatida y tirada a la calle.
En el momento que la vi, comía sentada en el escalón de una puerta de calle, la acompaña un hombre delgado, envejecido, con la cara saltada de unos cuantos dientes y rasguños. Anticipe mi paso por delante de ellos, la mujer con un grano de arroz pegado al labio del beso, me sugería un encuentro, al pasar por delante de ellos.

Y bueno yo halagado le sonrío y observo la escena.
El hombre, que utiliza tirantes rojos para sostener sus pantalones, mesero de alguna fonda cercana, ofrece de comer a una prostituta desnoblecida, mientras acaricia una de sus piernas, a los pocos pasos escucho la voz de la mujer que me llama, venia detrás de mi con una tarrina de paella que le había ofrecido su amigo, trabaja en un restaurante y le brinda de lo que va quedando de tarde en tarde me explica. Aruñada el cuello, con la sonrisa despostillada, me ofrece su busto en transparencias, ignoro a mi intriga y declino aceptar la invitación a sus encantos polvorientos. Con un tufo persistente a salsa picante, acaricia mi hombro, mientras su comida se enfría en el extremo de la otra mano, me ha dicho como ultima propuesta; Que por 15 euros, iríamos a lo alto de la colina por debajo del puente a desnivel, me haría una francesa y follaríamos, sin mucho que decir continuaba con mi paso alejándome de esa mujer y su tarrina de paella, al entender ella, que no me convencería a que regrese, se devolvió por la esquina, seguramente a verle a su proveedor de alimento.O quizás, tramaban entre ambos pescarme entre los arbustos, por debajo del ruido de los vehículos que se encaminan a la autopista. Con los pantalones bajados a media rodilla, una prostituta destentada que seria una amenaza con sus mordeduras de sumisión, me toma por las pelotas y me obliga a enderezarme, sujeta mis testículos a sus garras de esmalte rojo, me intimida a que le deje actuar, me despoja de la billetera, abandona la sombra su cómplice, una figura pequeña que se enfila con una navaja por detrás, me toma por la cintura y presionando la punta de la navaja a mi nalga descubierta, me obliga a arrodillarme, toma mi reloj, la chaqueta, se hace de los zapatos, y en un acto desmerecido me clava un punta pie en el costado del abdomen. La puta se aleja por detrás acomodándose la teta que le cuelga de la blusa, me da un guiño y apresura el paso, solo escucho el resonar de sus tacones amortiguarse a los ruidos de los motores que circunvalan por encima de mi honor mancillado.
Pero seguro pensaran que uno es pendejo, de enredarse con personajes de ese aspecto, en una ciudad desconocida, por debajo de los elevados, me vería cara de turista cojudo, y ella en asombro de que yo rechacé estimulación oral por parte de esa boca lapidaria.

Quizás en otra ocasión me hubiese aventurado,
Así que apresuro el paso, retomando las avenidas antes de que anochezca,
Me hubiese provocado hacerle unas fotos,
Desnudado y emputecido para el lente.
La imaginaba tan bella en esa tarde.El hombre de traje gris había alcanzado ya la altura de la plaza, dirigiendo su andar en un azar en busca de colillas de cigarrillo, rebuscando monedas en los teléfonos públicos, adormeciéndose en los bancos, con el cansancio acumulado de noches de mal dormir.

Me acerco al individuo, le obsequio una cajetilla, me siento a su lado, el hombre enciende un cigarrillo, inhala el humo profundo, lo absorbe con gratitud. Es un desempleado que fue dado de baja, nunca supo como decirle a su pareja y a Sus Hijos que había perdido el empleo, que nadie lo contrata por su edad, que a duras penas come en el día, con el martirio del fracaso, abandono el lecho, fue en una tarde sin precedentes, luego de deambular por la ciudad en su traje gris y con su carpeta curricular bajo el brazo, sin ánimos de verse al espejo, con cuentas pendientes, sin fortuna, los hijos le habían perdido la fe, la mujer pudo conseguir un trabajo de limpieza y no necesitaba mas de sus lamentos, así que decidió no volver.Decidió no tener mas vergüenza ante su familia, ni permitir que su mujer le atropelle y le insista que es un buena para nada, que en sus años es una carga para el hogar.
Una mañana como tantas otras, salio de su domicilio con intenciones de no volver, con el suicidio en mente, nunca tuvo el valor de desaparecer del todo.
Así que deambula, regatea, y pide a lo divino que nunca coincida con sus hijos en la calle, en esa situación tan desventurada. Nombre: Modesto gallardo
55 años, profesión Ciencias políticas y economía.



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