03.38 mensaje de Whatsapp: 

Vi este mensaje nada más llegar a Casa. No quería perecer ansiosa pero tampoco maleducada, por lo que mientras me metía en la cama le escribí de forma escueta. Al día siguiente, no esperaba que me llamara. Pero Twitter me hizo algunas recomendaciones de perfiles a seguir y estaba él. Entré en su perfil. Había mucha actividad y supe por primera vez sus apellidos. Cotilleé en sus contactos. Nadie conocido, chicos, chicas, marcas, sitios web, muchos retuit y likes, nada extraordinario. No me atreví a seguirle. Era domingo y decidí quedarme en casa a ponerme al día de todo lo que había dejado por hacer durante la semana.

Después de hacer cuatro tonterías, volví a la carga. Si tengo su nombre y apellidos, puedo revisar su Facebook, que suele ser más personal que Twitter, a ver si tiene fotos. Tenía sólo algunas fotos antiguas, si quería ver más tendría que pedirle amistad. Me resistía a hacerlo. ¿Qué iba a pensar de mí si el día después de conocerle le pido amistad en Facebook? Mientras buscaba motivos para no hacerlo, entré en su Instagram. Muchas fotos, sitios bonitos con filtro Valencia, selfies favorecedores, platos de comida, algunas medio artísticas en blanco y negro, vamos el día a día de Instagram. Las horas pasaban, escrutaba su vida desde mi casa de un forma casi adictiva. Buscaba fragmentos de su personalidad en cada detalle, en cada like, en cada interacción. Estuve tentada en escribirle, incluso en llamarle. Necesitaba confirmar todo lo que había visto con él, con su voz.

Se hizo tarde y no llamaba, decidí dar una vuelta para olvidar toda esta Impaciencia. Fue poner un pie en la calle cuando mi móvil empezó a sonar. Entre el bullicio de la calle, sus primeras palabras fueron: