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UTILIZACIÓN DE LOS BAÑOS ÁRABES EN LA EDAD MEDIA

Aunque como ya he dicho antes, esta época no se caracteriza por la higiene de las personas, lo que produjo la transmisión y nacimiento de las enfermedades propias de la falta de higiene, haber, había baños, aunque no todo el mundo los utilizaba, aunque hacia la mitad de la Edad Media la gente fué tomando conciencia de las ventajas de la higiene.
Estos establecimientos abrían hacia las dos de la tarde, permaneciendo abierto hasta muy entrada la noche. Cuando el visitante acudía el baño se encontraba escrupulosamente limpio y deliciosamente perfumado con el aroma del tomillo o romero que se quemaba en los hornos. El bañista pasaba a la primera sala destinada a vestidor, que era la más fría del baño, donde se desvestía y se le entregaban dos paños blancos: uno para cubrirse las partes vergonzosas, ciñéndoselo a la cintura, y el otro para la cabeza a modo de turbante, y unas sandalias altas de madera o corcho llamadas chapines (si sigues viendo el blog, verás la imagen de uno de estos chapines), que les protegía del calor que el pavimento desprendía al estar sobre una cámara de aire que recibía el calor de las calderas. De esta guisa, con las pantuflas, un paño en el hombro (ya que pocos eran los que se avergonzaban de exhibir sus vergüenzas), y otro sobre la cabeza, pasaban a la sala central y principal del establecimiento, muy caliente y saturada de vapor. Allí se tendían en una tarima especial en donde comenzaban a sudar en reposo, y los bañeros, que en los palacios podían ser sustituidos por esclavas especializadas, favorecían la sudoración mediante fricciones enérgicas. Al fin de esta operación el bañista pasaba a la tercera sala y más caliente, por estar junto y casi encima de la caldera de cobre y el horno.
Siempre en cuclillas, era enjabonado de pies a cabeza, con abundante espuma, que se hacía desaparecer lazándole gran cantidad de agua muy caliente, con recipientes de madera resistentes a la transmisión de calor, levantando esta lluvia gran cantidad de vapor al caer al suelo caliente. Tras esta fase, muy importante en el ritual del baño, era necesario volver a la sala templada para reposar y reponerse, a lo cual los empleados ayudaban con expertos masajes. Esta transición era obligada antes de volver de nuevo a la sala caliente a tomar una nueva ducha, esta vez de agua bien fría, para después regresar nuevo a la sala central a reposar y tomar nuevos masajes reactivos acompañados de aceites y perfumes, dependiendo su calidad de la posibilidad económica del cliente. Ya reconfortado, el bañista se envolvía en una especie de albornoz de algodón, quedando en reposo en la sala central, con una sensación de ligereza, charlando con los amigos de religión, de política o sobre los chascarrillos de la vecindad. En este maravilloso ambiente era frecuente que algunos comieran o cenaran.
Los baños árabes consistían en un baño de vapor, a diferencia de las thermas romanas que cabía la posibilidas de inmersión, donde el agua, caliente o fría, era tomada en piscinas en las que era posible nadar, este ejercicio era considerado innoble por los árabes.



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