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ANGELA TURNER




I.

En una escala del viaje, 
bajamos del barco. 
Estábamos sentados en un banco.
Se inclinó y recogió una piedrita, 
me miró y me la dio como una ofrenda. 
Papá y mamá viajaban conmigo, 
Me doblaba en edad, hablaba poco, 
las palabras temblaban
sueltas en su cabeza 
adentro de una bolsa de dormir.
Para vivir cantaba, acostado y a ciegas,
en voz más alta que la bestial tormenta
que golpeaba la bolsa
donde retrocedían las palabras.


II.

("Esta noche, Señor, donde quiera que estés,
no te olvides de mí. 
Llevo en la mano una bolsa cerrada
donde se agita y me busca mi terror. 
Esta noche recuesta tu piedad en mi almohada").


III.

Se había adentrado a tientas en un limbo,
con su nombre cosido en las medias de lana. 
Buscaba en un invierno que no se acabaría
un eslabón perdido
en estado primario de embriogénesis.
La evidencia científica en un huevo incubado 
contra todo dolor, contra todo pronóstico,
por un pingüino inmóvil en un aro glacial. 
Fue más terrible que la trinchera en Flandes.
A la ciencia no le importó en absoluto su conquista
(ya era inútil mientras la realizaba,
sostenido por dos futuros muertos,
en el cero inicial de la colonia de cría).
Extendió las manos
vírgenes del peso de las bolsas,
se inclinó y recogió el misterio,
lo cargó en el trineo, lo acunó hasta Londres.
Un empleado indiferente del museo 
etiquetó su segundo y obstinado nacimiento
como el hallazgo de tres huevos inservibles.
Fue más hermoso que sus árboles en Lamer Park,
a los que cuidaría como a niños.
Me tapaba paralizada los oídos
cuando los electrodos le mordían las sienes.


IV.

("Esta noche, Señor, donde quiera que estés,
protege de la nieve a mi hombre tímido.
Protégelo de la culpa de sobrevivir").


V.

No quiso hijos inocentes que heredaran
bolsas que aterran y no pueden abrirse.
Los hijos que no tuve no verán los árboles, 
no tocarán en la noche infinita 
un pecho amarillo, unas patas tensas.
Investigué las formas del amor antártico. 
El pingüino emperador corteja a la hembra
ofrendándole piedritas en el desierto. 
Es su manera de decir 
"te elijo, 
para construir algo parecido
a un nido".

Estábamos sentados en un banco. 
Yo no había aprendido todavía
hasta dónde se extiende el Cabo Crozier, 
cómo hermanar la extensión de ciertos gestos. 






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