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Crítica al nuevo (y democrático) orden mundial

De igual manera que el pez grande se come al pez pequeño, los pececitos chiquitos se unen en bancos de peces, para ser más fuertes al juntar sus impulsos individuales, y el mundo se cuaja, aglutinándose poco a poco en un engrudo más denso y  homogéneo.  En vistas de ello parece casi inevitable que, tarde o temprano, en el futuro el mundo termine uniéndose políticamente, pues la tendencia al monopolio no solo ejerce su influjo en el ámbito económico capitalista.

Y de ser cierta esta tesis, ¿cómo será entonces esa 1ª República Mundial que nos espera? ¿Servirá para hallar una solución a los problemas que azotan al género humano, o servirá a las élites para gobernarnos a todos según sostendrían los conspiracionistas? Sin duda, para solucionar problemas globales se requiere de soluciones globales, eso es de cajón, y es necesario que un interés general prevalezca sobre el interés particular. Por lo que, siguiendo con la fantasía, el gobierno mundial que seguramente un día se establecerá en la tierra, nacerá con el fin de gestionar las problemáticas que afecten a la mayoría, y en consecuencia es muy probable que tenga una estructura democrática.

¿Y qué hay más justo que la democracia? En que cada uno da su opinión, y al final se hace lo que quiere la mayoría. En democracia, la responsabilidad es transferida a los ciudadanos, y son estos —o más exactamente sus mayorías— los que deciden su futuro.  Pero cuando el gobierno y las leyes quedan en manos de la opinión de la mayoría, es la publicidad ideológica el arma más terrible y potente que una minoría puede poseer. La democracia es dúctil, lenta, ineficaz, pero justa, por lo menos ”justa” si tomamos el grupo como un ente en su conjunto.

¿Pero qué pasa si la mayoría de la población está equivocada? ¿Qué pasará entonces? El sistema democrático de nuestra república mundial imaginaria seguirá siendo justo, pero errará en sus acciones. Por poner un ejemplo clarificador: Solo sobre el 14% de la población mundial se declara atea, es decir que no cree en ningún dios, por lo que si existiera un gobierno global y democrático, éste por fuerza debería ser teísta, en concreto abrahámico, dado que entre cristianos y musulmanes ya se suma más del 50% de la población mundial.  Yendo aún más allá, podríamos aventurar que dicho gobierno mundial además de monoteísta, sería patriarcal, monogámico y capitalista. Es un juego de mayorías, es democracia, es justo, y si al morir la gente, todas las acciones que haya tomado el gobierno mundial para que su población vaya al cielo no sirven de nada, porque no hay cielo adonde ir, será lo justo haber gastado tantos recursos en ello: es lo que quería la mayoría democrática, ¿no es así?

Este problema que nos presenta el imaginar un gobierno mundial, el de que la mayoría puede estar equivocada —sí, ni el cliente ni la mayoría siempre tienen la razón—, nos demuestra que en realidad no es la democracia lo importante, sino la educación, y la instrucción de los ciudadanos. Dar herramientas críticas a la población, enseñarle a pensar, es la mayor revolución a la que puede aspirar la sociedad moderna.

Pero los problemas que supondría un gobierno global no son solo ideológicos, también hay algunos de tan terrenales como el hecho que “no hay papeletas pa tanto chino”, para decirlo de una forma mundana. Claramente las votaciones tendrían que ser telemáticas, y debería idearse un sistema eficaz para ese fin, teniendo en cuenta la gran variedad orográfica y técnica del planeta en que habitamos.

¿Pero qué pasa con las minorías? ¿Qué pasa con aquellos que tienen alguna particularidad característica? Debemos entender que todos somos minoría en algún aspecto, porque el  ser imaginario medio que engloba el perfil democrático neutro no existe. Todos tenemos alguna afición que no es la más común del mundo, o hablamos algún idioma que no supera el 50% de la población terrícola, o tenemos el dedo gordo del pie más largo que los otros. De qué forma el gobierno mundial tratará a las minorías es la clave que establecerá su calidad real. Pero ¿cómo elegir a qué minoría favorecer? Matemáticamente a todos a la vez no se puede, eso debemos tenerlo claro, hay que elegir, hay que beneficiar a unos en detrimento de otros. En tal caso seguramente se favorecerá a aquellas minorías que tengan mayor potencial económico, y por tanto de influencia en los mecanismos de adoctrinamiento ideológico de la sociedad. Ni más ni menos como pasa en la actualidad.

Al final, todos terminaremos hablando alguna suerte de lengua franca, vistiendo como salen en el programa de moda holográfico del momento, o repitiendo las mismas muletillas pasajeras que tiempo después no tienen ninguna gracia. La unidad hace tender a la uniformidad, y la uniformidad es pérdida de variabilidad, que son opciones, que son en última instancia capacidades de adaptación de la especie. Ante un eventual ataque marciano a lo Orson Welles o una inesperada glaciación, la humanidad lo tendría peor si se ha perdido variabilidad. Porque la diferencia es riqueza, y hay que cuidarla y quererla. La diferencia son los colores y los sabores del mundo.

Es cierto que un gobierno mundial podría adoptar una respuesta común, unitaria, contra los alien, la glaciación o el monstruo de las galletas. Y esto sería beneficioso siempre y cuando la humanidad no se equivocara en el diagnóstico del problema. Esperemos que no pasara como con algunas soluciones ecológicas ante plagas, donde la introducción de una nueva especie para controlar una plaga ha supuesto más un nuevo problema que una solución. Porque la unidad da potencia, es cierto, pero endurece y hace perder flexibilidad. Y puesto que tendemos a equivocarnos a menudo, creo que es peligroso dejarlo todo en nuestras manos, y reducir variabilidad, que es una herramienta que funciona por sí sola.

Reflexionando sobre el nuevo orden mundial, es curioso contemplar como la idea del grupo viene definida por la idea de “el otro”. Sin el “no-nosotros” no es posible el nosotros. Seguramente esto es inherente a nuestra condición, y en consecuencia en una república mundial se crearían facciones ideológicas de forma espontánea, no necesariamente territoriales, que ejercerían de cohesionador identitario. Siguiendo con estas divagaciones, si dicho sistema global fuera capitalista, como es la mayor parte del globo y por imperativo democrático debería ser la república, fomentaría el individualismo y la pugna para la mejora personal. Aunque a la vez, por autoconservación, el mundo tendría su primera crisis interna, pues  debería incorporar la idea de la “preservación”, del equilibrio, para no sucumbir engullido por sí mismo; idea con tintes utópicos que pudiera ser entrara en conflicto con alguna condición propia del ser humano, o puede que no, pero que es condición indispensable para que el sistema pueda perdurar en el tiempo.

Al final, puede que sea solo una cuestión de educación, y no tanto de democracia. Puede que más importante que escoger, sea el haber aprendido a elegir antes.



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