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La "Muerte blanca", el francotirador desfigurado que aniquiló a 700 soldados soviéticos



«Hice lo que me ordenaron de la mejor forma que supe». Esta sencilla frase fue la que salió de los labios del francotirador Simo Häyhä cuando, ya anciano, le preguntaron cómo se sentía tras haber acabado con más de 700 soviéticos (entre 505 y 542 de ellos, acreditados y con su fusil) en la denominada Guerra de Invierno. 

Más allá de los problemas éticos, lo cierto es que dichas muertes permitieron a este finlandés -apodado la «Muerte blanca» por sus enemigos- convertirse en uno de los tiradores de élite más letales de la historia. Y todo ello, en los apenas 100 días en los que el diminuto ejército de su país tuvo en jaque a la gigantesca maquinaria militar de Stalin. 

Aunque es verdad que no logró aniquilar con un solo disparo a cuatro enemigos como sí hizo hace poco un soldado británico con cuatro miembros de Daesh, lo cierto es que Simo (cuya cara acabó desfigurada por un disparo) murió en 2002 sabiendo que entraría en los libros de historia como uno de los mejores francotiradores del mundo. 

Primeros pasos

Simo Häyhä, el futuro tormento de los soviéticos, vino al mundo en el pueblo de Rautjärvi el 17 de diciembre de 1905. Al menos, así lo afirman los divulgadores históricos Vesa Nenye, Peter Munter y Toni Wirtanen en su obra «Finland at War: The Winter War 1939-40». Y es que, atendiendo a las fuentes a las que se recurra, este militar pudo haber nacido en un amplio abanico de fechas. 

«Haya fue el segundo hijo más joven de una familia de ocho. Estudió gramática en la escuela y, muy pronto, comenzó a ayudar a sus padres en la granja familiar. Sus hobbys siempre incluyeron el esquí, disparar, cazar y jugar al Pesapallo, la versión finlandesa del baseball», explican los autores. El destino quiso además que la aldea en la que vivía estuviese sumamente cerca de la frontera con los rusos, los mismos a los que luego asesinaría a decenas. 

Como señalan estos expertos en su obra, Häyhä ingresó a la edad de 17 años (fecha discutida, pues se ha extendido que fue a los 25) en la Guardia Civil Finlandesa (Suojeluskunta), un cuerpo que provenía de la vieja Guardia Blanca que había combatido en la guerra civil del país contra la denominada Guardia Roja. En este cuerpo, nuestro héroe pasó horas y horas al aire libre perfeccionando su puntería. Ese número incontable de disparos, unido a su talento natural, le convirtieron en uno de los mejores tiradores de su unidad.
«Fue un experto tirador. Ganó competiciones acertando seis veces en un minuto a un pequeño objetivo ubicado a 150 metros de distancia», añaden los divulgadores históricos. Entre 1925 y 1927 (cuando apenas contaba 20 años y sumaba 1,52 metros de altura), llevó a cabo el servicio militar obligatorio de su país en el Batallón Ciclista. 



Posteriormente fue ascendido a cabo después de cumplimentar el curso de suboficiales. Apenas unos meses después superó las pruebas para convertirse en francotirador. Sin embargo, terminó retirándose a la granja familiar para tener una VIDA tranquila. Al menos, hasta que comenzó la Guerra de Invierno.
Una guerra gélida
Para entender cómo un granjero de Finlandia terminó siendo uno de los francotiradores más letales de la historia es necesario retroceder en el tiempo hasta el año 1939, poco después de que Hitler y Stalin se repartiesen la conquistada Polonia mediante un tratado político. Para entonces el líder soviético ya se había anexionado también Lituania, Letonia y Estonia, y andaba más que ansioso por expandirse por otros territorios presentes en Europa. 

Así fue como sus ojos se tornaron hacia Finlandia, una región que -de estar bajo su poder- le garantizaría una salida directa al mar Báltico y, además, le permitiría desplazar Sus Fronteras lejos de Leningrado (demasiado cerca de los posibles enemigos).

Por pedir que no quede, debió pensar el líder soviético. Así que, demostrando tener más tez que espalda, invitó a una delegación de Finlandia al Kremlin el 14 de octubre de 1939 para convencer a sus integrantes de que lo mejor que podían hacer era aceptar la hoz y el martillo. Algo que, como explica el historiador y periodista Jesús Hernández en su obra «Breve historia de la Segunda Guerra Mundial», terminó haciendo entre «amenazas y compensaciones».
Los emisarios regresaron a su país y, un mes después, declinaron la oferta de la URSS. Como dicta la lógica, preferían mantener sus fronteras tal y como estaban.

Si los finlandeses tardaron un mes en responder, A Stalin no le ocupó ni unas pocas horas decidir qué hacer. «Sin previa declaración de guerra, el Ejército Rojo atacó Finlandia el 30 de noviembre de 1939. Al contrario de lo que hicieron los polacos, ellos se retiraron a una sólida línea defensiva desde la que poder rechazar a los rusos», determina Hernández. 



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