Dejé la Laguna mediada la mañana, cuando ya el sol había limpiado todo el cielo. Sobre el agua, apenas agitada por los rápidos soplos de la brisa, no habían quedado vestigios de la niebla cerrada que, al amanecer, cubrió toda la superficie. Había valido la pena levantarse temprano y ver la niebla dispersándose sobre la laguna en copos sueltos, como si el sol, cuidadosamente, los fuera barriendo