Esta semana he visto unas imágenes algo extrañas: las de unos cuantos supremacistas americanos bebiendo leche descamisados. Va a resultar que el mal no es banal, sino infantil. La escena se “justifica” por una interpretación sui generis  de estudios genéticos que hablan de diferencias raciales en la asimilación de la lactosa. Algunos biólogos se están preguntando cómo pueden evitar que sus hallazgos científicos sean utilizados para legitimar posiciones racistas (y anti-científicas).

La ética también ha tropezado -de nuevo- con los desarrollos en inteligencia artificial. Lo último es un estudio de The Citizen Lab sobre la automatización de la toma de decisiones con respecto a la acogida de refugiados e inmigrantes en Canadá. El informe recomienda parar esta práctica inmediatamente y, en todo caso, hacer públicos y abiertos los códigos detrás de los programas que están tomando esas decisiones.

Un caso diferente de error por automatización tiene que ver con la censura en las redes sociales. Chris Peterson, de Civic Media, nos cuenta cómo Twitter le bloqueó la cuenta por considerar sexista un mensaje que, aun siendo claramente feminista, incluía una combinación de palabras que le pareció sospechosa al filtro.

Mientras tanto, en España el Congreso ha acordado por unanimidad (¿?) volver a incluir la Filosofía como materia obligatoria en Secundaria. Me resulta una noticia tan positiva como inquietante. ¿Los políticos ayudando al pensamiento crítico? ¿Qué me estoy perdiendo?

Mark Lieberman me ha descubierto en Language Log la palabra italiana umarell, que denota a “hombres jubilados que pasan el tiempo observan cómo se trabaja en las obras”. Significaba originalmente “hombrecito”.

Los males de la Universidad española parecen compartidos con el resto de nuestros colegas europeos. Podríamos intercambiar los artículos de protesta: excesiva burocratización, trabajo bajo sospecha, dinámicas neoliberales de producción científica, etc. Estella Carpi se ha fijado en un fenómeno concreto: en la importancia adquirida por lo lingüístico en la publicación constante de artículos (vacíos de contenido). Y, hablando de lengua y academia, me ha gustado el neologismo de eduspeak referido a los cursos de supuesta formación docente, también con una jerga muy elaborada (y también vacíos a menudo de contenido). Otro mal compartido.

Por último, quiero llamar la atención sobre lo último de la revista Mètode, que ha aprovechado que el 17 de octubre es el día mundial contra el dolor para publicar un número dedicado íntegramente a ese tema con el subtítulo “Ciencia y ética de un síntoma universal”. Mi enhorabuena por adentrarse en una de esas cuestiones que, siendo tan importantes, parecen casi tabú por lo poco que se publica sobre ellas fuera de los ámbitos especializados.