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Mi destino es poético y no utópico



Mis objetivos son precisos en esta vida: poéticos, no utópicos.
Recorrer las montañas y los cerros, es recorrer las ciudades por sus extremos, es bordear apenas la naturaleza primitiva (aclaro, para no engañarnos con que la proeza radica en su absoluta penetración), pero sí ampliamente es tocar las ciudades donde dejan de ser confortables. Similiar encuentro con el mar de los oceános (espacialidad pendiente en mis itinerarios). Ahí se define una arquitectura abierta particular, una dimensión específica, no hallable en otra área de las ciudades mismas, por cuanto desvela un vínculo del habitar humano inigualable, y que expone una relación de alcance.

Alcanzar, nos remite a una posibilidad emergente, de manera que implícitamente ya nos habla de un sendero, un rumbo, un trayecto. Un trayecto que al menos surge del cuerpo en su condición de movimiento. Y si nos aventuramos a decir más, podríamos postular que se trata de un surgimiento incluso más profundo, de una e-moción, del ser-mismo. Yo creo que surge desde aquí. Ese aquí que apunta al centro del interior de uno (y que se extravía en lo metafísico). Alcanzar determina un proyecto con geometría de epicentro, el destino es una manifestación de un epicentro que como manifestación se vuelve origen. La utopía, por lo contrario, carece de trazabilidad, es la idea que flota como la nube expuesta a que cualquier viento, a que cualquier manifestación física la disuelva o deforme. He aquí también el rasgo poético: admitir la física (φυσικά), que no la tergiversa ni la reniega.

Lo poético en cuanto física y alcance, como soslayé anteriormente, nos habla también de lo metafísico, pero que de ningún modo es excluyente de la experiencia física. Vale decir, lo que está más allá es evocación de la experiencia física. De esta manera lo alcanzable puede mostrarnos la magnitud de lo trascendente, con cierto guiño panteísta, si alguien lo prefiere.

Vuelvo a la imagen idealizada de los caminantes incas que cruzaron el desierto y las laderas andinas hacia el sur del continente y que vieron el territorio como una expansión del ir desde la perspectiva del pájaro. ¿No hay acaso, en la e-moción, una complicidad arquetípica con el cóndor, cuando lo vemos volar sobre nuestras cabezas? Más aún, radical, acostumbrados a un ojo que traduce o interpeta la realidad asumida en acontecimientos desde las pantallas y los dispositivos ortogonales.

El ojo en la perspectiva del vuelo, es un ojo que recorre en picada, la ortogonalidad es trastocada, nuestra afirmación visual de lo físico es alterada. Pensemos en que si hemos erigido nuestras ciudades a partir de cálculos y aproximaciones decimales, a partir de una frontalidad ortogonal, qué ocurre al rotar verticalmente la línea del horizonte. Surgen los números reales y los irracionales... Y por supuesto, los trascendentes. Por cierto, que se trata de una ejemplificación con una cita libre al descubrimiento de Hipaso de Metaponto, de la raíz cuadrada de dos, en el cálculo de la hipotenusa.

Esta forma de mirar la ciudad también puede referirnos a una mirada regidora, la del rey, sin embargo de algún modo romántica y fantástica, por lo que habría que indagar más en su relación con la capacidad de ver lo trascendente (probablemente lo regidor esté vinculado a la totalidad como aquello válido sólo si es perteneciente, y entonces la declaración de los muros y de la contención).




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