Para Silma, com mis mejores deseos.
Un instante de la niñez me dice que entonces
por cuidar los manteles
comíamos las uvas en el aire.
Una conversación pedregosa
partía de una punta de la mesa.
La otra punta estaba vacía.
A los lados de la mesa
el silencio.
Al borde de las sillas nos sentábamos
tratando de no herir las esterillas
y no se sacaba siquiera
la punta del pie de los zapatos.
La distracción estaba a cargo
de alguna mosca que se posaba aquí y allá.
No decíamos
lo que guardaba el pequeño pecho
ni siquiera
que el pececito de la pecera
parecía agitarse cuando nos acercábamos
o que una de nosotras
bordó en punto atrás una amapola azul.
EDITH VERA
Un instante de la niñez me dice que entonces
por cuidar los manteles
comíamos las uvas en el aire.
Una conversación pedregosa
partía de una punta de la mesa.
La otra punta estaba vacía.
A los lados de la mesa
el silencio.
Al borde de las sillas nos sentábamos
tratando de no herir las esterillas
y no se sacaba siquiera
la punta del pie de los zapatos.
La distracción estaba a cargo
de alguna mosca que se posaba aquí y allá.
No decíamos
lo que guardaba el pequeño pecho
ni siquiera
que el pececito de la pecera
parecía agitarse cuando nos acercábamos
o que una de nosotras
bordó en punto atrás una amapola azul.
EDITH VERA