| Vendedora en la medina de Chauen (Marruecos) - Nerea (2014) |
La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros. Sucedió así. Estaba sola en casa. Me encerré en ella, también tenía miedo, claro. Y luego la amé. La casa, esta casa, se convirtió en la casa de la escritura. Mis libros salen de esta casa. También de esta luz, del jardín. De esta luz reflejada del estanque. He necesitado veinte años para escribir lo que acabo de decir.
Escribir (Marguerite Duras, 1993)
Solo. Terriblemente solo. Sin el terriblemente durante mucho tiempo, simplemente solo. Durante ese tiempo, siempre tuve a gente con la que compartir mi Soledad y sus ventajas. Me sentía feliz, pleno conmigo mismo. Buscaba el silencio, que me enriquecía y me sentía superior de todos los que lloraban su soledad. No necesitaba más, independiente y autosuficiente. Pero el hábito de sentirme solo se transformó en tristeza una buena mañana. Primero, me atacaba algunos días, como un pequeño resfriado. Luego la tristeza se quedaba en mi casa una temporada como un invitado que alarga su estancia. Finalmente, soledad y tristeza se convirtieron en inseparables. La huida de una me hacía rechazar a la otra irremediablemente. No creáis que acepté esta situación como un corderito, luché y luché por recobrar mi preciada soledad. Sin embargo, ya no puedo esconder que me siento solo y triste. Incluso en los intentos de rodearme de mucha gente para adormilar la tristeza, la soledad se apodera de mí. Avergonzado por mi propia soberbia, sin nadie a quien recurrir. Solo. Blue.
