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Dos monjes bizantinos robaron el secreto de la seda a China

Alessandro Baricco tuvo un éxito enorme con su libro Seda. Lo leí ya hace tiempo, pero guardo buen recuerdo de la narración y, por decirlo de alguna forma, del ambiente del libro. Es la historia de un francés que en el siglo XIX viaja cada cierto tiempo a Japón, que entonces era un mundo aislado y distante en todos lo sentidos, para comprar gusanos de seda para la industria textil de su pueblo. Mucho antes de ese siglo XIX, las rutas comerciales de oriente que traían la seda a Europa eran un gran negocio. Hasta que dos monjes bizantinos robaron el secreto de la seda a China.

A petición de Justiniano I el Grande, dos monjes bizantinos robaron el secreto de la seda a China tras pasar dos años en esa aventura

La seda ha estado unida en gran medida al Lejano Oriente en nuestra cultura popular. Hay una leyenda mencionada por Confucio que habla de una princesa, Si-Ling-Chi, que unos 2.700 años antes de Cristo descubrió el secreto de la seda de manera casual. Un capullo de oruga caído de un árbol acabó en su té caliente, y a partir de ahora descubrieron cómo era el proceso de producir seda a partir de los gusanos. Porque uno de los pasos del proceso habitual de producción de la seda es el meter en agua hirviendo la oruga antes de que comience su metamorfosis y sacarla de su capullo.

La seda, como material textil, era deseada en Europa y durante siglos los mercaderes la transportaron de China hacia el oeste. Esto dejó importantes beneficios a muchos de ellos, pero a mediados del siglo VI el emperador bizantino Justiniano I el Grande hizo un movimiento que cambiaría este mercado para siempre. Y también su propio imperio en cierta medida.

La seda era, junto con el oro y algún material más, lo más valioso que se podía conseguir y lo que marcaba el máximo estatus. Cara y escasa, en ocasiones llegaba a ser más apreciada que el propio oro. Justiniano pensó que producir seda de manera propia no sólo le ahorraría dinero, sino que también le permitiría ganarlo. El secreto de la seda estaba en el Lejano Oriente, y el emperador bizantino envió a dos monjes hacia el este con una tarea, descubrir el secreto de la creación de la seda.

Dice la leyenda que sacaron los gusanos escondidos dentro de cañas de bambú

Aquel era un viaje largo y complicado. Una distancia enorme y supongo que arriesgada, porque los monjes tenían como misión lo que hoy consideraríamos una especie de espionaje industrial. En cualquier caso cumplieron con lo que les había encargado Justiniano. Volvieron tras dos años de tumbos por oriente con una buena cantidad de gusanos de seda que habían sacado escondidos dentro de cañas de bambú. Había que esconderlos porque estaban haciendo algo parecido a un robo o contrabando. Otras versiones cambian esas cañas de bambú por otro tipo de objetos, lo que me lleva a pensar que quizás haya algo de leyenda en esta historia.

El Imperio Bizantino se hizo así con el secreto de la sericicultura y gracias a que las moreras proliferaban bien en la zona de lo que hoy es Siria y el Líbano, el negocio fue un éxito. Por supuesto, los altos cargos de la Iglesia y el gobierno disfrutaron masivamente de la seda en sus telas, y el gobierno controlaba su comercio y producción.

Como decíamos, esta seda bizantina no sólo redujo las exportaciones chinas, sino que también fue un golpe para los comerciantes persas que la traían de allí.

Empezábamos la entrada la Baricco y la acabamos también con él. En la entrada sobre el piloto que ganó las 500 millas de Indianápolis al usar espejo retrovisor, ya apunté que había conocido ese hecho en el libro El nuevo Barnum, también de este autor. Es una obra muy diferente de Seda, ya que es una recopilación de artículos sobre mil temas, pero también merece una lectura.

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