Get Even More Visitors To Your Blog, Upgrade To A Business Listing >>

Así empezó

Sus ojos estaban descubriendo paisajes muy diferentes al de las suaves laderas, siempre verdes y con grandes robles, que habían sido su vida de siempre. A las montañas mas grandes de lo que se podía imaginar existiesen, había seguido una inmensa llanura de color amarillo que se movía con la brisa en profundas ondas. ...

Sacó pan negro y un pedazo de tocino del zurrón, mientras seguía mirando de reojo, fascinada, el paisaje. ... Todos le contestaron, agradecidos con una sonrisa, que no ¿quién iba a quitarle un miserable trozo de tocino a una niña que desde que inició el viaje no había comido otra cosa? Mordió con hambre el pan y a continuación le pegó un buen mordisco al tocino que como no acababa de partirse tuvo que tirar con fuerza de él, un poco con la mano y otro poco con los dientes, hasta que un trozo quedó libre en su boca. ... Al verla comer varios de los pasajeros sacaron de sus bolsas comida: pan de centeno, embutidos, empanada, fruta y algún trozo de tortilla de patatas, ya con aspecto rancio. ...

Cuando acabó de comer guardó el pan que le había sobrado, envolvió el tocino en un pedazo de papel y lo puso todo en el zurrón que dejó encima del banco de madera a su lado.

Era de aspecto frágil, pequeña. ... Su pelo, muy negro y muy rizado, le caía por los dos lados de su cara, que curtida por el sol se había vuelto morena a pesar que la piel, que se veía escasamente en el borde del cuello de la blusa, era de una gran palidez. ...

Al despertar del sueño en que había caído después de la corta comida, vio que el paisaje había cambiado y que además llovía. ... Aquellas largas tardes en el monte, preocupada de que la vaca no se escapase pues, si ya era difícil pillarla en seco, mucho mas lo era en el barro, con la preocupación añadida de no perder ninguno de los zuecos. Ahora tenía sentimientos muy encontrados: el miedo a lo nuevo, a trabajar de criada (miñona escribía su hermana en las cartas); a una lengua que no conocía, ¿se parecería al gallego?... Recordaba la miseria, el estar comiendo siempre, mañana, mediodía y noche, el mismo cocido que estaba allí, en el fuego, colgado de tres cadenas, desde que Ella tenía uso de razón. ... El criar un cerdo al año para venderlo en la feria a trozos, quedándose ellos únicamente con el tocino, para poner en el cocido perpetuo, o para comer medio curado, como ahora hacía con el que llevaba en el zurrón.

No guardaba buen recuerdo de su casa, ni de la pequeña aldea formada por diez casas y un cementerio. Ni tampoco de la escuela a la que había ido solo tres meses puesto que su padre dijo que a una mujer no le hacía falta mas. ... Su único buen recuerdo era ver a su hermano José, el mayor de los ocho, llegando a casa para pasar la Navidad, después del largo viaje desde las minas de Asturias, cogiéndola en brazos y dándole un regalo a la hermana mas guapa y mas buena del mundo. En doce años nunca se había olvidado de traerle un regalo ni de cogerla a ella antes que de hacer cualquier otra cosa al llegar a la casa. En el zurrón, junto al pan y al tocino, llevaba la muñeca de trapo que le regaló cuando tenía seis años. ...

De su padre mejor no hablar, miedo le tenía aún ahora estando en el Tren y tan lejos de la aldea. ... Nunca olvidaría, aunque viviese mil años, el terror que sentía cuando volvía a casa, de noche ya, sin la vaca, después de haber estado corriendo por el monte buscándola desesperadamente horas y horas. El terror que sentía cuando su padre la miraba fijamente y le decía que otra vez había vuelto a perder a la maldita vaca y esconderse no valía de nada, era incluso peor, como aquella vez, tendría siete u ocho años, en que no se atrevió a ir en dos días a casa, en que estuvo comiendo castañas que recogía del suelo hasta que no pudo mas por el hambre y por el frio, y volvió. ... Y la maldita vaca estaba de vuelta, tumbada tranquilamente en el establo que ocupaba toda la planta baja de la casa, tumbada debajo de las tablas en las que ella tendría que haber estado durmiendo al calor de sus hermanos durante esos dos días.

Por eso cuando su madre le dijo hacía una semana que se iba a ir a trabajar a Barcelona, de criada, con su hermana Pura, no protestó, no lloró, no dijo nada. ... Después le dijo que enviase por giro postal la primera mensualidad, la segunda, y así tantas como fuese necesario para pagar el billete de tren, el pan y el tocino que le pondría en un zurrón. Ella ni siquiera preguntón que era un giro postal ni cuanto dinero costaba todo eso, su hermana Pura ya se encargaría de todo.

Pararon en una estación en la que ponía el nombre de Zaragoza. ...

Al rato de arrancar el paisaje se volvió agreste, desértico. Las pocas plantas que veía eran diferentes a todo lo que había visto hasta entonces, el verde desapareció por completo. ... Volvió a dormirse sentada en el banco de madera y, sin poder evitarlo por el cansancio, apoyó su cabeza en la señora que estaba a su izquierda. ... Ante ella había edificios grises, grandes chimeneas soltando columnas de humo y detrás de ellas se podía ver pequeños trozos de lo que suponía era el mar. Preguntó si habían llegado ya a Barcelona y le respondieron que si, que eso que estaba viendo ella eran las fábricas del Pueblo Nuevo, que dentro de poco llegarían a la estación de Francia, que el viaje ya se había terminado. ... Se colgó el zurrón al hombro y esperó, igual que las otras personas, a que el tren parase para poder bajar. Eso era lo que mas deseaba ahora en el mundo, bajar del tren y poder andar de verdad un rato, no como los paseos que se había pegado por los pasillos del tren, arriba y abajo, en aquellos momentos en que la inmovilidad del asiento se le hacía inaguantable.

Pensó en su hermana Pura a la que no había visto desde hacía cuatro años, cuando la acompañó al tren para venirse a Barcelona. Al pensar le entró un ataque de ansiedad ante la posibilidad de que no se reconociesen la una a la otra, pues ella, a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas, no conseguía acordarse de su cara.

Bajó de tren y sin saber hacia adonde ir, optó por seguir la misma dirección que todos los demás pasajeros. ... Tras un buen rato de andar al lado del tren, se paró entre la gente que se abrazaba con familiares y amigos que los habían venido a recibir. Desorientada busco a Pura entre la multitud, sin poder encontrarla, hasta que oyó una voz que gritaba por, encima del ruido de abrazos, besos y palabras de bienvenida, “María, aquí. ... La cara de su hermana retornó a su mente y allí la vio, blanca, con un bonito vestido estampado de flores de colores rosa y amarillas, con un pequeño sombrero en la cabeza y agitando su mano para atraer su atención. Corrió hacia ella como pudo, arrastrando aún mas la maleta, y al llegar junto a su hermana se agarró a ella llorando, como hacia tiempo no lo hacía, feliz por haber encontrado la seguridad de su cobijo en medio de tanta gente extraña. Estuvo así, cogida a su cintura, un buen rato hasta que Pura le dijo “no seas chiquilla, suéltame ya que hemos de irnos”

Durante la larga caminata fueron hablando, contándose sus cosas. María explicó el largo viaje en tren desde casa y Pura explicó el buen trabajo que tenía en casa de los señores Puig, lo buena que era la señora y lo bien que la trataba. ... Se dirigieron hacia una puerta con el rótulo ‘Portería’ pintado a mano encima de ella y antes de que llamasen asomó el portero que les preguntó que deseaban, no sin antes hacer un repaso completo del aspecto de ambas y principalmente de la niña. ... El portero les indicó que los señores Vallmitjana vivían en el tercer piso y que debían de subir andando por la escalera de servicio, que les indicó como la de la derecha. El edificio era muy amplio pero no así la escalera por la que estaban subiendo por lo que María tuvo dificultades para hacer pasar, a la vez, la maleta y su cuerpo. Al llegar al tercero llamaron a la única puerta que había y al poco les abrió una mujer vestida con una falda y una blusa de color negro, y un delantal y una cofia de color blanco. Tras indicarle el motivo de su visita las hizo pasar y esperar en el recibidor junto a una estatua de mármol rosa que representaba a un señor semidesnudo con casco y una lanza en la mano. Al poco volvió a aparecer la criada que les indicó que la señora las estaba esperando y que hiciesen el favor de seguirlas.

La señora Vallmitjana las esperaba sentada en un sillón en una pequeña glorieta que daba a un patio interior.



This post first appeared on Cuentos Cortos, please read the originial post: here

Share the post

Así empezó

×

Subscribe to Cuentos Cortos

Get updates delivered right to your inbox!

Thank you for your subscription

×