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Reseña: Ghostland (2018)

Tras seis años de ausencia en las carteleras, Pascal Laugier regresa con Ghostland (2018), su cuarta película de terror y una que parece cerrar un ciclo temático que el director francés nos ha mostrado prácticamente desde el principio de su carrera. A pesar de que repite muchos de aquellos elementos que le hicieron famoso y de que la película se percibe en varios sentidos como una resaca de su paso por Hollywood, esta producción franco-canadiense es con toda seguridad uno de sus mejores trabajos y una prueba de que el director de Martyrs (2008) sigue siendo quizás el más consistentemente interesante de todos los cineastas salidos de aquella fiebre por el terror francés que llegó a su punto máximo hace una década. Precisamente diez años han pasado desde el estreno de su cinta más famosa, y se ve que ha aprovechado ese tiempo.
Es poco lo que se puede decir del argumento sin revelar detalles importantes, así que sólo puedo hablar de los puntos generales: invasión domiciliaria, tragedias familiares y, como viene ocurriendo por lo general en las películas de este director, una joven y decidida protagonista femenina que se enfrenta a un horror bajo la forma de una violencia terrible y en apariencia arbitraria. Al igual que ocurre en el resto de cintas de Laugier, hay un giro sorpresa en el argumento que redimensiona todo ante nuestros ojos pero que se da en la mitad de la película y no al final como normalmente ocurre. Es precisamente esa revelación (que por supuestamente no vamos a revelar) la que da pie a los temas de la cinta acerca de las ocasionales trampas de la ficción, así como en subtexto del amor entre dos hermanas y la forma como se enfrentan a sus terribles adversarios. Todo esto narrado con un nivel de agresividad y violencia en ocasiones incómodo y agobiante por su insensata repetición y brutalidad, algo que fuera habitual en ese cine de terror francés de mediados y finales de la década pasada pero que estaba un poco abandonado en los últimos años. 
A pesar de que algunos elementos cantan a bajo presupuesto (principalmente sus titulos de crédito iniciales) la película tiene una estética y producción magistrales con esa enorme y vieja casa llena de muñecos antiguos que le da una apariencia de terror de feria. En realidad esta estética consituye uno de sus principales atractivos y convierte a esta en una película visualmente hermosa a pesar de que todo lo que ocurre es terriblemente desagradable. Pero por otro lado, es precisamente ese nivel de violencia lo que nos hace empatizar con las protagonistas y su situación aunque, a diferencia de lo que ocurría en Martyrs, no estamos aquí ante una película de terror nihilista sino todo lo contrario: en esta ocasión Pascal Laugier le reserva al público al menos la posibilidad de obtener satisfacción emocional. No puedo ahondar en ello sin spoilers, pero digamos que llegó un momento cerca del desenlace en el que pensé que la película iba a terminar en un tono particularmente sombrío para luego sorprenderme con su resolución. Ha sido precisamente eso lo que terminó de convencerme.
Brutal, ofensiva, cruel para con sus personajes y totalmente desprovista de condescendencia para con su público a pesar de que echa mano de varios estereotipos del cine de terror, Ghostland es no sólo una de las mejores cintas de Pascal Laugier hasta la fecha sino también uno de los trabajos más sobresalientes que he visto este año. Recomendadísima sin lugar a dudas.


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