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646 DÍAS BUSCÁNDOTE


 
Hoy es el primer día de abril del año dos mil catorce. Cuando yo era niña creía que el año Dos Mil sería un tiempo futuro donde la humanidad viviría de forma diferente, veíamos películas que se ambientaban en este siglo con extraterrestres y naves plateadas procedentes de otros planetas de nuestra galaxia que aterrizarían en las grandes ciudades. El año dos mil era un lejano futuro que llegó sin que apenas me diera cuenta.
No somos conscientes de que vivimos el presente hasta que ha pasado y se hace un recuerdo con él, a veces añorado, más incluso del momento vivido.
En ese futuro, tan lejano de mi niñez, recién nacido el siglo XXI, yo me enamoré de un hombre al que llevo buscando 646 días con sus largas noches. Le busco en todos los espacios, recuerdos, objetos usados por él… Le busco en esta galaxia donde creo que sus átomos han sido absorbidos y su energía ha quedado transformada en no sé qué.
A pesar de mi búsqueda, todavía no he logrado encontrarle, salvo en mi alma.
Escribí incluso al Papa, creyendo que en el séquito de teólogos que habitan en el Vaticano, alguno, en su nombre, me respondería, me  diría que  si tantas personas intuyen la existencia de la vida eterna por una cuestión de fe, ésta intuición tendría algún fundamento. De otro modo, ¿Cómo creerles? ¿Acaso tendríamos que tener fe, basada solo en la intuición, que nos permitiera “creer” que los humanos, con sólo su cuerpo, pueden habitar los abismos de los mares, o volar en la inmensidad del cielo? Tantos años de estudio para no querer, o no poder, contestar a la sencilla pregunta de qué les hace intuir que existe la vida eterna.
Seiscientos cuarenta y seis días separada de ti, no sólo de tu cuerpo, sino de todo aquello que intuimos como una naturaleza trascendente  del ser humano.
Te he buscado en las pantallas del ordenador, en los libros, en mis lágrimas, en las reflexiones constantes para creer que tu muerte sólo ha sido un cambio y que, cuando yo pase por ella, volveríamos a vernos.
Pero todos me dicen que no existes. Que no estás. “Que ya va para dos años”. El tiempo parece aliviar,  crea una barrera en la memoria, pero algo me ocurre porque yo no lo siento así. Hoy ha sido el día 646 y sigo buscándote.
 
 
Todavía, no he conseguido encontrarte.  Sin embargo, hay algo, no sé qué, que me impide darme por vencida,  hay algo que bloquea la afirmación tan repetida  de que no estás, que todo tú has desaparecido, que ya no existes como no existiré yo ni ninguna de las personas a las que quiero. Pero, entonces, no le encuentro ningún sentido a nada. Gustavo Bueno decía que la vida era un mero proceso biológico. Entonces, ¿Dónde está la trascendencia de nuestra especie? ¿La capacidad de crear música?, ¿La belleza de la escultura o de la pintura? Si nada queda en ningún sitio, en un espacio remoto, si nuestro futuro es cero, ¿Para qué hemos venido?
Hoy es el día 646 y sigo buscándote. Te añoro. En agosto de 2012, un tren me llevaba con todas mis lágrimas de un lugar a otro, huyendo de una realidad que mi mente se negaba a reconocer.
Incluso se ha parado mi edad. Creo que tengo la edad que tenía y, cuando alguien me pregunta,  me salen los años que tenía el día en que te fuiste, aunque han pasado 646 días. Tal vez, todo se paró ese día menos el corazón que me seguía latiendo, las piernas que caminaban por mí o la piel que seguía recibiendo al viento.
Pero las lágrimas que viajaban en aquel tren siguen brotando desde el interior más profundo de mi alma y ellas me obligan a seguir buscándote.
 
 
 
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Abimis 2

 



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