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UNA MOSCA EN LA PARED


 
Hay personas que ya desde su infancia se preguntas cosas. Yo tengo ocho sobrinos y les he observado como “a fly on the wall”, ésta es una expresión inglesa que describe al observador que parece analizar, ver los sucesos, desde fuera, como con una mirada apartada de la realidad que sucede.
Seguramente no recordaré otras expresiones o léxico inglés pero, desde luego, la Mosca en la Pared es algo que no se me olvidará nunca.
Presto atención a las acciones de los niños, a sus reacciones también y, entonces, uno sabe qué diferente es la personalidad de cada uno de ellos y se los imagina de mayores, supone que les iría bien dedicarse a una actividad conforme lo que ahora son, pero la realidad es que no siempre lo que prevemos es lo que ocurre en la vida. No sólo cambian como consecuencia de la educación y de su propio cerebro que va madurando sino que la vida va eligiéndoles a ellos y no al revés.
Los niños me han ido mostrando algunas de sus características que deben ser consecuencia de su genética porque, todavía, no hay Otro recorrido en sus vidas. Unos son temerosos y otros más imprudentes y, por tanto, más valientes, los hay cariñosos o más distantes, tímidos o sociables,  pensativos o menos reflexivos. Son atributos que no se mantienen constantes porque cuando uno conoce a quien ya es un adulto y recuerda cómo fue de niño puede no reconocerle.
 
Algunos, especialmente, se cuestionan y preguntan a sus padres o familia por lo que pasa a su alrededor y, además, quieren sentirse convencidos con la respuesta.

De vez en cuando hay que oírles antes de que asuman toda su educación. O, en lugar de educación, de que se traguen todo un lavado de cerebro que les permita ser personas adaptadas al entorno que les tocará vivir. En otro caso, su vida podría ser un infierno.
Recuerdo una etapa, ya transcurrida, en la que uno de estos niños tan queridos, me preguntaba sobre si sus abuelos estaban en el cielo, que como era el cielo, que no podía ser que los que estaban en el cielo vieran a los que estaban en casa porque tenían los Ojos Cerrados. (Y yo me  pregunto: ¿De dónde habrá sacado el niño que los muertos tienen los ojos cerrados? ¿De los dibujos animados? ¿De otros niños del colegio?...) Siempre ha realizado preguntas de este tipo.
Ahora recuerdo a otro, algo mayor ya, que cuando le hablan de Dios, la muerte, y esas cosas trascendentales,  dice con desparpajo que no hay nada. Su forma de expresarse se parece de tal modo al realismo que me hace ver que sólo existe la materia.
Procuro no intervenir en ciertos momentos y observar. Soy una mosca en la pared.
Como casi todos los niños han tenido o van a celebrar su fiesta de  primera comunión. Yo les pregunto sobre ella y, nada, ya no hacen como cuando yo era niña que repetía lo que me habían enseñado. Uno de los que ahora va a la catequesis me preguntó hace unos meses qué era una mujer de mala reputación. Es con lo que se ha quedado de todo lo que dijo el sacerdote en la misa de catequesis a la que le acompañé,  el sermón iba de aquella mujer de mala reputación a la que tiraban piedras y Jesús dijo eso de que tire la primera piedra quien esté libre de pecado. Pero el niño se quedó con la duda de la mujer de mala reputación.
Así, día a día, año tras año, se conforma el pensamiento de esos niños cuyas dudas no resolvemos porque seguimos manteniéndolas. Yo les veo crecer desde mi pared, observo su transformación y me angustia pensar que un día sufrirán aunque, por otro lado, pienso que sin el sufrimiento propio somos incapaces de sentir nada por nadie, no conoceríamos la empatía, el consuelo, la necesidad de ofrecer el cariño y tantas cualidades que nos permiten vanagloriarnos de llamarnos humanidad.
Esta mosca se da cuenta de que las generaciones se están sucediendo delante de sus propias antenas y lamentaría que el sufrimiento fuera excesivo para esas mujeres y hombres que llenarán nuestro espacio cuando nosotros lo dejemos.


Abimis 2


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