Se equivocaba Ortega: el hombre es solo circunstancia. Sin el Yo. Yo soy este que nació en aquella capital de provincias. Hijo de padres cantores al que le crecieron pronto dos hermanos. Mar y campo. Humedad y sol. Herencia española. Mis gestos, mi idioma, mi modo de ver, pensar y decir son todos consecuencia de la provinciana ceremonia en que crecí. Si me hubieran secuestrado el día de mi nacimiento y llevado a Ulán Bator yo sería nómada. Si a Estocolmo, un sueco sin fisuras. Esta Mirada Siempre perdida luciría mirada siempre distante. Frío mi silencio. Alienación mi fobia a los teléfonos. Odiaría la síncopa. Por fin! Aunque quizás mi síndrome sería de habanacolmo. Lo que, sueco al fin, podía ser cualquier cosa menos raro. La vida, tal como la conocemos, es la circunstancia de la vida que conocemos. Donde quiera que se manifieste, la vida tendrá la forma de la circunstancia que le toque. Será solo una circunstancia de la Vida. Por eso no hay destino ni trascendencia para esto que somos. El hombre es hijo del Planeta Tierra. Su hijo más aventajado, sí. El rebelde. El hijo pródigo que todo lo pone patas arriba. El que todo lo acomoda en su beneficio. El que terminará marchándose de casa. Pero la vida en el planeta Tierra es la circunstancia de la Vida en el planeta Tierra. No hay Yo. Somos solo adaptación. Circunstancia. Atrapados.