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Nota autobiográfica 4: (¿Preludio a una publicacion, aquí, de "El nacimiento del niño escarlata?"


Llevo varios días de intensa lectura y de intensa escritura. Sigo con el Tractatus, además de “Los mitos hebreos” de Graves & Patai e “Historia de la Mecánica Cuántica, I” de Sánchez Ron. En lo referente a escribir, continúo “arreglando” un poco “Dafne” para su pronta publicación, sigo dando forma a “Lucifer II” en sus estructuras preliminares; además de ir nutriendo mis dos blogs: “El Blog de Quino” y “El Blog del Sátiro cojudo”. Como cuando jugaba a Bioshock, o Dead sapace, estoy enganchado.

Me gusta estar con mi familia: (Patricia, mi esposa, y tres nuestros cuatro hijos que aún viven con nosotros: Berta (9), Mario (5) y Lyda (4). La mayor, Ivana, vive con su novio). Respecto a Patricia, significa para mí aquella otra parte de mi vida, que debe ser muy feliz, para que yo pueda estar en mi sitio. Muchas veces la veo acercarse disimulando alguna otra intención, pero con la verdadera intención de estar algún momento a mi lado. Dejo las teclas y paso algún que otro momento con ella; pero vuelvo rápidamente a mis actividades personales. Confieso que siento cierta amargura de no poder permanecer a su lado en cada instante que ella requiera de mí. Por eso, no creo acabar como Anaxágoras, pues mi verdadero cielo, está en mi casa.

Justo ahora, después de un sencillo desayuno con los niños en el patio de la casa, me vino repentinamente el recuerdo de una época de mi vida, al menos interesante de escribir en este Blog, el cual, representa la parte más serena y madura de mí actuar. El otro, es el otro.

Corría el año 1993. Habiendo hecho las cosas pesimamente mal en México donde mi Padre me envió a estudiar junto con mi hermana mayor, había vuelto al Perú, pero con la condición de trabajar en las tierras de mi padre y algunas otras que había alquilado a un ingeniero amigo suyo. La verdad, no era cosa muy nueva para mí, pues antes de irme a México, desde hacía ya tiempo, ayudaba a mi padre en los diversos trabajos a los que él se dedicaba. Por ese año, vivía prácticamente solo en la parcela de mi padre, cuidaba de la casa y de un limonal abandonado que tuvimos que rehabilitar para ver si se ganaba un buen dinero. Todo esto, esperando que iniciara la campaña de arroz que era el cultivo principal del Valle de San Lorenzo donde mi padre tenía sus tierras. Recuerdo que en la vieja casa donde vivía, hecha de adobe y palma, junto a mi cama tenía mis más queridos libros, que leía por la noche alumbrándome con una lámpara a keroseno. Al día siguiente debía limpiarme muy bien la nariz, pues la tenía llena del hollín que respiraba durante la madrugada.

Por aquél tiempo, mi padre alquiló 50 Has en la parcela de su amigo (el ingeniero), para sembrar arroz. Entonces vino mi hermano César, quien ahora es Ingeniero Agrónomo, para trabajar junto con nosotros.

El trabajo era duro, aunque en ese tiempo me parecía lo mejor de la vida. Andaba a caballo, debía cargar una gran cantidad de sacos de fertilizante, semilla y plántulas del almácigo para el trasplante. Junto con mi hermano y con un par de burros, debíamos abastecer de urea todo el campo para su fertilización. Este es uno de los más entrañables recuerdos que guardo de César. En la cosecha, la cosa se ponía aún más dura: Todo el día sacando sacos de 75 Kg del campo, a hombros, y enfangados, a veces, hasta las rodillas. Pero nosotros éramos como tigres o como toros, no nos cansábamos nunca. Llegué a tener el pelo “colorado” por la constante insolación. Podía de un salto, estar encima del caballo; y algunas veces, borracho de aguardiente, monte a pelo un caballo loco que teníamos, para largarme a buscar aún más aguardiente, gritando como un apache y a ferrado a las crines del animal. “No sé cómo no te has matado” me dijo uno de mis amigos de aquel tiempo. Nadie te permitía la debilidad por esas tierras magníficas. Muchas veces me largaba con amigos de la zona, a pasar el día por los enormes y y poco poblados bosques de algarrobo que llenaban la geografía del lugar (foto). Con cordel y anzuelo, redes, hachas y el cuerpo preparado para subir y bajar como mulas, pescábamos en el río, además de peces, camarones; buscábamos una miel especial, que no era al que precisamente llegaba mucho al pueblo: Se trataba de una abejita pequeña como una mosca color negro, que hacía su colmena en los troncos de los algarrobos; la estructura de la cera, no es poliédrica como las de las abejas normales, sino en forma de racimos como uvas, le llaman “miel de palo”. ¡Qué buenos tiempos!



En la última de las campañas, tomé la decisión de abrirme camino ya por mi cuenta. Junto con un amigo, Gustavo, con quien habíamos llevado unas cabezas de ovejos a Trujillo para venderlas, y que vivía en uno de los caseríos de por ahí, habíamos planificado hacer una campaña de “frijol chileno”, justo después de acabada la campaña de arroz, pues estas leguminosas tienen la propiedad de fijar el Ntrógeno en sus raíces, con lo que la tierra desgastada se recupera un poco. Mi plan era hacerme ganadero. Sabía que iba a ser muy difícil, pero en ese tiempo, las cosas que sonaban difíciles, para mí eran como la “miel de palo”. Quería ser ganadero, forjar una fortuna empezando desde una vaca. Hablé con mi padre y le pedí que esta vez, nos diera a mí y a mi hermano una pequeña parte de la tierra, para sembrarla nosotros y ganar algo con que comenzar “mi fortuna”; haría luego la campaña corta de frijol, y con lo que ganara de su venta, me compraba algunas vacas; luego trabajaría de peón, con mi padre o en otro sitio, mientras mi ganado crecía. Mi padre, aunque no le comenté todos mis planes, accedió; cosa no rara por ahí, ya que es costumbre y muy respetada que el peón principal de tus tierras, siembre una pequeña parte de las mismas para su provecho.

Todo lo tenía planeado, y durante la campaña, sólo esperaba la venta del arroz, para coger mis dólares y largarme con mi amigo a buscarnos un futuro. Después de la cosecha, mi padre cogió todo el arroz, incluido el nuestro, y nos propuso llevárselo a Colombia para venderlo a un mejor precio. Así se hizo. En el momento del reparto, mi padre hizo una de las cosas más extrañas e inexplicables, me dio 20 dólares y me dijo que con eso estaba pagado. Respeto a mi padre, supongo que tuvo razones de peso para hacer eso, y le disculpo hoy de todo, si siente algo de deuda (no metálica) por ello, pero yo quede decepcionado tanto de él como de la vida. Estuve unos meses más por ahí. A la primera discusión fuerte que tuvimos, me largué a Chimbote.

Ahí fui acogido por uno de mis tíos que estaba en muy buena situación, mi tío Braulio. Él me dio un lugar donde estar y me alimentó mientras realizaba estudios en la Universidad. Aunque la relación con mis tíos no ha sido la mejor, siempre he intentado darle muestras de gratitud por su ayuda. Ingresé en segundo lugar, destaqué como uno de los mejores estudiantes de la facultad…

Un día, cuando fui a casa de una amiga y compañera de estudios, vi en su estantería un librito de tapa dura color marrón que decía: “Sobre la teoría de la relatividad”, lo cogí, abrí la primera página y José Quino… pasó a ser otra cosa…

(Debo decir, que esta parte de mi vida, que muy serena y sencillamente he explicado, me inspiró la única novela que he escrito: “El nacimiento del niño escarlata”. Aunque en realidad puede verse como una recreación de esa otra experiencia maravillosa de mi vida: Leer cuando tenía 12 años “Cien años de soledad” (Jamás, al volver a leerla, he sentido la magia de aquella vez). Esta novela corta, es un experimento narrativo. No estoy muy bien dotado para la narración y siempre acabo haciendo poesía. Presenté esta novela, a modo de cuento, en el concurso “Juan Rulfo” y no gané. Seguramente acabaré publicándola en este Blog, por partes. Espero que os llegue a gustar)



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