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Un triángulo de Belleza donde todas las miradas se dirigen, cercanas, hacia un mismo lugar confluyente.

Tags: obra figuras arte

 

Entre todas las múltiples composiciones de una Obra de Arte, esta de Lubin Bauguin es especialmente extraordinaria. Es un triángulo rectángulo cuya estética contenida es asombrosamente original. Porque no es solo la geometría sino los gestos, las formas de los gestos, la posición de las figuras, las tonalidades elegidas y la serena ambientación espiritual de un espacio encantado y sublime. Es pleno Barroco, 1642, y, sin embargo, las influencias manieristas, venecianas o renacentistas se combinan ahora con el atrevimiento caravaggista o naturalista del Barroco. El pintor francés alcanzaría con esta obra la modernidad más elogiosa de entonces. Hay un escenario sagrado en una composición más pagana, hay ángeles alados con figuras muy humanas. La capacidad creativa del Barroco no ha sido superada en la historia. Es una tendencia demasiado completa como para definirla en pocas palabras. Definir el Barroco después de ver esta obra es imposible. ¿Qué decir de él? ¿Que es la imperfección sublime de una perla diferente? Tal vez, si entendemos imperfección por salirse de la norma. ¿Tiene esa figura de María ahora la imagen clásica de las vírgenes típicamente representadas en el Arte? No. Si extrayesemos su figura, si la aisláramos del conjunto, ¿no parecería una ninfa mitológica de las leyendas arcádicas que descansa ahora, abstraída, a la espera de que algo suceda ya en el bosque? O una Venus mitológica con su Cúpido travieso molestando suavemente...  O, incluso, una Ariadna perdida en la isla de Naxos después de haber sido abandonada por Teseo... Pero, no, es María y su sagrada familia, con San José oscurecido al fondo, los pequeños Jesús y Juan y la madre de éste, Isabel, que mira decidida arrodillada ante ella. Aquí la espiritualidad está sublimada hasta llegar a romper la representación sagrada, a pesar incluso de las alas del ángel, y llevar ahora la obra a una composición universal única de Belleza y Arte.

Es una obra donde la individualidad es anulada por la relación tan íntima de los personajes. Los personajes están ahora totalmente intercomunicados, hay una sola razón para estar ahí y mirar lo que miran anhelosos. Es el gesto de la mirada lo que llevará también a hacer de esta pintura una alegoría sutil del Arte. Hay que mirar decididos para ver lo único que merece ser visto. Como el Arte, como esta obra tan extraordinariamente conseguida en su originalidad compositiva. Las formas lineales del paisaje del fondo contrastan con las curvas naturales de las figuras del cuadro. En un caso la solidez de una roca elevada, rotunda y cuadrilátera justo detrás de las figuras, y en otro las formas cuadradas de las montañas del fondo de la obra. Esas formas contrastan y a la vez se conciertan con el triángulo compositivo de las figuras del cuadro. Geometría y mirada, sacralidad y paganismo, juventud y vejez. Porque la figura ajada de la madre del Bautista contrasta con la rosada tez de la madre de Jesús. Es por tanto la oposición de elementos que llevarán a sublimar el sentido de una alegoría del Arte que la obra vislumbra. Para que una composición artística sea elogiosa una de las cosas que debe incluir es el contraste de las formas. Un enfrentamiento estético que sorprenda, que realce incluso la belleza manifiesta y la que no. El mundo combina cosas diferentes y éstas son justificadas además por la relación de unas con las otras. El fondo simple, duro, recto, ajeno y amenazador contrasta ahora con el plano suave, ondulante, sereno e interactivo de las figuras humanas y celestiales. El contraste entre las propias figuras entre sí formará también el otro enfrentamiento estético de la obra. Y luego está el color, que, a pesar del paso del tiempo y su posible desvanecimiento natural, llevará a la obra a trascender su época barroca hasta llegar incluso a las postrimerías de un Rococó extravagante. 

Es la universalidad del Arte más elogioso que una obra Barroca pueda llegar a tener. Todas las miradas confluyen alegóricamente en un mismo lugar: la propia obra de Arte. Con ese alarde compositivo tan sugerente obtuvo el pintor francés un resultado genial por su capacidad para relacionar figuras, miradas, gestos y espacios. Porque en esta obra es el espacio lo que, además de la mirada, es venerado especialmente. El tiempo no está representado salvo por la universalidad estética del mismo. La pintura de Lubin Bauguin consigue romper fronteras artísticas temporales para incluir todas las épocas o todos los tiempos. Ahí está el Realismo naturalista del siglo XIX también... Pero, también el Manierismo, el Renacimiento, y hasta el Romanticismo con la figura alada del ángel o la languidez sosegada de María. Así hasta llegar incluso al modernismo de Cèzanne o el Cubismo en las formas geométricas insinuadas. La capacidad de Bauguin de trascender con esta obra al propio Arte fue extraordinaria. Consiguió representar a la Sagrada Familia y, a la vez, homenajear al Arte inmortal. Sin embargo, no pasaría el pintor francés a las glosas elogiosas del Olimpo artístico más reconocido. Esa es otra muestra que esta pintura nos ofrece, la incongruencia que la representación artística tiene en el mundo. No hay verdad sino en la descubierta entre las ocultas creaciones que impiden valorarla sin pretensiones. Porque no se trata de competir sino de admirar, no se trata de pujar sino de emocionarse al ver ahora la maravillosa composición triangular de unas figuras diferentes.

(Óleo sobre madera Sagrada Familia con el Niño, San Juan Bautista, Santa Isabel y tres figuras, 1640, del pintor francés Lubin Bauguin, National Gallery, Londres.)




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