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PERTURBADORA SEÑORITA INES



Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.

 (Derechos de autor, protegidos)






Con mis apenas quince años de edad ya había devorado a García Márquez, Edgard A. Poe, Hermann Hesse, Julio Cortázar, y otros. No sólo los había leído, sino que la fantasía de su literatura se había anidado en mí alimentando mi delirante visión del mundo, era un joven demente con una locura culta sustentada por una filosofía autodidacta pero honesta conmigo mismo. Era casi un delincuente juvenil y sin embargo tenía la capacidad de apreciar a mi manera, el dramatismo de las esculturas de Giacometti, o los delirios de Margritte, Giorgio de Chirico, Hyeronimus Bosch y Dalí.  En lo que respecta a la música escuchaba a Hendrix, Janis Joplin, Black Sabbath, Jefferson Airplane, Iron Butterfly y otros grupos musicales de aquella fructífera época. No los escuchaba por diversión, lo hacía para volar con ellos a cielos perturbadoramente desconocidos pero que me sabían deliciosos. Todo ello me alimentaba el espíritu, me Estaba gestando como un artista.

Quedan esclarecidas en este relato, las obsesiones recurrentes que invasivamente acompañarían cuanta expresión artística abordarían en mi vida serían la soledad, la ansiedad, la depresión y mi devoción por el cuerpo femenino. Mi taller se iba atiborrando de hojas de papel con garabatos y dibujos sobre las formas femeninas mostrando su desnudez, lo cual no era una simple manifestación de morbo o lascivia; en mi subconsciente el desnudo simbolizaba sinceridad. Aún era un niño iletrado y sin la erudición necesaria para estar a la altura de las circunstancias, sin embargo, ya iba armando mi arsenal de metáforas y simbologías a través de las cuales me pronunciaría artísticamente: Los cuellos alargados darían majestuosidad y las piernas con muslos regordetes y canillas desmedidamente largas, serían emblema de languidez y delicadeza. Aun cuando a raíz del suicidio de mi hermano, siempre me acompañaba esta advertencia: “Las mujeres hacen daño y si te enamoras pueden hacer que te suicides”, el cuerpo femenino era mi musa inspiradora en grado superlativo…Lo es hasta ahora.

Mi taller de arte estaba en una habitación contigua al dormitorio de Bremer, la atractiva y joven señora que por esos días vino con su pequeña hija para ayudar a mi madre con los quehaceres de la casa. Esa mañana mis padres se habían ausentado de casa; yo me encontraba arrodillado puliendo una de mis esculturas, cuando ella apareció con todo su esplendor, luciendo una minifalda marrón oscuro, muy apretada que amenazaba con reventar ante sus voluptuosas caderas y sus carnosos muslos, apenas contenidos por la diminuta faldita. Yo estaba embriagado por la tentadora visión de esa hermosura de mujer que aún llevaba esas ojeras que delataban la modorra de quién recién abandonó la cama. La simple observación de su apetecible anatomía que con tanto descaro enseñaba, ponía mi sangre en ebullición, ya no podía pensar, sólo perturbarme ante esa tentadora visión. Todo aquello me enloquecía de manera lujuriante mientras mentalmente la desnudaba ávido de deseo.

- ¿Qué haces? - preguntó a la vez que se acercaba a mí. Parecía flotar en el aire, yo nunca la vi dar un paso, sólo reparaba en sus muslos frotándose entre sí, cada vez más cerca. Cuando llegó a mí, se puso de cuclillas y fue entonces que descubrí que no llevaba ropa interior. Sabedora de mi apetencia, la muy astuta tomó mi cara con ambas manos y me besó en la boca en el preciso instante en que oímos unos ruidos en el primer piso. Bremer se puso de pie y rauda se fue a su dormitorio.

Instantes después la oí bajar. - “Ah, no, esta vez no te me escapas”- pensé y la seguí hasta la cocina. Cuando la tuve a mano la abracé por la espalda, pero ella me detuvo con hosquedad y dijo: - ¡No, vete! - No conseguía entenderla, no comprendía nada, entonces insistí, pero las negativas continuaron ¿Cómo era posible que la mujer que hacía unos momentos se mostró tan dispuesta, me rechacé así, tan rotundamente? Metió la mano entre en sus senos y sacó unos billetes. - ¡Toma! - me dijo, haciéndome un guiño que estimé sarcástico - Con esto puedes ir a uno de esos sitios donde encuentres una puta que te de lo que quieres. -

Sus palabras, su desprecio, fueron un cachetazo a mi dignidad como varón; me sentí herido y humillado de tal manera, que arrojé los billetes al piso con el mismo desprecio con que sentí que me los entregó, sumando rabia e impotencia.

- ¡No quiero a ninguna puta, te quería a ti! - Y me fui rumiando mi ira y la contrariedad de saberme humillado. A mi corta edad estaba enfrentando sensaciones y emociones muy encontradas y retorcidas.

Al día siguiente Bremer se fue de casa, casi me atrevería a jurar que fue por el incidente que acabo de narrar. Se marchó dejándome con la idea de que era así como dañaban las mujeres: Te tientan, te seducen, se ofrecen y luego, cuando caíste en su juego, te niegan y desprecian; con desdén, con crueldad, así, con esa frialdad, conseguían que un joven o un hombre se mate por ellas.

Pasaron casi dos semanas. Me encontraba solo en casa trabajando en mi taller, cuando escuché unos toquidos a la puerta, y su voz - ¡Hola! -. Mi ritmo cardiaco se aceleró; era ella, Bremer, la mujer que me tenía a maltraer, la hembra que anhelaba con toda mi castidad convulsionada. Corrí, bajé las escaleras y la vi, tan esplendorosa y deliciosa como siempre. Debo destacar que Emérita no era una mujer muy bonita, pero de la cintura para abajo era realmente una tentación que avivaría el fuego de cualquier hombre.

Pletórico de entusiasmo, la saludé y ella me correspondió con igual entusiasmo. La hice pasar, cerré la puerta, y entonces la besé y la arrinconé contra la pared, y empecé a manosearla con frenesí. - ¡Aquí no! - sonó la voz imperativa y cortante de Bremer en el instante mismo en que le subía la falda. - Vamos a tu taller-. Espérame aquí, yo te llamo y subes. - Mi corazón amenazaba con desbocarse al tiempo que sentía mi miembro inflamado ¡Estaba a punto de completar mi iniciación como macho humano! Esperé unos minutos que se me hicieron una eternidad. Me preparé mentalmente para menguar en algo mi ansiedad.

la espera se me hizo insoportable Esa eternidad concluyo cuando escuché su llamado, subí, abrí la puerta, y ante mi mirada estaba Emérita completamente desnuda, con el porte de una Diosa. No tardé en recuperarme de mi estupor y ágilmente me acerqué para besarla con desesperación, llenando mi boca con su aliento, mezclando nuestras salivas, mis manos apretando su blanca piel al tiempo que mi ropa iba cayendo. La cargué en brazos y la acosté en un amplio sillón que usaba para descansar; Emérita no presentó resistencia, al contrario, se mostraba dócil y dispuesta, no desaproveché la ocasión y sucedió lo que tanto ansiaba, penetrar en su interior, sintiendo cabalmente el hechizo que posee una mujer cuándo entrega su cuerpo.

 Me sentí hijo, me sentí padre, me sentí un “Semi-Dios”, indivisible, esencial. Ya era todo un hombre… Había adquirido la sabiduría sobre ello para expresarme a través de mi arte… Con mis manos de artista podría hablar de lo que simboliza ser “UN SER HUMANO”.






 (Pieza única. Año 2013. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)




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