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EL REBAÑO




Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.



“La Plaza del Mudo; desmesuradamente enorme y capaz de albergar de sobra a los varios miles de personas que en contraste a los lujos que se prodigaban sus gobernantes, miserablemente habitaban a los alrededores.  Ubicada en el mismo centro de gran villorrio y, con una vista directa a la casa de gobierno, colindante con la iglesia. Ambas de erigían en ese estratégico emplazamiento como símbolos del poder humano y el poder divino conjugados para mantener el orden mediante un régimen totalitario, injusto y avasallador.

La llamaban “La Plaza del mudo”, pues en el mismo centro de ella había un poste de hierro, del cual emergían unas cadenas rematadas en grilletes de hierro, que sujetaban por los tobillos a un hombre desnudo, el cual jamás emitía palabra alguna. Nadie recordaba cuál de los anteriores dictadores lo condenó a esa pena, ni porqué motivo. Ninguna autoridad se ocupaba de él; era un caso legal de esos que se olvidan adrede, pues es útil perennizarlas como muestra de escarmiento.

Alrededor del encadenado se había construido un pequeño amurallado de tres ladrillos de altura y nadie debía cruzar esa barrera o sufriría el mismo castigo. Los viandantes solían pasear por la gran plaza, algunos se sentaban a retozar y a charlar a la sombra de los árboles ignorándolo, pero no faltaba algún caritativo que, a desdén de su pobreza y miseria, le arrojaba algún mendrugo de pan, o alguna fruta.

Un día Domingo, que debió ser como cualquier otro, fue un día diferente. Allí estaba el cerco circular de ladrillos, en medio estaba el poste de metal con sus emergentes cadenas y grilletes. Los grilletes no habían sido rotos ni forzados…pero El Mudo no estaba. La gente empezó a aglomerarse alrededor del pequeño amurallado de ladrillos. Entre esa confusión apareció un oficial de policía y dos gendarmes que se abrieron paso a empellones entre la multitud de curiosos.

¿Cómo era posible la desaparición de El Mudo? Los grilletes estaban intactos, pero ni rastros del susodicho…

La búsqueda infructuosa parecía a punto de cerrar el caso como un hecho misterioso e inexplicable, cuando alguien, a los gritos dijo –¡¡Allí está!!- señalando hacia arriba, en la copa de los frondosos árboles. Y sí, a unos cuatro metros, en posición de cuclillas sobre una rama, ajeno a todo, estaba El Mudo comiendo hojas despreocupadamente.

Todos los curiosos se arremolinaron, y los policías gritaban - ¡Bájate de allí carajo! - El Mudo, inmutable continuó con su ingesta de hojas. Los policías lanzaron sogas y empezaron a remecer las ramas del árbol hasta que lograron hacer perder el equilibrio al Mudo quien pesadamente cayó al piso sobre su hombro izquierdo golpeándose la cabeza en la zona del parietal. Unos momentos de inquietud y expectativa, pero de pronto El Mudo se incorporó, y con gran elocuencia pronunció

-Nuestra miseria es producto de la desmedida ambición de poder y riqueza de quienes se auto proclaman Guardianes del orden. Son ellos los que devoran nuestro esfuerzo y trabajo a través del cobro de impuestos…-

El gentío estupefacto escuchaba en silencio, era como si estuvieran oyendo una trascendental revelación...

-Nos obligan a acatar normas unilaterales y nos imponen legitimar su permanencia mediante sufragios amañados…Y nosotros, como corderos aceptamos y obedecemos…-

La actitud de los presentes, conforme iban escuchando el subversivo discurso, iba variando del estupor a la indignación. Esas palabras nuevas estaban empezando a quitarles las legañas de un engaño ancestral. Ahora había furia contra los gobernantes.

El Otrora Mudo, sin dejar de hablar emprendió camino hacia el frente, hacia la casa de gobierno. El gentío también empezó a moverse tras su nuevo y ocasional líder. Se estaba convirtiendo en una marcha masiva y amenazante.

Ante el avance de la multitud, quien les salió al frente fue el Obispo quien, con un libro supuestamente sagrado en manos, se dirigió al iracundo líder.

- ¡Hijo mío! ¡Detén esta actitud que va en contra de los mandatos divinos! Déjame leerte un versículo que calmará tus ansias…-

El otrora mudo de un manazo tiró el libro al piso, hizo a un lado al Obispo, y pisoteando el libro continuó su andar y su discurso…

-La religión es el opio del pueblo. Es cómplice y socia activa de la política, ella es la encargada de matar nuestras aspiraciones a ser realmente libres, pues nos cuentan historias sobre Dioses represores y castigadores, que nos exigen soportar abusos para alcanzar su ficticio reino. –

La multitud encabezada por su repentino líder siguió su amenazante avanzada hacia la casa de gobierno. Entonces salió una tropa de gendarmes armados, con un alto oficial pistola en mano.

-¡¡Detente carajo, o te reviento el alma!!-

La marcha, igual que el discurso y las arengas continuaron. De pronto se oyeron dos estampidos de balas que impactaron en el pecho del líder, tirándolo hacia atrás.

Acto seguido, miles de rostros temerosos y un silencio sepulcral. E medio de ese mutismo general, el otrora mudo, con una enorme mancha roja en el pecho pronunció en su agonía:

-Sólo son libres…los hombres…que no…tienen miedos…-

Después de estos hechos, nada del orden establecido cambio, pero el nombre de, “La Plaza del Mudo” varió a, “La Plaza de la Palabra.”






(Pieza única. Año 2023. Medidas: 80 X 53 cms. Precio. 600 dólares americanos)




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