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TRAUMA ESPONTANEO




Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.



Todo tipo de orden había colapsado; la vida se había convertido en una realidad bizarra, desquiciada y delirante. La única regla que se mantenía era la paradójica prohibición de no usar puertas en las casas, departamentos y habitaciones. Uno de los últimos dictadores dio este código con la finalidad de impedir toda privacidad a este mundo de orates. La vida completa estaba expuesta a vista y paciencia de todos.

En esta realidad delirante, soy un escritor atravesando una sequía de inspiración, por más que me esfuerzo no hallo tema para escribir. Esta escasez de ideas ya lleva varias semanas. Mi mente esta absorta en ella…Ella se ha convertido en el ancla que me da la única razón para continuar en este disparatado mundo…Creo que es amor…Estoy casi seguro.

El portal de mi estrecho departamento da a un amplio pasadizo común flanqueado por una treintena de departamentos, todos ellos, como ya lo mencioné, sin puertas. Seres de lo más extraños circulan por el pasadizo llevando con ellos los más alucinantes contextos. El transitar de estos seres es continuo, no cesa ni de día ni de noche.

Ante mi portal pasa un individuo con grilletes en los tobillos, y completamente desnudo, empujando lentamente y con mucho esfuerzo una roca redondeada de algo más de dos metros de circunferencia. Su transitar es repetitivo; empujará la roca hasta el departamento veinte y siete, se cerciorará de que la roca no puede pasar por el umbral del departamento y regresará hacia la puerta de entrada, por donde tampoco pasa la roca, entonces empieza nuevamente el ciclo del bucle en el que ha caído su razón. Cuando se agota, se recuesta en el piso y duerme un poco, al despertar reanuda su rutina. Curiosamente jamás siquiera roza a los viandantes ni a los mendigos, drogadictos y alcohólicos que se apostan recostados a las paredes.

Por si esta realidad bizarra no fuera suficiente, aquí, en este callejón inmundo, al igual que en todo el superpoblado mundo de afuera, esta fauna humana se entremezcla con mutantes y seres que parecen extraídos de pesadillas. Una de estas especies son unos seres de baja estatura de piel gris reluciente, ojos negros enormes, y carentes de boca. Como cucarachas salen de las cloacas. Al no tener bocas, se alimentan de las emociones humanas, sobre todo de nuestro miedo.

 Yo no les temo, pero como soy escritor, entre mis papeles hay escritas emociones a montones, y estos bichos se sienten atraídos por mis escritos; son el equivalente a golosinas para ellos…

Cuando osan traspasar mi umbral, los espero con mi Colt calibre cuarenta y cinco y les descerrajo uno o dos tiros que, aunque no atraviesan su piel, sí les duele, y se largan lanzando chillidos por sus fosas nasales. Me dijo Don Floridor Gervasio, un viejo con fama de mitómano, que estos bichos sólo son vulnerables si les atacas por los ojos. Floridor me contó que en algunos lugares suelen dispararles a los ojos, luego les introducen por el agujero ocular una cerbatana y por allí obligan a los dementes a absorberle los sesos, y con eso se curan de sus enfermedades mentales y del alma.

Hoy como desde hace varias semanas, vino ella, se sentó en una silla frente a mí, y como de costumbre sólo se limitó a llorar sin quitarme esa mirada suplicante. Sus ojos color caramelo eran enormes, lo cual hacia ver más trágico su llanto. Yo sólo intuía que lloraba por algo o por alguien que perdió, pero no podía saberlo, pues ella nunca hablaba, sólo lloraba, y su llanto me dolía. Hubiera querido beber sus lágrimas y besarla, pero estimaba prioritario mitigar su sufrimiento. Pero ¡¿Cómo?!

Entonces recordé lo que me contara el viejo Floridor Gervasio, los poderes curativos de los sesos de los hombrecillos grises. Uno de ellos apareció fortuito, pero oportunamente. Cogí la Colt, apunté a su ojo izquierdo y sin miramientos le descerrajé un tiro. El Hombrecillo Gris cayó de espaldas; corrí hacia él, improvisé una cerbatana con una cañita de bambú que tenía en un armario, y se la clavé en el ojo herido.

Ella estaba de pie, asustada por el ruido del balazo y por todo mi posterior accionar. Me paré, la cogí por el cuello y la arrastré obligándola a que sorbiera por la cerbatana los sesos del cadáver del hombrecillo gris. Me aseguré de taparle la nariz para evitar que se negara a sorber.

Cuando dejé de presionarla, ella cayó de bruces al piso; entonces olfateé los restos en la cerbatana, y olían a almendras amargas ¡¡Era cianuro!! ¡¡El hombrecillo gris tenía cianuro en sus sesos!!

¡¡Maldito Floridor Gervasio!! Con su mito maniaca historia la ha matado… ¿O he sido yo, por creerle a ese chiflado embustero…?

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(Pieza única. Año 2023. Medidas: 80 X 53 cms. Precio 600 dólares americanos)




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