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En ese pequeño y deshabitado mundito de tan sólo cincuenta y seis metros de circunferencia, allí se conocieron; se miraron a los ojos, y se enamoraron como sólo se enamoran los predestinados… Qué podía salir mal en ese lugar alejado de todo… ¡Pero ocurrió! Inesperadamente surgieron las diferencias y desavenencias. Entonces lo mejor era separarse; se dieron las espaldas y con su congoja a cuestas cada uno empezó a caminar en dirección contraria al otro.
Él había dado treinta y cuatro pasos y ella treinta y nueve, cuando Volvieron a encontrarse en la antípoda del punto en el cual se despidieron. Se miraron a los ojos, y volvieron a enamorarse…
Se sentaron tomados de la mano y se Prodigaron Caricias y mucho amor, pero nuevamente aparecieron las diferencias y desavenencias. Se dieron las espaldas y con su congoja a cuestas cada uno empezó a caminar en dirección contraria al otro.
Él caminó treinta y siete pasos y ella treinta y cinco, cuando nuevamente volvieron a encontrarse en la antípoda del punto en el cual se despidieron. Se miraron a los ojos, y Nuevamente Volvieron a enamorarse…
Nuevamente se sentaron tomados de la mano y se prodigaron caricias y mucho amor, pero al igual que las veces anteriores, aparecieron las diferencias y desavenencias. Entonces se dieron las espaldas y con su agobio a cuestas cada uno se sentó mirando al frente, y ninguno de los dos volvió a mirar hacia atrás. Jamás volvieron a mirarse a los ojos. Ambos, espalda con espalda se ensimismaron en tratar de olvidar ese gran amor perdido.