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Reflexiones de balcón

Hoy, tras un día no muy diferente del Resto, pero cansada de él, salí al balcón de mi departamento. Necesitaba un respiro, mi cuerpo y mi mente me lo pedían. Entonces, salí y me dediqué a observar y a escuchar. Para mi sorpresa, esos 15 minutos cambiaron mi actitud por el resto del día. Lo primero, y probablemente lo que lo hizo tan placentero, fue el clima. Un día de septiembre, nublado y con viento, inusual para una ciudad como Monterrey. Desde donde me encontraba, vi como el viento movía las ramas de los árboles y escuché los sonidos del corazón de mi ciudad: los pájaros volando, los autos frenando y acelerando en el semáforo de la esquina, y la campana del señor de las nieves.

Frente a mi balcón, está una plaza, no muy grande pero tampoco tan pequeña. La realidad es que hasta este día la veía como un lugar cualquiera, pero las cosas tan simples que presencié hoy me hicieron cambiar de parecer. Primero vi a un señor con su atuendo deportivo caminando por la acera con sus audífonos. No era la gran cosa, pero lo que llamó mi atención fueron los movimientos que hacía con sus brazos, haciendo círculos pequeños al ritmo de la música que escuchaba.

Luego, vi a un hombre trajeado, lo cual se me hizo muy peculiar dado el contexto, paseando a su bulldog. A simple vista, se veía que era una persona muy ocupada, pues nunca separó sus ojos de la pantalla del celular. De hecho, hubo un momento en el que tuvo que parar de caminar y escribir un mail o contestar un mensaje. De pronto, se acercó una mujer que también paseaba a su perro. El bulldog se aceleró tanto que su dueño tuvo que dejar lo que estaba haciendo. Como suelen ser los encuentros entre perros, se olieron e inmediatamente empezaron a juguetear. Esto obligó a sus dueños a entablar una simple y breve conversación, la cual no pude escuchar a la distancia. Llegó el momento de irse, y el perro de la mujer tenía tantas ganas de quedarse que se echaba en el piso cada que podía, aun cuando la mujer tiraba de su correa. Después de un tiempo, ambos tomaron caminos opuestos.

Seguido de esto, vi a un señor de unos 60 años con otro de unos 30, andando en bicicleta. A mi me pareció que eran padre e hijo, pues ambos iban con atuendos similares y el señor de más edad iba al frente. Cruzaron el semáforo juntos y los perdí de vista.

La última interacción que observé fue probablemente la más sencilla, pero de igual manera captó mi atención. Vi a dos jóvenes caminando por la banqueta con sus respectivos uniformes del OXXO. Probablemente eran compañeros tomándose un tiempo libre en su descanso. Uno de ellos iba platicando muy entusiasmado, haciendo ademanes grandes y exagerados. A lo lejos, escuché la palabra “futuro”. Me hubiera gustado escuchar el resto de su relato.

Puede parecer que los sucesos que vi hoy no sean importantes o trascendentales para el resto del mundo, pero por lo menos quedarán grabados en mi memoria por un buen tiempo. Pues fue en este preciso momento en el que pude pensar en otra cosa que no fuera yo o que me involucrara. De pronto, dejé de pensar en las tareas para mañana, en lo pendientes en mi libreta o en cuántos días faltaban para el fin de semana. Una sensación nueva y diferente a cualquier otra se apoderó de mi cuerpo y mi mente; sentí la paz de estar presente.

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