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El sarcófago azul (Una aproximación a la arqueología submarina)

Por comodidad en unos tiempos sobreinformados,  se suele aceptar, que lo que todavía no se conoce de la historia de la humanidad, a priori, nunca fue. Porque el pasado se ve tal que una naranja a la que no le queda zumo, que ha sido exprimida por tanto tiempo y por tantas manos  que sólo podemos aspirar a perfilar lo hasta ahora ya conocido.

Evidentemente esta simplificación es falsa, y se ve desmentida continuamente por nuevos hallazgos –He aquí el mecanismo de Anticitera[1], por ejemplo, o el ADN Neanderthal que llevamos en los genes[2]–. Se trata de una falacia producto de lo cómodo que resulta a veces el aceptar el “conocimiento oficial” como la única fuente de información válida.

Sin embargo recopilar datos complementarios que nos den información accesoria del entorno y mecanismos de un sistema es, a todas luces, fundamental para entenderlo. Porque pese a  que de dicha información complementaria no se derive ninguna certeza firme, nos sirve para confeccionar el ecosistema mental adecuado para formular hipótesis y enfocar una investigación.

Al observar este entorno que nos cobija, estudiando  la geología terrestre o la evolución de la especie humana, es inevitable que nazcan las primeras preguntas, y de ellas, la certidumbre de que aún quedan en el tintero numerosos misterios que desvelar.  Y no es osado afirmar que muchos de estos enigmas residen ocultos bajo el velo aterciopelado de las profundidades marinas, y ello se evidencia de forma clara al contemplar la gráfica del nivel del mar de los últimos 140.000 años.

Pues  el Nivel del mar nos cuenta dónde estaba la línea de la costa en cada momento de la antigüedad, y dónde levantaron los asentamientos costeros las primeras sociedades humanas. Llama la atención ver que hace unos 20.000 años, coincidiendo  con el fin de la última glaciación, el mar estuvo 130 metros por debajo del nivel actual. Lo cual significa que los pueblos que levantaron sus asentamientos cerca de la costa en aquellos tiempos, nos han dejado yacimientos que en la actualidad se ubican muy mar adentro. Hecho que por un lado dificulta su localización y excavación, pero que por el otro nos asegura que muchos aún están por descubrir.

Buena muestra de ello es la desaparecida Doggerland[3], un área emergida hasta el 6000 a. C. que unía la Gran Bretaña al continente europeo, y que albergó una población que se vio obligada a emigrar al ver zozobrar sus suelos. Y yo me pregunto, ¿cuántas otras Atlántidas se habrán olvidado bajo las aguas alrededor del globo?

Desde Heracleion[REF.] o Antirhodos[REF.]  en Egipto, al puente de Beringia[REF.] que unió Asía y América,  el fluir del nivel de las aguas esconde una clave que no debemos pasar por alto, y hay que sentirlo como un latir milenario, que con cada bocanada y glaciación modifica la fisonomía del entorno irremediablemente.  Sin duda, el futuro de la arqueología submarina pasa por cepillar el lecho marino con escáneres, o técnicas no agresivas de barrido, que saquen a la luz lo que la arena ha salvaguardado casi virgen durante milenios.

Como todo, la rama de la arqueología que se dedica a hurgar en los mares tiene sus pros y sus contras. Una ventaja es que los yacimientos submarinos no han sufrido la expoliación que padecen los terrestres, y es fácil hallar pecios repletos de ánforas. Tampoco nadie se ha llevado, para reformar el granero, las piedras sumergidas que conforman templos de dioses primigenios e ídolos sin nombre.  Pero por otro lado, el agua es un medio que nos es ajeno, en que el hombre se desenvuelve con torpeza, y ello dificulta la excavación y limita las personas cualificadas para llevar a cabo la tarea. Aunque este impedimento pueda ser a la vez un aliciente, pues hace de las profundidades submarinas un cosmos al que, a diferencia del firmamento, sí nos es permitido penetrar,  y sentimos ingrávidos como en el espacio, adentrándonos lentamente en la sugerente oscuridad de lo desconocido.


Notas:

  1. ^ El mecanismo de Anticitera es una máquina con engranajes que data del s. II a. C. aproximadamente. Oopart verificado y aceptado por la comunidad científica que adelanta el desarrollo de esta tecnología casi 1600 años.
  2. ^ Hasta hace bien poco, se opinaba que los neanderthales y los humanos modernos eran especies diferentes tan alejadas genéticamente que no podían cruzarse. Sin embargo, el análisis de restos neanderthales por parte del instituto Max Planck demostró que compartimos con ellos una pequeña proporción de material genético. Lo cual demuestra que hubo hibridación, y en última instancia, evidencia que el conceso oficial era erróneo.
  3. ^ Para saber más de Doggerland, dejo aquí este reportaje de National Geographic: «En busca de Doggerland».

Fuentes y referencias:

  • Imagen 1: Jason deCaires Taylor
  • Imagen 2: «Sea Level Change: The Last 120 Million Years»
  • Imagen 3: «Doggerland, Britain and Western Europe.»
  • Imágenes 4 y 5: Heracleion.
  • Imágenes 6 y 7: Baiae.
  • Heracleion: Saber más.
  • Antirhodos: Saber más.
  • Puente de Beringia: Saber más.


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