Get Even More Visitors To Your Blog, Upgrade To A Business Listing >>

querencia

Leí y releí varias veces la historia de Cata. Hay algo impreciso, o por lo menos brumoso, en el afiebrado relato del combate de la tapera. Cata no obedece las órdenes del sargento Sanabria. Cata se mete entre los pastizales. Cata rodea el semicírculo de fuego. Cata toma por sorpresa al capitán portugo. No duda. Le corta el cuello. Ese acto de venganza, que es también sacrificio, provoca una estampida, una disrupción, posiblemente el final de la contienda, con los cuerpos de Cata y Sanabria formando una sangrienta cruz en una hipnótica pesadilla patriótica. ¿Hay más sobrevivientes, además de los cuervos negros, de los perros que llevan horas huyendo del tiroteo y no logran escapar, de los caballos enloquecidos? ¿Quién cuenta la historia? ¿Los cuervos? ¿Los perros? ¿Los traidores? ¿Los vencedores vencidos?

La tierra es la que habla en las páginas escritas por Eduardo Acevedo Díaz. Es la verdadera protagonista. La tierra reseca. La tierra manchada de sangre libertaria.

La tierra es la que habla en muchas otras historias que se suceden desde el principio de los tiempos, que de algún modo son recurrentes y que no deben ser olvidadas.

La tierra, cuando habla, como habló en la aparición del cuerpo asesinado del militante comunista Eduardo Bleier, es la que hace que algunas historias dejen de ser imprecisas, que la bruma escampe, que las mentiras y los ocultamientos se vuelvan eternamente imperdonables, y que las capas y capas de cobardía, de retórica inútil, de palabrerío de vulgares fachos machos, de complicidades oscuras, quede expuesta como si fuese sacudida por el cuchillo justiciero de Cata.

El relato se vuelve singular y preciso, particularmente incómodo para los que miran hacia otro lado, para los canallas que intentan desvirtuar la memoria revolucionaria, para los miserables que buscan ensuciar la cancha en pos de obtener réditos políticos indignos. El relato se vuelve singular y preciso en los versos escritos por el hijo de Eduardo en un libro llamado Cenizas. Gerardo los escribió en 2005, los zurció en un intento de alejar la bruma. Sabía que en ese momento era imposible alejar la maldita bruma. Y por más que algunos de esos versos puedan ser reescritos, ahora que se acalló para siempre el relato infame del 'entierro-desentierro-incineración', hay en ellos suficiente emoción y humanidad para que se conserven así, tal como fueron paridos. Hay un niño que mira, hay caballos que guardan secretos, hay aves desprevenidas, hay montañas que caen al mar y albergan imágenes del paraíso.

Hay suficiente querencia, que si bien es una palabra en principio ajena a la historia de Gerardo Bleier y su padre Eduardo, asesinado por el terrorismo de estado en 1976, en este texto que se va escribiendo más o menos a la deriva oficia de vaso comunicante con una serie de canciones que tienen como protagonista a un hijo, en este caso otro hijo, enfrentado también a la muerte de su padre.

Nicolás Molina es el autor del disco Querencia. La imagen de portada es una fotografía tomada en un cementerio. Es el disco que vengo escuchando, y mucho, en estas noches que se ven conmocionadas por la aparición del cuerpo de Eduardo Bleier, y de la relectura de Cenizas, porque no me queda otra que creer en las palabras, sobre todo si son pasibles de ser cantadas, como pasa con la fina poesía de Gerardo y con las canciones de Nico. Si bien el cantautor, oriundo de Castillos y con dos muy buenos discos indiefolk publicados en los últimos años, ya se había hecho un buen nombre al frente de Los Cósmicos, es en este nuevo cancionero que logra condensar una obra mayor, a la altura de los grandes discos de coterráneos como Cabrera o Darnauchans, o de lejanos-cercanos como Nacho Vegas.

Son canciones de esas en las que habla la tierra. De hecho, la connotada querencia, palabra que Nico asume que a priori le es ajena, es parte inseparable del resultado sonoro del disco. Hay un hipnótico aire a western melancólico en varias de las nuevas canciones. Saben a tierra reseca, a milongas adulteradas, a folk de frontera que se ha vuelto propio e inseparable, que trata de reconciliarse con el legado del padre, bajo tierra, soterrado, zurciendo emociones propias. Zurciendo querencia. Porque hay flores, hay mar, hay resonancias de escrituras y reescrituras lejos de toda autocomplacencia.

Estuve escuchando Querencia y no es un disco liviano ni de esos que conectan con códigos de fugaz entretenimiento. En vinilo, en la experiencia de la púa rozando los surcos, suena infinitamente mejor. Envuelve. Condensa una potencia melódica muy intensa. El tempo es tan elegante como oscuro. Tiene una dulce bruma. Tiene pianos luminosos. Y si hay que destacar una canción, elijo "Los últimos hippies del verano". Es de esas canciones que parecen no tener final. Es imprecisa y brumosa. Podría ser una buena banda sonora para la escena final del combate de la tapera. Cuando la tierra habla.

Y seguramente, porque no puede ser de otra manera, se escuche el eco de otra voz, posiblemente la de Cata, de una canción anterior, una canción que dice:

"Estas tres flores que traigo
Son tres flores que traigo
Y son para la mar
Y son para flotar
En ondas de la verdad
De hombres que ya no están"


se recomienda hacer clic y vivenciar este video clip
 




This post first appeared on ., please read the originial post: here

Subscribe to .

Get updates delivered right to your inbox!

Thank you for your subscription

×