Estaba muy cansado el Gran Maestre. La edad, las guerras, los años de detención, las torturas, le habían pasado tremenda factura, pero nada le atormentaba más que el haber cedido frente a las demoníacas y macabras artes dominicas al dolor intenso del potro y demás instrumentos de tortura en los que, esos demonios vestidos de monje, eran expertos en quebrantar voluntades.

Pero estaba decidido a reafirmarse en la retractación que había efectuado el pasado día negando todos los cargos contra la Orden y asegurando que todas sus confesiones eran falsas y fruto del intenso dolor provocado mediante las largas jornadas de tortura en manos de esa Inquisición asesina y cruel que dirigía la Iglesia, aún a sabiendas que le acusarían de relapso y condenado a morir en la hoguera.

Mil hogueras hubiera preferido antes de vivir bajo el peso de culpabilizar falsamente al Temple aunque hubiera sido obligado por   la intensidad de esas malas artes inquisitoriales.

Y llegó la mañana del 18 de marzo de 1314, y le condujeron junto a Fr. ++Godofredo de Charney a la Isla de Los Judios, enfrente de Notre Dame, donde volvió a ser preguntado sobre la culpabilidad de la Orden. 

El anciano Gran Maestre volvió de nuevo a retractarse de las falsedades declaradas mediante la tortura, afirmando la inocencia de la Orden y de las injusticias y traiciones cometidas contra ella.

Acto seguido, la voz del anciano guerrero se elevó en el aire parisino y todo el mundo pudo escuchar la maldición que envió al cobarde y simoniaco Papa Clemente V, al asesino monarca francés Felipe IV y a todo el que hubiera tenido que ver en la conjura contra los Templarios y su sagrada Orden.

En realidad fue una orden a los Templarios que quedaban libres para efectuar justicia, una orden que se cumplió hasta las últimas consecuencias, como todos sabemos, pero una orden, el último mandato del Gran Maestre, que llega hasta nosotros y que algunos +Hermanos nuestros han olvidado o han querido olvidar, porque aún no se ha hecho JUSTICIA ni a la Orden ni a nuestros +HERMANOS MAYORES, nuestros MÁRTIRES, los MÁRTIRES TEMPLARIOS, asesinados por una Iglesia criminal que se resiste a impartir justicia y sobre todo a pedir PERDÓN por todo el daño causado, condenando a ese cobarde Papa, cómplice del criminal y asesino monarca Capeto que se merecen no gozar nunca del descanso eterno ni de la Luz de Nuestro Señor.

Mientras no se haga justicia, la espada no volverá a su funda, y Dios perdone a esos +Hermanos nuestros que lo han olvidado convirtiéndose en sumisos pedigueños de un guiño eclesial que ojalá nunca se produzca. 

No necesitamos ni guiños ni palmaditas vaticanas en el hombro, necesitamos y exigimos, después de siglos luchando por ello, JUSTICIA, JUSTICIA, JUSTICIA.

NND, FTAT.