Veo fotografías, generalmente de personas que han sido expulsadas de alguna rama de la Orden y que se han ido a otra y luego a otra y después a otra hasta que al final, con cuatro amiguetes montan su grupo y se denominan Suprema, Soberana, incluso Superlativa, Orden del Temple  o Templaria, o de Caballeros del Higo Seco o de lo que sea que se les ocurra, de gente en uniforme, cargados de Medallas y condecoraciones que deben representar la humildad y discreción que debería caracterizar a todo Caballero o Dama Templaria.

En Estos Casos no, en estos casos parece que intentan demostrar que cuanta más chatarra lleven encima más templarios son, consiguiendo con el brillo del metal acumulado en un pecho que termina siendo de hojalata que simples y sencillos concejales y alcaldes de pueblecitos pequeños se queden impresionados ante semejante despliegue de metales y coloridas cruces no sudadas, y que,  orgullosos, se tiran fotos con estos personajes que visitan su pequeño pueblo como si acabaran de llegar de la conquista de Jerusalén y con salpicaduras de Sangre Enemiga en la blanca chaqueta templaria que nunca fue templaria pero que inventaron ellos mismos para que lo pareciera. (Perdón, lo que parecía manchas de sangre enemiga no son más que otras medallas achatarradas en forma de cruz paté y que pululan como hormigas por el.pecho del aguerrido fantoche).

Les propongo una colecta de medallas para regalárselas a esos individuos, (yo iré al Rastro en Madrid, a comprar dos o tres kilogramos de ellas), que tanto parecen necesitarlas para,  equivocadamente, parecer más Templarios.

Y a ellos, a los chatarreros de la Orden, les propondría que en vez de colgar tantas de esas chaquetas, que al final se romperá la tela, se hagan una cota de malla a base de medallas en vez de anillas de acero. No pararán las flechas enemigas ni los filos de las espadas, pero bueno, al fin y al cabo lo más cercano a una batalla que esa gente ha estado ha sido cuando han visto a sus hijos jugando al Assesins Creek o como se llame el jueguecito.

Ahora en serio, creo que todos, yo incluido, hemos pasado por algo así, por esa fiebre del uniforme y las medallas, pero hay que crecer espiritualmente, interiormente e ir perdiendo el ego, la soberbia, la demostración imbécil de la chatarra.

Dice más un Manto Blanco, completamente limpio de impurezas metálicas que todas esas colecciones de metales reciclados y chatarras en forma de medallas. Creo que con la Venera bastaría, incluso alguna representativa del cargo que se ocupa,  pero ¿esa impresionante exhibición chatarrera? Creo que ni representa a la orden y lo que es, ni representa al que lo lleva como Templario, quizás si como simple y vulgar coleccionista de hierros y chapas.

Para pensárselo.

NND, FTAT.