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El síntoma.


Hace algunos años, en una estación de tren a eso de las dos de la mañana, conocí a la primera persona que me dijo que le iba  romper el corazón. Hacía un frío seco, y el último tren había pasado hacía ya treinta minutos. Estábamos un poco acurrucados y un poco borrachos, a la espera de la luz de la locomotora que nos iba a sacar de ahí finalmente.
Cuando me dijo Esa Frase tan armada, tan conocida en el Manual del Protocolo del Amor, me enojé mucho; y más niña que ahora repliqué que no, que "yo no te voy a romper el corazón"... y al terminar la frase recaí en la inmensa derrota de que tenías razón. Me di cuenta de que en esa frase con frío, tapada de alcohol, te adelanté nuestro fracaso, ese que vos ya sentías cuando jugaste tu comodín para salvar un partido terminado. Entendí que en la cumbre del alcohol, la adolescencia tardía y la escena maravillosa de la estación de tren y la espera, tal vez más consciente que inconsciente dije "yo no te voy a romper el corazón"... pero omití el "nunca", esa palabrita que hace toda la diferencia entre el "voy a intentarlo hasta donde me den las células" y el "lo siento pero la suerte está echada".
Inmediatamente mi réplica devino en tu réplica, en tu "si, me vas a romper el corazón, y va a doler mucho, pero ya estamos acá".... y acto seguido mi explicación de que "nunca le rompí el corazón a nadie, me parece terrible que lo pronostiques así".
Nos quedamos ahí, mirándonos, viendo que el suelo a nuestro alrededor se hundía de a poco, lento, como los corazones que se empiezan a romper de a pedacitos, como brillantina bien finita pero bien brillante; y entonces, sin ánimos de herir pero con tu dolor a cuestas, me dijiste "yo a tu edad..." esa otra frase, esta vez del Manual del Protocolo de la Vida, que yo tanto detestaba. La detestaba y la detesto porque es una bomba molotov con seguimiento de calor, porque cae justo ahí donde uno arde y te desacredita a sentir, te desacredita a ser lo que sos en ese momento, te anula para desplegarte en la única dirección conocida, ésta, la de ahora, la que para vos es verdadera.
Y ahí estaba yo, sumida en mi propia derrota, en una conversación cerrada súbitamente por el batacazo de tu corazón fisurado por mi culpa; porque vos lo viste venir, y quisiste mirar para otro lado cuando ya era demasiado evidente, porque yo no vi ni la sombra del colapso que se venía. Y ahí estábamos ambos, de repente vencidos, de repente doliendo, tratando de comernos las sobras de lo que hasta hacía unas horas parecía una cena agradable... pero despacito, para que no se termine todavía, pero despacito que aún queda el postre.


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