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Fuga

Sam Francis


Resulta que estaba ahí, en alguna parte, no apareció por sorpresa.

El resto es una historia donde están metidos, les sube y baja, les lleva y apenas pueden dejar de mirarla, tanto les atrae, les atrapa, les ata, les libera, les emociona, les une.

Dice esto y sabe que no es lo que quiere decir porque no tiene palabras para definir el milagro que se ha producido entre ellos, esta mutua atracción que les enfrenta como en un espejo donde se miran y se beben, atónitos que sea así, de toparse con que la vida tuviera este recodo para saber más, para encontrar un misterio que brilla, una verdad, un acertijo, porque… ¿por qué ahora?, ¿por qué a ellos?

Tiene una incertidumbre, ¿hasta cuándo?

Pero mientras se apoyan en las columnas clandestinas, se abren el corazón, se cuentan la vida a chorros, lo más íntimo, lo que nunca antes han contado y se comprenden, se quieren más, se saben, se miran confiados y gozosos, nuevos, otros, amigos, hermanos, agotados de tanto amarse. Se viven.

Aunque él, en el fondo de su alma tiene miedo de defraudarla, de no llegar, de no saber, de no culminar la faena, como un mal torero al que se le escapa el toro y lo devuelven a los corrales.

Pase lo que pase, no quiere pensar en ello, no ahora, quiere seguir así, sin saber el truco, el engaño del prestidigitador, por qué salen tantos objetos de la chistera, por qué aparece un piano colgado en mitad del escenario, por qué están los dos tan absortos en ellos mismos.

Y sigue la fuga silenciosa.


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