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Umbral.

 



Sería muy triste que a Francisco Umbral solo le recordasen dos o tres  supervivientes nostálgicos y que ahora algún coleccionista de anécdotas repitiese lo de “vengo a presentar mi libro”. No. Muy por encima de la imagen pública que alimentó está su envidiable maestría escribiendo,  sus miles de artículos, sus más de cien libros y todos los premios literarios que le concedieron.

He visto el documental “Anatomía de un dandy” (en Filmin) y me ha producido sensaciones diferentes: admiración por su trabajo; comprensión por su lucha interior; certificación de  que cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor (eso, el tiempo, que pasa); emociones varias y complejas (tampoco es cosa de extenderme en ello).

Resumen, me ha gustado.

He buscado algún artículo –qué manera de escribir, que soltura- y los comparto.




Salvador Pániker

Hay un hindú de Barcelona, un catalán de la India, que cruza de vez en cuando por Madrid (en estos días ha vuelto a hacerlo), dejando un rastro luminoso y oscuro, misterioso e irónico, oriental y catalán: Salvador Pániker. Pániker, desde que nos trajo sus prodigiosas Conversaciones en Madrid, que pronunciaban la democracia en pleno franquismo, es un madriles por derecho propio, el asiático raro y dandy que le abrió y le miró a Madrid las entrañas como no lo había hecho ningún intelectual madrileño. SP por su cruce Oriente/Occidente, un poco goethiano, por su interior diálogo Este/Oeste, por su duda nada metódica entre el ying y el yang, ha buscado siempre la integración del todo en todo, o a la inversa, más la apertura a lo abierto, y uno se lo tiene dicho de siempre:

-La literatura, Salvador la literatura.

Hasta que SP se ha lanzado a escribir sus memorias (acaba de presentar aquí el segundo y último tomo) y ha encontrado en la prosa creativa narrativa (pero libre, como él nos recuerda, de "la odiosa deliberación de la novela", denunciada por André Breton) El empeño de SP, dada su voluntad de abrirse al mundo con los cinco sentidos y otros que no conocemos, pero ejercemos, no podía lograrse desde la prosa filosófica. Todo eso se razona, pero luego hay que ponerlo en acto. Y el acto, para el escritor, es escribir.

De nada vale vivir dualidades sexuales o de otro orden si se sigue racionalizándolas en la escritura. Pániker ha comprendido que el proceso es inverso: primero escribir y luego vivir. Y se ha lanzado a una prosa rica en nombres (propios) y adjetivos, creadora, descriptiva, sensual, descarada, lírica a veces (la búsqueda del padre en la India), logrando así unas memorias que no haría hoy ningún escritor español, y mucho menos un filósofo. SP, soñando siempre con infinitos desdoblamientos, como esas flores japonesas con/sin raíces en el agua, se nos desdobla hoy en prosista eficaz, plástico, ágil, insolente (ah la insolencia de los dandies) y sonriente. La correcta melena gris, el aura cobriza, los ojos negros, ojos de fijeza y burla, la sonrisa inocente de verdad, muy anterior a su sonrisa interior, temible, las manos de chamán elegante o de profesor de dialectos hindúes en Harvard, una general fragilidad de protoporcelana oriental o de catalancito caprichosito. Pasa por Madrid de tarde en tarde, dejando una estela de inteligencia, ironía y faringitis. Huele aún a la noche paulmorandiana de Barcelona.

Fdo. Francisco Umbral

* Este artículo apareció en la edición impresa del viernes, 13 de mayo de 1988.


Los Beatles

Todo empezó con los Beatles, que hace treinta años (mágicos sesenta) pasaron por España con su «revolución imaginaria», como diría Eduardo Haro-Tecglen. Los españoles de mi generación hemos vivido tres revoluciones imaginarias: la de los falangistas, la de los Beatles y la del PSOE. Curados para siempre de falangismo, fuegos de campamento, monjes y soldados, unidad de destino en lo universal, etc., he aquí que dejamos de ser «flechas» para hacernos yeyés, que también tiene cojones. Sólo se cambia de chaqueta dos veces en la vida, y el que cambia tres ya es un chaquetero. Los Beatles nos hicieron yeyés, como digo. Felipe y Guerra fueron, diez años más tarde, los Beatles políticos que también traían melena y se sabían sus clásicos en arreglo, o sea los clásicos de la revolución, Marx, Engels, pasados por el Rocío y la Blanca Paloma. Cuando ya andaba uno de yeyé mayorcito, fatigué, todo el día con la melena a navaja y el pasadorcito de oro para el cuello, cuando el submarino amarillo se había quedado en un viejo tranvía de los Carabancheles, en un trolebús hortera, he aquí que llegan los nuevos Beatles de la revolución, los yeyés del PSOE, y ya tenemos otra manera de pasar la tarde, la noche, cantando La Internacional en la Universitaria, follando con las progres de neogynona y felipismo, haciendo pasarela por Cuatro Caminos (sede del PSOE), a ver si caía una columna fija en El Socialista o una mecanógrafa con inquietudes. Ahora que vuelven los Beatles, o su memoria, recuerdo que fuimos socialistas como habíamos sido yeyés en Don Ramón de la Cruz, adonde yo iba con Yale y Paco Rabal: socialistas por estética. Mi generación se acostó de los Beatles y se levantó del PSOE. No nos dio tiempo a nada. Eran filosofías muy parecidas, el socialismo pop o el Bach heavy, Felipe y Guerra, paletos de Liverpool, anglos del barrio de Santa Cruz, Beatles con olor a provincia, aparcaron su submarino amarillo en el Congreso y empezaron a hacer oposición dura, yellow submarine, yellow submarine. Los chicos que habíamos ido de franelas y antracitas inglesas, nos mercamos en La Bobia del Rastro una mortaja de pana para ir a los mítines con un tiranosaurio en el hombro y una rosa en el puño. Era la nueva estética. Todas las revoluciones son estéticas, en principio (y suelen quedarse en el principio). Escribe Ortega que «no es coherente guillotinar al príncipe para imponer el principio». Estos guillotinaron al príncipe, que entonces era Suárez (luego rebajado a duque) e impusieron el principio, los principios revolucionarios, franceses y sádicos (lo digo porque Sade estuvo allí, en La Bastilla). Pero el principio, la ética, el puritanismo socialista ha resultado mucho más frívolo, comercial y discotequero que el dandismo de los Beatles. Si el himno de la Santa Transición lo pusieron los Beatles, el himno del PSOE ha sido Ana Belén y «La Puerta de Alcalá», un deslumbramiento madrileño como el del académico y novelista Muñoz Molina. Los Beatles son nostalgia sepia y desganada. El submarino amarillo lo he visto en un cementerio de coches de Getafe, desguazado, y al más importante del grupo lo asesinaron. El PSOE ha asesinado a Gómez-Llorente, ya sólo tiene el voto de la nostalgia y, en cuanto al submarino amarillo, lo tienen aparcado en Ferraz, pero ha circulado mucho por Madrid entre el partido y los bancos, pilotado por Guido Brunner, llevando y trayendo convolutos. A un hombre, como digo, no le da tiempo de conocer más de tres revoluciones en su vida. Como fuimos de todo ya no creemos en nada. Y encima se nos muere Lana Turner.

Fdo. Francisco Umbral

08-07-1995, EL MUNDO








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