Al atardecer entró la niebla y el perdón y eso fue lo peor, los mirlos se enredaban en los alambres de tender las pasiones y las muchachas nerviosas buscaban a los poetas en miradas que metamorfoseaban lo inexistente con el futuro. No había forma de arreglarse con ellas en lo real, en la ausencia de ternura, en el sexo a deshoras.
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Justo a la vuelta, un menú del día muy digno.