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Marinero de madera


Olivier Bonhomme


Pues nada, entre ducha y ducha otro día te contaré lo de aquel fin de semana que fui a Burgos para estar con una antigua novia. Hubo un momento en que ella fue el amor de mi vida (no sé cuántos amores de mi vida he tenido).  Después de me invitó a fumar un canuto (nunca fumo, nada), después otro, total que por no quedarme atrás me puse ciego a canutos. Por la falta de costumbre me quedé dormido, desperté, allí, tumbado, desnudo sobre la cama, como una piltrafa humana, sin poder moverme, (no podía mover ni las pestañas, qué cosas). Ella (qué cabrona) me echó en cara todas las porquerías de nuestra relación, así, una tras otra, como puñales, los desacuerdos, los porqués, los desencuentros, el día qué, el día que no. Mi lengua era más grande que mi boca y no podía responder. La muy malvada incluso me dijo que la figura de madera de un marinero que me regaló (entonces yo vivía en verano en el puerto de Elantxobe) fue a comprarla con su madre y escogieron lo más feo de la tienda, que ya hay que tener mala baba, que la tenía como una reliquia  sobre la cama a pesar de, pero estaba tan p`alla que ni hablar podía. A eso de las seis de la mañana cuando se me pasó un poco la alucinación (la verdad es que bichos no veía), sin despedirme me fui, busqué mi coche aparcado en un barrio raro con gente dormida en los portales, miedo me daba y volví echando hostias a Bilbao, confundido, con resaca, tanto que me equivoqué de carretera y acabé en un monte (Orduña, creo), en ninguna parte, con niebla  y hacía un frío del copón bendito…

Oye, oye, esto que me cuentas ¿es verdad?

Yo qué sé, no me puedo acordar de todo. Tú has empezado. Sí recuerdo que cuando volví a casa tiré a un contenedor el puto marinero.



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