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La escalera de los días






No hay nada aparte del texto, dice Derrida, eres lo que escribes, eres el que te escribe y sin desorientación, sin desconcierto atravieso de vuelta el río Lethes, Décimo Junio Bruto me llama por mi nombre, me reconoce, sé que no he perdido la memoria, ya estamos todos, viva la madre superiora, Empezaremos un severo régimen alimentario (dos o tres días), empezaremos un curso de inglés (una semana), empezaremos a caminar por las tardes (hasta que llueva),  empezaremos a mirarnos al espejo sin reconocernos (¿dónde está el que reía en las largas tardes de agosto?, ¿dónde aquel que fue feliz?), nos llenaremos de metáforas sin saber que son figuras del lenguaje basadas en lo similar, nos vaciaremos en metonimias sabiendo que se basan en la contigüidad (más o menos en la metáfora se sustituye una cosa por algo semejante a ella, en tanto que en la metonimia se sustituye la cosa por algún atributo, causa o efecto de la misma, salvo que algún león sordo diga lo contrario), descubriré músicos como Steven Wilson, (re) descubriré la estética de Fritz Lang, yo qué sé cuántas maravillas descubriré, aunque, sobre todo, lucharé por encontrar el camino de la felicidad dentro de un orden (con o sin concierto). Lo dicho, estamos en el camino (de momento subiendo la Escalera de los días).





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