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No votan contra sus intereses


La idea aparece de modo recurrente: en la calle, en los bares, en las universidades, en innumerables textos que se preguntan acerca de por qué, en apariencia, hay un sector de la sociedad que en las últimas dos elecciones (presidenciales, primero; legislativas, después) ha decidido ir en contra de sus presuntos intereses. ¿Por qué la Alianza Cambiemos logra un porcentaje de aceptación tan alto entre aquellos que resultan ser los principales perjudicados de sus políticas? Todo fenómeno social emerge, sin dudas, a partir de una multiplicidad de factores que lo ponen en marcha. Aquí interesa centrarse en uno de los resortes que llevó a un sector de la población a votar a Cambiemos: el resorte ideológico, ese que ha trabajado sobre el alma de los miembros de nuestra sociedad haciendo honor a lo que en los años ochenta enunció la Dama de Hierro: “la economía es el método, el objetivo es cambiar el corazón y el alma".

Objetivo que se ha logrado, en parte, gracias a la imposición de un Sentido común, verdadero sexto sentido socialmente compartido, donde prima un individualismo a ultranza que se puede resumir en una frase, que es el título de un artículo de Guillermo O'Donnell: Y a mí qué mierda me importa. Qué mierda me importa que suba la nafta, si yo tomo colectivo; o qué mierda me importan los pobres o los desocupados, si yo como y tengo trabajo. En definitiva, qué mierda me importa el otro. Las operaciones que el gobierno de Cambiemos realiza no son operativos de distracción, sino alimentos ideológicos para los hijos y nietos que fueron formateados por la dictadura cívico-militar de Videla & Cía., y que ahora gozan con el autoritarismo y el fuera de toda ley, excepto la que impone Cambiemos. Esos que aplauden la represión y la prisión preventiva a cualquiera y de cualquier manera son los mismos que aplaudieron los piquetes del campo y ahora aplauden cuando meten preso a un sindicalista, pero no lo relacionan con Gerardo Martínez, el capo de los delincuentes disfrazado de gremialista elegido y protegido por Macri. Muchos de quienes apoyan hoy a este engendro democrático no lo hacen por estar hipnotizados, ni por el placer de la autoflagelación, sino porque son producto del Proceso de Reorganización Social (Daniel Feierstein) que comenzó en 1976 y que tuvo su realización simbólica durante los años ochenta y noventa. Este proceso tan sólo tuvo una interrupción de 12 años, y quienes fueron tocados en su alma (psique) –desde el sentido común–, no lo pudieron soportar.

He aquí la batalla que los defensores de los genocidas, hoy en el poder, vienen librando desde hace por lo menos 30 años. La batalla por conquistar el sentido común –ese cúmulo de valores, de representaciones, de creencias, respecto de las cuales, como sociedad, no habría discusión alguna porque son, en efecto, de sentido común; evidencias, verdades objetivas, las cosas como son. La conquista del sentido común es el objetivo madre de toda ideología que, al triunfar, se mimetiza con él. Reflexionando sobre la sociedad actual, Nicolás Casullo decía en Las cuestiones que “la sociedad que queda es pensada por una derecha en estado de generalización, normalizada como sentido común”. Y es que el neoliberalismo, además de ser un sistema político-económico, también es un proceso de reestructuración cultural. La “normalidad” aparece como un valor indispensable al que toda sociedad debe aspirar: ser un país “normal”, en orden, con reglas claras. Detrás de esa “normalidad” no habría nada, puesto que hablamos, desde el sentido común, de las cosas como son. Es en esos términos que nos habla la cultura neoliberal. Y es así, entonces, que quienes votan a Cambiemos a pesar de ser sus principales víctimas, no lo hacen contra sus intereses (económicos); lo hacen para restaurar las ideas que se sostuvieron durante años y que durante el kirchnerismo, aunque sea en parte, se intentaron subvertir, ideas tales como que "no hay que exigirle al Estado que garantice el trabajo", "cada uno debe procurárselo" y "si no puede, por algo será". El emprendedurismo que hoy pregonan los Esteban Bullrich y afines es un rostro más del individualismo hegemónico que aún nos domina. Este fue el gran cambio subjetivo que el neoliberalismo logró desde los años de plomo. La lógica de los campos de concentración tuvo como víctimas también a todos aquellos que estaban fuera del campo. Los medios a través de los cuales se logró este cambio subjetivo fueron, sin duda, los medios de comunicación que hicieron todo lo posible por ganar la batalla de las conciencias o, como ya hemos dicho, la batalla por el sentido común. Ahí es, entonces, donde debemos dar la pelea. Y también en la calle.

Pero las sociedades son complejas y el sentido, en la disputa, si bien puede acotarse, nunca se cierra del todo. Es así como no sólo existe un sector social que fue "formateado" por este dispositivo; también hay otro que se ubica en una posición antagónica. Los que resisten, los que se indignan, los que se amargan, los que militan para oponerse al oprobio que significa este asalto al Estado que no merece el nombre de gobierno. Poner de relieve el carácter conflictivo que constituye lo social hace que la “normalidad” neoliberal no aparezca más que como una verdad social e históricamente construida, y entonces puede derribarse. Para ello, sigue siendo fundamental la política como posibilidad de construir nuevos sentidos. A la pregunta de por qué hay un subconjunto de la sociedad que no comparte el sentido común del otro subconjunto, no aparece una respuesta fácil ni unívoca. Pero podríamos decir: hay un real en juego que retorna y moviliza a este sector. Ese real ha sido nominado como Los Desaparecidos. Real porque no cesa de no escribirse. Real que, cuando desde el poder político y judicial quieren borrarlo, se les pone en cruz impidiendo que la cosa funcione como quisiera el Amo. Recordemos la marcha contra el 2x1, las marchas por Santiago Maldonado, las marchas de las Madres, los nietos restituidos por las Abuelas, el reciente siluetazo contra Etchecolatz, entre muchos otros casos. La batalla es cultural y por eso mismo es política. Y como la única batalla que se pierde es la que se abandona tenemos que continuar, por los 30.000, por Santiago, por Nahuel, por todos y por nosotros.

Lic. Claudio Boyé. Psicoanalista
Pablo Boyé. Estudiante Ciencias de la Comunicación


Ilustración: Carmen Cuervo


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