Cuando llegue a lo contador mi estado físico, si bien no era el de un espartano, me permitía correr 15 minutos sin perder el conocimiento, lo que ahora me parece una real hazaña ya que entre la vida sedentaria y los accidentes en el campus he perdido cerca de un 50% de mi masa muscular y encefálica. Cosa que ni siquiera sospechaba en mis inicios en Lo Contador. Nuestro querido campus, más que ser una “experiencia espacial” es un verdadero “safari espacial”. Si creías que la máxima tragedia universitaria es que se te de vuelta el completo con el pilar frente a la caja del casino, no sabes nada.

Bajando por las escaleras de la casona tuve que dar paso a un individuo con un cerro hecho maqueta (mala idea si consideramos que tienen 50 cms. de ancho y una huella de 15), por lo que me precipite en caída libre hacia la fría piedra. Resultado: T.E.C. abierto.

Lo que el tiempo trató de cerrar (mi cráneo) el campus se encargo de volver a abrir. Caminando del taller al auditorio embobado por las dimensiones de una habitante promedio de Lo Contador, vengo a chocar de frente con un pilar que extrañamente está en medio del pasillo, junto a la oficina de su ingenioso autor. A mi antigua fractura se le sumaba 10 cms más; intento acudir a una enfermería pero ¡sorpresa!, en un campus donde hay disponibles herramientas que pueden partir a una persona a lo largo (y sin trabarse) no hay siquiera un botiquín.

Con mi cuerpo y autoestima aún heridos recorro las escaleras con ritmo infernal que me deforman el coxis, esperando que no me aplaste algún otro galpón con forma de antena y que el patio de madera no me siga robando las monedas.

Aún así algo me consuela: si quiero suicidarme estará siempre dispuesta la pasarela de madera que conduce al Serex.

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