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Irma Vep (Olivier Assayas, HBO Max)

|| Series
Irma Vep
Olivier Assayas
Fantasmas en los tejados


Alicia Rambla
Madrid |

ficha técnica:
EE.UU., 2022. Título original: Irma Vep. Duración: 480 min. Dirección: Olivier Assayas. Guion: Olivier Assayas. Música: Thurston Moore. Fotografía: Yorick Le Saux, Denis Lenoir. Reparto: Alicia Vikander, Adria Arjona, Fala Chen, Carrie Brownstein, Lars Eidinger, Jess Liaudin, Vincent Lacoste, Jeanne Balibar, Hippolyte Girardot, Vincent Macaigne, Nora Hamzawi, Antoine Reinartz, Alex Descas, Michèle Clément, Johannes Oliver Hamm, Tom Sturridge, Byron Bowers, Pascal Greggory, Dominique Reymond, Sigrid Bouaziz, Vivian Wu, Valérie Bonneton, Calypso Valois, Denis Podalydès, Nathalie Richard, Maya Sansa, Clément Métayer, Thurston Moore, Kristen Stewart, Lou Lampros. Productoras: A24, Little Lamb. Distribuidora: HBO Max.

Hay algo icónico en los cañones de chimeneas sobre los tejados de París. Una anáfora arquitectónica en un horizonte urbano lleno de humo, con sus suelos de adoquines, su torre Eiffel dispuesta a iluminarse cuando el reloj toca las diez y sus turistas descorchando el champagne, como si a todes les hubieran dado un papel de extra para ir día tras día a esa localización. Lo mismo ocurre con la técnica de hacer películas, las imágenes dispuestas en un celuloide que no deja de girar, el obturador que no cesa de tapar la materia fotosensible durante milisegundos en cada vuelta, la claqueta que marca toma tras toma, le directore que en algún momento grita ‘corten’. Pareciera que todos los rodajes fueran iguales, con sus focos y sus cámaras y las vans dispuestas para que alguna estrella descanse. También hay algo de reiteración en todo ello. Solo algo, ya que si hay una cosa que tiene el tiempo es que es irrepetible y por mucho que se quiera reproducir con exactitud un momento, una escena, un suspiro, nunca será el mismo. Algo se pierde en el reloj, también algo se gana con el tiempo. Bazin diría que es porque la cámara tiene la capacidad de captar lo real dentro de la ficción que se interpreta, de modo que cuanto más tiempo se sostenga la grabación, más realidad se filtrará por la lente del objetivo. Y es que nuestros ojos son lentes, y las lentes ojos al servicio de la creación.

Sucede lo mismo con Irma Vep, ese personaje encarnado por Musidora (Jeanne Roques) en Los Vampiros (Louis Feuillade, Francia, 1915-1916), reinterpretado por Olivier Assayas de la mano de Maggie Cheung en el rodaje que adaptaba la serie de Feuillade en una película (Irma Vep, 1996). Y ahora, repentinamente, aparece una adaptación a serie. La rueda aparenta no tener fin, como si Irma Vep siguiera resucitando cual mesías, como si Assayas la volviera a invocar, en nombre de Feuillade, cada vez que el audiovisual sufre una transformación: la primera en pleno nacimiento del cine como narración y arte, la segunda en un cambio de era cultural y tecnológica, la tercera, en una transformación de formatos y modos de consumo. Acaso para rendirle culto a las mutaciones que, o bien provoca, o bien representa el audiovisual como testigo universal de un cambio. Y es entre un halo de negación y entusiasmo, en los tiempos de las plataformas y los algoritmos, de los spin-off, remakes y sagas interminables, cuando alguien que aún conserva la fe decide abrir su cuenta de HBO y reproducir a lo una miniserie de ocho capítulos… para descubrir que, más allá de conservar el hilo conductor, se trata de una reinvención; y, más allá de un remake, se trata de una secuela donde el propio René Vidal (doppelgänger de Assayas, interpretado por Vincent Macaigne) rehace una vez más Irma Vep, pero en este caso siendo como serie y no como película. Hay que recalcar, que en la ficción, René Vidal se escuda constantemente en que no está rodando una serie, sino una película larga dividida en capítulos. Se introduce un debate a la orden del día sobre el «séptimo arte» como algo separado de la serialidad, cuando en realidad es una cuestión de lenguaje, un sesgo, una lucha desde hace décadas sobre la calidad de la ficción televisiva y la cinematográfica, como si ambas no usaran los mismos medios y los mismos recursos gramáticos.
Assayas reinventa ese cuento sobre un rodaje fallido para reconvertirlo en una serie, dotándolo de profundidad y sabiduría sobre las definiciones más primarias y ontológicas de qué es el cine y qué significa interpretar un papel. Readapta el cuento en una novela, adaptación de una película que viene de una serie, serpenteando a través de la historia del cine y su propia identidad, dando al personaje de Irma Vep la responsabilidad de simbolizar esa historiografía. Pero no es fondo todo lo que reluce. Porque, además, con economía gramatical, sin obviar que se trata de una serie que no responde al término «de bajo presupuesto» pero que tampoco peca de suntuosa, recurre a movimientos de cámara más pausados que en la versión noventera, con un montaje que trabaja el plano-contraplano, recurriendo a la simpleza para contrastarlo con los fragmentos de la adaptación de Los Vampiros, los que recuerdan al montaje final en Irma Vep (1996).

En su actual adaptación, Assayas se aventura con los niveles de inmersión de Mira (Alicia Vikander) encarnando a la villana de Los Vampiros, moviéndose en un sistema de alturas según la fase identificativa en que se encuentre la protagonista, dependiendo el propio límite de la gama introspectiva de las escaleras que sube y de los tejados que pisa, conduciendo así a los momentos de posesión interpretativa donde la barrera entre la integridad de Mira e Irma se desdibuja acercándose más a identificarse con la segunda y acabando por reproducir esas postales a falta de turistas que descorchen su vino espumoso, si no habitadas por espíritus simbólicos. Y es que el traje, al igual que la piel, tampoco es el mismo. Las tres edades de Irma Vep se componen por la tela que viste, un elemento estético a la par que simbólico –de la seda, pasando por el látex, acabando en el terciopelo negro– y este último creando más matices texturales en el cuerpo de la actriz, como lo que Assayas está intentando recrear en pantalla, algo suave, pero con sus brillos, con una tela que cambia de disposición cada vez que es palpada, dejando marca de su último movimiento. «Su alma lleva un siglo hechizando el cine. Es un camaleón que se reinventa con cada generación» le dice René a Mira en una de las tantas conversaciones que tienen al respecto del personaje de Los Vampiros.

Irma Vep, Olivier Assayas
Disponible en el catálogo de HBO Max.

«La licuadora de Assayas se intensifica según avanza la serie, montando y remontando su pieza, fundiendo realidad con ficción, personaje con intérprete, y retratando la figura del director como si de un mago se tratara».


El traje también actúa como refugio para Mira, quien tras años de rodar blockbusters y grandes producciones ha encontrado en Irma lo que la movía para actuar, ese toque sensible y profundo cargado con la figura que representó Musidora como mujer y creadora en la historia del séptimo arte. Interpretar el personaje le devuelve la esperanza en el goce de la actuación, sintiéndose poseída por un fantasma que la habita (como ya le había pasado a Maggie Cheung) acabando por interpretar a Irma Vep fuera de las paredes del set y dotándola de un poder fantástico que le permite traspasar los muros de su hotel literalmente. Y es esto un hecho diferenciador en la serie respecto a la del 96, si bien en la anterior jugaba a las sutilezas, como por ejemplo la escena del robo en el hotel, donde Maggie se colaba en una habitación y robaba un collar para acabar tirándolo desde las alturas de la escalera de incendios del mismo, esta nueva juega a ser directa para darle más expresión a la fantasía, para permitir a Mira colarse en la intimidad de los demás y mostrar los conflictos emocionales que es incapaz de resolver. Hay collar, pero este actúa menos como psicólogo y más como redentor.

Junto a la función fantástica que une personaje con actriz, Assayas emplea herramientas de lenguaje cinematográfico cuyo uso ha ido menguando en el tiempo como son los fundidos. La licuadora que representa la nueva adaptación del director en la ficción se intensifica según avanza la serie, montando y remontando su pieza, fundiendo realidad con ficción, personaje con intérprete, y retratando la figura del director como si de un mago se tratara. Porque las referencias a la magia y al espiritismo en esta última entrega son recurrentes, desde la concepción fantasmagórica que mantiene a René Vidal en un vilo interminable de fascinación por el pasado, hasta los espíritus que comparecen, como es el caso de las apariciones de Jade Lee (Vivian Wu) quien representa Maggie Cheung y por consiguiente Irma Vep, ya que ella también es el hogar de René, la casa en constante reforma que es adaptada a los materiales de construcción de los que se disponen en cada época, las chimeneas que conforman el horizonte parisino, el faro que indica a los turistas al punto de encuentro, lo que vuelve en icónico un espacio, lo que lo diferencia y hace que ocupe un hueco en la historia, el carisma que lo hace perecedero, la innovación que lo hace único, el espectro que traspasa las barreras del tiempo. ⁜




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