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Crítica | Don't Worry Darling

|| Críticas | Venezia 79 | ★★☆☆☆
Don't Worry Darling
Olivia Wilde
No la veas, querida


Mariona Borrull Zapata
Venecia (Italia) |

ficha técnica:
Estados Unidos, 2022. Título original: Don't Worry Darling. Dirección: Olivia Wilde. Guion: Katie Byron. Compañías productoras: New Line Cinema (Richard Brener, Celia Khong) Vertigo Entertainment (Miri Yoon, Roy Lee). Música: John Powell, Randall Poster. Fotografía: Matthew Libatique. Montaje: Affonso Gonçalves. Reparto: Florence Pugh, Harry Styles, Chris Pine, Olivia Wilde, KiKi Layne, Gemma Chan. Presentación oficial: Selección Oficial Festival de Venecia. Duración: 123 minutos.

Conocemos bien el negro que proyectan los objetos bajo el sol radiante. Han sido décadas y décadas de orejas enterradas en jardines traseros y de todo tipo invasiones domésticas: los espacios ideales de la América suburbana se descubrieron hace tiempo como patio para juegos macabros. Lugar común, casi demasiado pateados por todos los hijastros del thriller, los barrios estadounidenses nos interrogan: ¿cuándo volverán a ser verdaderamente siniestros? Querríamos soñar el sueño americano como si fuera la primera vez.

Es 2022 y Olivia Wilde organiza su propia lectura sobre la América acomodada. Detiene el reloj en algún momento de los años cincuenta, en la ciudad desértica de Victoria, proyecto de colonia deluxe para las familias de los hombres empleados en una misteriosa base tecnológica o militar (qué se hace allí nunca queda claro)*. Victoria son sus calles y arboledas, pero también la coreografía perfecta de todas las piezas de su engranaje, humanas y demás. La película lanza todas las cartas de la distopía con solo la imagen de unas amas de casa saludando al unísono a sus esposos, cada una desde su casa pero todas igual de pulcras. La protagonista de nuestro relato será una de ellas, Alice (Florence Pugh), esposa de Jack, a quien da rostro el ídolo pop Harry Styles en otra de sus intentonas en el mundo de la interpretación. Alice vive en un país de las maravillas controlado por el CEO de ojos azules y peinado ampuloso, aunque engominado sin esfuerzo. Él es Frank, un Chris Pine entre la frialdad de un villano y las formas cercanas de un gurú; el tipo, obviamente, lanzará su buena dosis de conceptos malignos de yuppie: «reto», «progreso», «futuro».

Pero, ¿qué aporta la película de Wilde a la bien regada tradición de la perfección inquietante en suburbios? Alto y claro, la cineasta sabe bien que la simetría no engaña ya como ideal alguno y que, por lo tanto, su gran primera parada es indagar en qué es lo utópico para alguien del siglo XXI. A pocos minutos de empezar la película, las numerosas celebraciones «con el puntillo» de embriaguez y la libido extrema de la pareja protagonista, atractiva, van a acabar de humanizar una realidad ideal, donde los tonos pastel de un mundo seguro y acomodado, por magia de la fotografía de Matthew Libatique (que firma también las luces de The Whale), también vibran con energía palpitante. De un día para otro, Alice empezará a sufrir breves desajustes mentales, desde déjà vu leves pero inexplicables a alucinaciones verdaderamente graves. Para orquestarlas, Wilde parte de la magnífica premisa que sostenía toda la Swallow de Carlo Mirabella-Davis (2019): la ansiedad de una mujer enjaulada arraiga en una sensación física innegable. Por ello, Wilde enfrenta a su protagonista a una serie de visiones pesadillescas, episodios oníricos con asfixia y aplastamiento que se insertan en el montaje como meras imágenes chocantes.

En las palabras de una de las cotillas del barrio hacia su vecina, diríamos que la directora está «desperate for being exciting» («desesperada por ser excitante»). Entre las visiones recurrentes de Alice se cuenta una de las coreografías geométricas de piernas sobre negro de La calle 42 de Lloyd Bacon (1933). Por si la escena no resultara lo suficientemente perturbadora, Wilde la vuelve a poner en escena, esta vez con todas las integrantes del grupo con la cara pintada de blanco y los ojos de negro, cual creepypasta. La película en sí se empaqueta como un popurrí accidental de referencias vistas en tal o cual producto audiovisual reciente, ya sean los hombres ataviados de rojo del Nosotros de Jordan Peele (2017) o la vecina que es réplica casi indistinguible de la Joan Holloway de Christina Hendricks en Mad Men (AMC, 2007-2015), a quien hoy interpreta la misma Olivia Wilde.

Resulta esclarecedor que, en tiempos de magníficos paisajismos digitales, el nuevo El show de Truman (Peter Weir, 1998) sustituya los grandes cielos azules por un límite del mundo un tanto más estandarizado y pobre. Demuestra que las ideas detrás de las imágenes de la película de Wilde son dispersas, empobrecidas, casi banales. No nos extraña, pues, que el feminismo que hilvana toda la narrativa y que se promulga al final, como ondeando una bandera a la liberación de la mujer como ser sin raza ni clase, se sienta como ya superado de una vez por todas. ⁜

* Es curioso que «Victoria» sea tanto un nombre de ecos olímpicos como el título de un brillante documental de Liesbeth De Ceulaer, Isabelle Tollenaere y Sofie Benoot, acerca de la ciudad planificada, pero nunca construida, de California City; buscadla en Maps.


Don't Worry Darling, Olivia Wilde
79ª edición de la Mostra de Venecia.



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