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50º Festival de Gramado: Primera crónica

|| Festivales
Gramado 2022
Primera crónica
Aprendimos a ser turistas


Mariona Borrull Zapata
Gramado (Brasil) |

fechas
| Del 12 al 20 de agosto de 2022. |

Apenas sabía nada de Brasil, y mucho menos del estado de Rio Grande do Sul, de la Sierra Gaúcha y de la pequeña ciudad que se erige en sus tripas, Gramado. Antes de mi llegada, no había podido buscar más que unas reseñas en internet, un puñado de fotos y unos cuantos requisitos con respecto a visados y demás. Sin embargo, al poco de llegar a Gramado estaba firmemente convencide de que había encontrado un gemelo brasileño de las ampulosidades añejas de Karlovy Vary. Por suerte, viajar por festivales funciona como unidad divisible de significado: «ir de festivales» enquista, agota y quema, «viajar», por otro lado, limpia el paladar y abre la mirada; nos enseña a ser buenes turistas. Gramado es hoy el primer destino del turismo interior brasileño, una especie de segunda Suiza (así la llaman) que ha aprovechado su clima frío y su situación montañosa para construirse como una postal perfecta, un pueblecito en perpetua Navidad… Nos recuerda al Kadakaisi de La sustancia (Lluís Falter), pero con mucho, mucho chocolate.

Tras contemplar la belleza y la alegría de cartón que rodean algunos de los establecimientos cercanos al Palácio dos Festivais, es sencillo trasladar nuestra incredulidad también para con el certamen. Sí, sus estatuillas morfean el cuerpo caballeroso del Oscar y la cara sonriente del «Dios del Buen Humor», como lo acuñó Elisabeth Rosenfeld. Y sí, la alfombra roja cruza un bulevar de restaurantes, cuyas terrazas se disponen especialmente para la desfilada de celebridades. Este año, la mayor euforia colectiva la moviliza el homenaje a Marcos Palmeira, protagonista de Pantanal, la telenovela más importante de los últimos tiempos en el país de las teleficciones diarias. La ciudad de Gramado sabe mover pasiones y alimentar imaginarios, convirtiendo calles en telones idílicos y festivales en liturgias excitantes. Lo que la crítica festivalera da por sentado es que ello tendrá efecto alguno dentro de la sala, en su programación… A tantos días de acabar el certamen, es aquí donde podemos pasarnos de listes.

Ya que una crónica se tiñe sin falta por ese fuera de campo que son las expectativas y las faltas, hoy debemos hacer lo contrario y vestirnos para aprender con gula, con alevosía. Obviedades a parte, el cine brasileño es aún un ingrediente poco cultivado dentro de nuestra dieta cultural (en la mía, seguro) y el contexto particular que promueve una u otra selección nos es, por lo general, ajeno. Por lo tanto, antes que nada, trataremos de reconocer con la máxima precisión posible las caras deformantes del analfabetismo propio. Primer nudo en mi prejuicio: ¿Por qué el programa inaugural, la que se supone cara sonriente de todo certamen, se dedicaba a una dupla decididamente queer y de talante social, reivindicativo y casi cruel? O fim da imagem, de Gil Baroni, y Deus Não Deixa, de Marçal Vianna, los dos cortometrajes nacionales de la noche, compartían, respectivamente, preocupaciones por la autoimagen Z (atención: con lenguaje inclusivo con opción a neutro) y un retrato sin primores de un artista trans, miembro de una comunidad evangélica de barrio marginal.

A mãe, 2022.
Cristiano Burlan

Las películas que las acompañaron ponían en relato conflictos que atenazan las realidades sociales que oscurecen el aparente progresismo de sus países respectivos. Por un lado, La pampa del peruano Fernández Moris es una historia de rescate y redención, de formas concurridas (y algo toscas), alrededor de un hombre de acción «con pasado sombrío pero intenciones nobles» y la chica a quien rescata de un campo de explotación minera, conocida como La Pampa y gobernada por una mafia inclemente. Por otra parte, A mãe del brasileño Cristiano Burlan da voz a las «Madres de Mayo», un colectivo de mujeres brasileñas que perdieron sus hijes bajo las redadas violentas de la policía militar. De las dos siendo la más digna de análisis, A mãe se construye para seguir el dolor de María, una madre interpretada por la muy reconocida Marcélia Cartaxo (Mejor Actriz en Berlín por A hora da estrela, en 1985). Suerte de ecografía en construcción, donde los grumos de catarsis se descubren a base de presión y movimiento, la película basa sus grandes etapas emocionales en travellings alrededor del cuerpo doliente de la mujer, en duelo por la muerte absurda de su hijo a manos de la policía. Puntuada por unas pocas situaciones de una peligrosidad que sabemos real pero que aterriza telenovelesca, así como por un discursos enarbolado de Debora Maria da Silva (el que le valió la Biznaga a la Mejor Interpretación Femenina de Reparto en Málaga), miembro real de las Madres de Mayo, la película es más efectiva en su trabajo tácito con la figura de Cartaxo mártir que en sus apuestas explícitas.

Más sorprendente que ambas películas, siempre desde nuestro prisma de turista, fueron las reacciones de un público que, a pesar de no estar demasiado volcado al aplauso institucional (presentaciones y discursos de agradecimiento medio eran recibidas con calor humano proporcional), sí celebró vehemente toda proclama política, dentro y fuera de la pantalla. Los momentos de denuncia explícita de A mãe tuvieron su particular ovación de parte de una platea vibrante, en sintonía. También los discursos que procedían la proyección fueron respuestos con una ronda larga de aúpas a la libertad, con su cantidad de «vivabrasiles» y de abucheos contra Bolsonaro. El cine estos días se ha ido demostrando excusa y caja de resonancia para un público con tremenda capacidad de respuesta y sin tapujo alguno, un grupo que está ahí cuando toca. Ese patio de putacas acaba de dar dimensiones a una proyección que en cualquier otra parte del mundo quedará, sin saberlo apenas, un poco huérfana.

No todo el programa es dolor o reivindicación social, claro. Anuncia el catálogo que la curadoría de Marcos Santuario ha apostado por repartir las siete vacantes en la competición de largometrajes brasileños primando la diversidad, tratando de perfilar un retrato de lo que la producción nacional puede hacer, y hace. En efecto, las películas que han ocupado nuestras dos siguientes jornadas festivaleras han estado marcadas por un riesgo no necesariamente contextual: ambas propuestas notables, una es una película de estudio (coproducen Vitrine y Warner) diseñada para el consumo interior pero de éxito internacionalizable; la otra es una suerte de sinfonía urbana, de producción y espíritu plenamente indie, ambientada en las lindes de la Amazonia.

O clube dos anjos, 2022.
Angelo Defanti

Basada en la novela homónima de Luis Fernando Verissimo y estrenada en Tallin, el debut en el cine de Angelo Defanti (guionista venido de HBO y Globoplay), O clube dos anjos, se alarga como un chiste oscuro que tantea las lindes con lo informe y lo pesadillesco. Un viejo grupo de amigos —«viejo» por tradición, pero también por sus dinámicas extremas, agarrotadas— se reunía mes tras mes para comer mucho y bien en casa de uno de sus miembros, pero dejó de juntarse cuando sus integrantes descubrieron que no tenían ya nada en común más allá de su propio desprecio mutuo. Hoy uno de sus integrantes ha descubierto al chef perfecto (Matheus Nachtergaele, como un Franz Rogowski de mirada discretamente endemoniada), alguien capaz de sobreponer la exquisitez de sus platos por encima de cualquier conflicto personal. Alguien capaz de convencer al grupo de estómagos inquietos de que es mejor morir en su particular versión gastronómica de la ruleta rusa que vivir sin probar bocado. La película de Defanti levanta el telón de un auténtico juego de guiñoles de la decadencia (un empresario ultraconservadurista, un graciosete hiena, varias versiones de niños grandes) y construye un guion agradecidamente ágil alrededor de los sinsentidos que toma una vida sin más fin que el placer a toda costa. La gran comilona de Marco Ferreri, aligerada para un público dispuesto a acompañar, algo de lejos, a unos tipos perdidos y ridículos, cuyo último «huequito para el postre» sí toca una fibra incómodamente cercana. Lástima que la película esté tan ocupada en galopar a toda vela, cociéndose a fuego rápido en su propia parodia, que no ahonde en descubrir qué hay debajo de la máscara, es decir, cuáles son las dimensiones menos evidentes de la glotonería, deliciosa y autodestructiva por excelencia.

Estrenada en el Festival de Gotemburgo, Noites alienígenas, de Sérgio de Carvalho, no es un debut mayúsculo pero sí tiene un punto de especificidad innegable que la película escurre bien. Carvalho pasea la cámara por las calles de una ciudad en la periferia del Amazonas, una población en la que las anchas calles de una urbanización algo destartalada respiran con la vida que da el mayor pulmón del mundo. Allí gobiernan unas pandillas que han crecido en la cultura urbana, si bien lejos de sus centros neurálgicos (gentes que podríamos reconocer en la plaza del MACBA, juntándose en solares cohabitados por pueblos que ya sí son indígenas). Noites alienígenas abre con un primer tramo tan despreocupado como poderoso, que acompaña a varies jóvenes en sus cotidianidades: sin compromiso alguno, va alimentándonos de pizcas de color, música y registros diferentes. Por un lado está la entrañablísima relación de amistad entre un camello (Chico Diaz), perro viejo experimentado en proverbios y conspiraciones —puro carisma—, y su joven ayudante (Gabriel Knoxx), un niñato que rezuma creatividad y buenas vibras. También los sueños de emancipación de Sandra (Gleici Damasceno), uno de aquellos personajes floridos que sabemos se marchitarían al cumplir sus sueños de escape a la gran ciudad; y, finalmente, el drogadicto Paulo (Adanilo), que aporta el componente inquietante a la mezcla a base de alucinaciones monstruosas y monos que aún lo son más. La trama decae con la llegada de una mafia foránea a la zona, en una segunda mitad que se siente denuncia social obligatoria y que padece al construir personajes donde antes, simplemente, había un friso vivo y sorprendente por sí mismo. Lo que es lo mismo, una película llena de personajes que no esperarías nunca conocer. Es por este sentido sorprendente e impepinable de realidad que nos quedemos. Algo bueno tiene, esto de ser turista. ⁜

Noites alienígenas, 2022.
Sérgio de Carvalho



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