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Crítica | Un pequeño mundo | Filmin

|| Críticas | en Filmin | ★★★☆☆ ½
Un pequeño mundo
Laura Wandel
El tacto como elemento disruptivo


Yago Paris
Madrid |

ficha técnica:
Bélgica, 2021. Título original: «Un monde». Dirección: Laura Wandel. Guion: Laura Wandel. Productores: Jan De Clercq, Annemie Degryse, Stéphane Lhoest, Philippe Logie. Productoras: Lunanime, Dragons Films, Vlaams Audiovisueel Fonds, Wallimage, VOO, BE TV, Centre du Cinéma et de l'Audiovisuel. Montaje: Nicolas Rumpl. Reparto: Maya Vanderbeque, Günter Duret, Karim Leklou, Laura Verlinden, Léna Girard Voss, Thao Maerten, Laurent Capelluto. Duración: 72 minutos.

Filmar una experiencia traumática tan intensa como el bullying a partir de una puesta en escena dardenniana parece una aproximación lógica. La visión ultrasubjetivista que proponen los hermanos belgas fuerza al espectador a vivir cada momento del protagonista con una angustia y un sufrimiento considerables. Las películas de los Dardenne no son películas fáciles de ver, y si lo que se quiere es lanzar un mensaje concienciador o de denuncia, tiene sentido optar por esta vía. Esto, en realidad, no es nuevo. Si, de por sí, el cine de estos realizadores es uno de los que más ha influenciado al cine de autor europeo conteporáneo, también ha hecho lo propio con el cine sobre los abusos físicos y psicológicos en la escuela, como atestigua la cinta búlgara The Pig (Praseto, Dragomir Sholev, 2019). La obra tomaba el testigo formal para convertirlo en un lugar común estético, una cierta manera de rodar, sin demasiadas aristas ni reflexiones en torno a la imagen. Por suerte, este no es el caso de la belga Un pequeño mundo (Un monde, Laura Wandel, 2021), que en sus escasos 72 minutos de metraje consigue dejar claros sus referentes al tiempo que llevarlos a otro lugar. Y ese lugar pasa por el punto de vista.

La obra narra la vida de dos hermanos, Nora (Maya Vanderbeque) y Abel (Günter Duret), que acaban de comenzar en una nueva escuela. Como cabe esperar, la cámara se sitúa a la altura de su protagonista, en este caso la niña, a la que sigue a todas partes, de tal manera que lo único a lo que tiene acceso el público es a aquello que presencia la pequeña. Desde el comienzo asistimos a sus dificultades para encajar en su nueva clase, y, si sabemos de qué trata la obra, anticiparemos que los abusos por parte de sus compañeros están al caer…hasta que descubrimos que, en realidad, la persona abusada no es ella, sino su hermano mayor. El principal hallazgo de la obra es, por tanto, la manera de abordar el tema, no desde quien lo sufre, que es la aproximación más habitual, sino desde la persona cercana que asiste, impotente, a lo que sucede. En esta primera parte, la cinta consigue crear toda una serie de dilemas morales en la pequeña protagonista, quien busca diferentes vías para ayudar a su hermano, destacando el patetismo compasivo en el retrato de un hermano mayor que requiere de la ayuda y compañía de su hermana pequeña para sobrellevar la situación.

Si la primera parte del metraje representa el rol del público —somos los observadores de toda historia que ocurre en pantalla— a través de la niña, en la segunda lo coloca bajo el foco. La hermana quiere ayudar a su hermano, y creemos que, a toda costa, hasta que se dan una serie de circunstancias donde existe algo mucho más grande que perder que un par de moratones. La niña no tiene miedo a intervenir, aun a riesgo de ser golpeada por los abusadores, pero la situación cambia cuando el riesgo es más contextual, más relacionado con la posición social que ocupa uno en el microcosmos que habita —en este caso, la escuela—. A medida que Abel empieza a ser asociado a Nora, esta empieza a ser rechazada por sus amigas, lo que la coloca en riesgo de ser excluida, como su hermano. Con un naturalismo tan humanista como desolador, el gran acierto de la realizadora y guionista consiste en no permitirse ni una concesión en el momento clave. No existe idealización del personaje, que llega a comportarse de manera verdaderamente mezquina, pero sí una enorme comprensión de sus circunstancias y las decisiones desesperadas que llega a tomar.

Estamos ante un personaje que comienza actuando por valentía, pero poco a poco, a medida que empieza a ganar un cierto estatus social, con el que previamente no contaba, comienza a actuar en base al miedo a perder lo que se ha obtenido, a perder esa ficción de satisfacción vital que es el éxito en la escala social. De esta manera, la película nos interroga, preguntándonos cuántas veces en nuestro día a día decidimos mirar para otro lado, incapaces, o carentes de voluntad, de poner en riesgo aspectos en realidad menores, si se los compara con algo tan puro como los valores morales. Al mismo tiempo, lejos de cargar las tintas sobre la joven protagonista, en el filme sobrevuela con un ruido sordo las estrictas y por momentos asfixiantes dinámicas escolares, hasta el punto de que, por el tipo de interacciones que se realizan, la cinta podría recordar a una película carcelaria, otro microcosmos que también replica, en una versión exagerada, las dinámicas sociales de poder, sumisión y castigo. En ese sentido, resulta notable poner de manifiesto que sea tan humillante el abuso físico al que es sometido Abel como el castigo al que los abusadores son sometidos por parte de padres y profesores, en ambos casos con una Nora que observa mientras se siente desconcertada e impotente. En el tercio final, cuando ambos protagonistas abrazan la alternativa a ser víctimas, que consiste en ser ellos quienes ejerzan las reglas del juego, la narración va mostrando de manera sutil pero patente su progresiva descomposición interna, reflejo de las consecuencias emocionales de actuar por cobardía, de la enorme disonancia cognitiva que se da entre aquello en lo que uno cree y la manera en que uno obra. Un pequeño mundo es, en última instancia, una cinta tremendamente física, como una película de los Dardenne, una obra sobre cuerpos que se mueven, que sufren y que se bloquean. Como ocurre en el cine de la pareja de cineastas, el cuerpo tenso, tieso, es la representación de un estado emocional bloqueado, que tantas veces tiene que ver con la distancia física que separa a los personajes, quienes, por mucho que se golpeen, no llegan a tocarse emocionalmente. Es por ello que el abrazo final entre los dos hermanos, ese que se recoge en el cartel promocional del filme, sirve como elemento disruptivo ante una situación insostenible, y llega a adquirir tintes políticos. De manera aparentemente simple e inocente, Un pequeño mundo da unas cuantas claves para entender la alienación del mundo contemporáneo. ⁜


Un monde, Laura Wandel
Presentada en Un Certain Regard del Festival de Cannes.



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